Cristiano sostiene a Benítez
Antes del partido los oídos del Bernabéu estaban puestos en el speaker. El nombre de Rafa Benítez resonaba en el estadio recibido por enésima vez con música de viento. Para el madridismo, el técnico se ha convertido en ese langostino que lleva en nuestra mesa desde Nochebuena y ya tiene la cabeza negra: es de la familia, pero no hay quien se lo trague.
Sobre el césped Benítez ponía al equipo médico habitual, quizá porque si iba a morir, sería con los mejores. Keylor bajo el portal, con los brasileños Danilo y Marcelo en los costados y la pareja Pepe-Nacho protegiendo el acceso al área blanca. De ahí en adelante, los de siempre: Kroos, Modric y James en el centro, con la BBC en la punta del ataque. Nada nuevo bajo el plomizo cielo que servía de carpa al Bernabéu.
El primer tiro a puerta fue de Canales, aquel muchacho que fichó Valdano para el Madrid pensando que era un principito y resultó ser rana. Respondió Pepe con un cabezazo a la salida de un córner que despejó Rulli en acrobático vuelo. El dominio era alterno, sobre todo porque los de Benítez eran un equipo más largo que un villancico de Raphael. La BBC y James intentaban presionar arriba, pero Pepe echaba la línea de cuatro demasiado atrás, por lo que los jugadores de la Real tenían metros para tocar la pelota cómodamente.
Una estampida propia de los tiempos de Mourinho la arrancaron Modric y James, la aceleró Bale y la desperdició Cristiano con un disparo a bocajarro que sacó Rulli con los pies. El luso volvía al proceso de higuainización. En la continuación de la jugada, de nuevo el meta argentino se erigió en salvador de la Real al sacar abajo un disparo desde dentro del área de Benzema.
Keylor Navas tuvo que echarse a los pies de Agirretxe después de que Pepe abandonara su puesto y Nacho fuera víctima de un deshonroso túnel. Al delantero realista se le enganchó el tobillo en el choque y tuvo que abandonar el campo en camilla. Era el minuto 13 y el Madrid disfrutaba con la pelota pero sufría cuando le tocaba defender. El partido era entretenido, lo que ya es mucho decir para un Bernabéu que se ha tragado más de un bodrio en la era Benítez.
Pena máxima
Pasaban los minutos y el Madrid rascaba alguna pedrea en el sorteo del gol, pero el gordo se le resistía. Echó una manita González González al señalar un penaltito a Benzema –mucho menos claro que el de Pepe al principio del partido que había dejado sin pitar–, que Cristiano lanzó a la estratosfera. El crack luso volvía a dibujar en su rostro la carita triste del whatsapp. Los jugadores de la Real Sociedad se querían comer al árbitro como si fuera de chocolate.
Media hora tardó el Bernabéu en atragantarse con el juego de su equipo, que se hacía bola como un polvorón reseco. Comenzaba la sesión de pitos, mientras la Real se aprendía el camino para crear peligro: la espalda de Danilo. Los centrocampistas de Eusebio jugaban con menos presión que una botella de cava que llevara abierta desde el día de la lotería. Illarra, Canales y Prieto campaban a sus anchas en la zona ídem.
A cinco minutos del intermedio, otro penalti que sólo vio González González en su imaginación sirvió a Cristiano para, esta vez sí, abrir el marcador. La celebración era un grito más de rabia que de alegría. Los jugadores de la Real no se lo podían creer. Para colmo, Canales se dejaba la rodilla en una acción de mala fortuna y obligaba a Eusebio a hacer el segundo cambio antes del descanso. Cuando llegó el 45, el Bernabéu ya no tenía ganas ni de silbar. Sólo resignación y desesperanza hacia un equipo que se va cada partido un poquito más por el sumidero.
En la reanudación la Real puso la angustia en el Bernabéu antes de que muchos aficionados hubieran vuelto del baño. Fue una jugada en la que Benítez reclamó (con razón) falta de Jonathas a Pepe, la pelota llegó a Bruma y éste la puso en la escuadra de Keylor Navas, cuyo vuelo sólo sirvió para embellecer un golazo para enmarcar. Al técnico madridista se le empezaba a poner cara de ex entrenador.
El Madrid era una auténtica verbena. Bruma empezaba a causar estragos en una defensa descolocada como un Belén viviente cuyas figuras tuvieran gastroenteritis. Los aficionados blancos no sabían si pitar al equipo o marcharse de compras al Corte Inglés. Benítez apuraba los que podían ser sus últimos minutos en el banquillo del Bernabéu, con el rostro enrojecido pero incapaz de que sus jugadores obedecieran ninguna de sus órdenes.
Milagro de Navidad
Fue Cristiano el que devolvió el aliento al Bernabéu después de empalmar de volea un córner llovido que sacó Marcelo al segundo palo. Gritaba el portugués con más ira que Anakin Skywalker antes de pasar al lado oscuro. Resoplaba Benítez en el banquillo pensando que ganaba unos días preciosos para tomarse las uvas antes de terminar de hacer la maleta.
No le sirvió al Madrid el gol para dominar el partido, que seguía siendo de la Real. Benítez decidió blindarse en el medio con el cambio de Lucas Vázquez por Benzema, pero ni por ésas. Seguía el sufrimiento en el Bernabéu hasta que una contra eléctrica llevada por Cristiano y Bale derivó en un pase de tiralíneas del galés para que Lucas Vázquez controlara el balón y batiera por bajo a Rulli.
Era el gol de la sentencia, el que permitía a los aficionados del Real Madrid dejar de moderse las uñas y respirar con alivio. Era un gol que cerraba un partido que el equipo blanco volvió a tener cuesta arriba y que acabó salvando más por su talento individual que por el juego colectivo, porque hace mucho tiempo que el Madrid dejó de ser un equipo. Concretamente, desde que se fue Mourinho.