La sacerdotisa de Florence and The Machine guía a un WiZink Center abarrotado hacia la catarsis
Con un aura a medio camino entre sacerdotisa y diosa, Florence Welch llegó este jueves a Madrid con su banda, Florence and The Machine, con un magistral recital de arte y técnica que rompió las cadenas terrenales de un WiZink Center abarrotado para rendirlo a sus pies.
Como si de un encantamiento se tratara, desde el primer segundo en el que Florence Welch pisó el escenario del WiZink Center de Madrid, las más de 15.000 personas que, según datos de la organización, abarrotaban el recinto se convirtieron en un coro de feligreses que acompañaron a la banda británica y «europea» Florence and The Machine.
Hacía casi cuatro años desde su última visita a España, y con la excusa de presentar su cuarto disco ‘High as Hope’ la banda del sur de Londres demostró por qué se han convertido en una de las figuras más relevantes y respetadas de la escena internacional actual, amén de icono del empoderamiento feminista e icono LGTB.
Imposible sustraerse no solo a una voz modulada, rotunda y potente sin caer en la estridencia o a su magnetismo sobre el escenario, en el que ha exhibido una asombrosa capacidad para oscilar en cuestión de segundos entre la vulnerabilidad y el estoicismo, entre la serenidad y la convulsión tribal, entre el zen y el chascarrillo.
Lo de Madrid, y Barcelona el día anterior, fue una demostración del poder musical de esta etérea cantante que por momentos parece más ligera que una pluma pero contundente como el más fuerte de los aludes. Descalza, con su melena cobriza al viento y envuelta en un vaporoso vestido semitransparente irrumpió Florence en el escenario para entonar ‘June’: piel de gallina con su sensibilidad y furor contagioso con su baile de frenéticos saltos y giros.
A su lado, una sólida y paritaria banda de ocho miembros que arroparon con acierto cada una de sus inflexiones para vestir las composiciones ya fuera de rock alternativo (‘Ship to wreck’) o de art-pop (‘Cosmic love’), con ingredientes instrumentales tan poco habituales como el arpa (‘Between two lungs’) y una percusión por momentos lacerante, por momentos estimulante.
El concierto se convirtió en un catálogo de hits, como ‘Queen of peace’ o la catarsis de ‘Patricia’ (el tema que dedicó a su ídolo Patty Smith), sin olvidar la memorable interpretación de ‘Dog days are over’, quizás lo mejor de la noche.
En ese momento ya había quedado claro que Madrid había sucumbido a su hechizo, porque pocos artistas pueden presumir de haber conseguido que todos los asistentes de un pabellón gigante abandonaran el afán de capturar con sus móviles cada instante y gozaran de «una experiencia» viviendo la canción «libres» y con los brazos en alto.
Porque, más allá de lo musical, el espectáculo de Florence And The Machine también fue una defensa continuada de la libertad, el hermanamiento y «el amor sin fronteras». «Es por eso que la gente piensa que soy intensa», bromeó, con este tono pausado casi trasparente suyo tan particular, revelando así que se conoce bastante bien a sí misma.
A Madrid, y a España en general, le ha dado las gracias en varias ocasiones por su entrega y no ha podido dejar de recordar su primera actuación en el país, hace ya 10 años, «en la sala Razzmatazz de Barcelona y en un concierto que tuvo lugar a las 4 de la mañana». «Creo que no nos pagaron con dinero», ha ironizado provocando la carcajada general en el recinto.
En total 17 canciones y dos horas de concierto, en el que no podían faltar algunos de sus éxitos indiscutibles, véase ‘What kind of man’, entendido como otro alegato contra lo que ha llamado «masculinidad tóxica», ni tampoco ‘Big god’ o el colofón final con la esperadísima ‘Shake it out’, convertida ya de pleno en sacerdotisa suprema.
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