EL FOCO

Pilar Eyre, periodista y escritora: «Mis amigas y yo numeramos a nuestros ex como si fueran reyes»

"Don Juan Carlos está mal asesorado"

"Miguel Ángel Revilla ha dicho lo que llevamos diciendo todos desde 1977"

Ver vídeo

Me cito con Pilar Eyre en el plató de El Foco porque hay mucho de lo que hablar y, además, regresa a la literatura. Lo hace con Señoras bien, una novela que tiene el mismo efecto que un buen champán francés: te sube a la cabeza con elegancia, te provoca carcajadas sin estridencias y te deja esa agradable borrachera de quien ha leído algo deliciosamente incorrecto, porque en Señoras bien hay apellidos de los que ocupan los titulares de sociedad de La Vanguardia desde 1910.

Hay estética, alta cocina, sillones Luis XVI, y también chaquetas de punto que cuestan 6.000 euros y vestidos saco de otros tantos mil, que se llevan como si fuesen de Zara. Pero lo que hay de verdad —verdad verdadera— es una radiografía feroz, tierna y divertidísima de esa etapa que algunos aún llaman madurez y que Eyre retrata como el más puro acto de resistencia vital; ariete contra la senectud.

«Los catalanes somos fanfarrones al revés» y es que allí (nos cuenta), una casita en Pedralbes puede ser un palacio adornado con Rodkos y Picassos. Nimiedades… Dentro… Señoras y señores elegantes, cultos, discretos y cicateros. «He visto peleas a muerte por unas cremas de muestra».

En ese contexto, Andrea, la protagonista de su novela, no envejece, se reinventa. Ella no es una señora bien al uso —al menos lo que creemos que es el uso—. Es arquitecta, sesentona, atractiva, lista, con ingenio y una ternura que se le escapa por debajo de las puertas, aunque las cierre con llave. Le gusta el sexo, el trabajo bien hecho, y los hombres que miran con respeto y deseo. A los sesenta descubre que la vida, lejos de encogerse, se le ensancha. Con más arrugas y menos tersura, pero con más ganas de combate.

La novela arranca cuando su hija, heredera del estudio que fundó en sus años jóvenes, mete la pata hasta el fondo y la arrastra al abismo profesional. Lo que sigue es una especie de comedia burguesa con giros de vodevil y personajes que merecen club de fans: Nieves, la socia leal; Ignacio, el arquitecto madrileño de mirada entregada; Maca, esa diseñadora esnob que parece sacada de un cuento de Mendoza; una ciudad —Barcelona— que se convierte en un personaje más, lleno de ironía, memoria; y ese perfume entre humedad de Pedralbes y champán viejo.

Eyre, que ha aprendido a mentir para que no se le enfaden, es simpatía, instinto de sabueso curtido en redaños borbónicos, y un tipo de glamour catalán de esos que en lugar de exhibirse, se disimulan —como los buenos cuadros de Dalí colgados en salones discretos de Pedralbes, de los que nos habla. O como ese yate de cincuenta metros al que su dueño llama, con toda la modestia del planeta, «la barca». Nos hace reír con sus anécdotas hilarantes de amor y desamor (más bien ilusiones atropelladas por una moto —o un camión, según el día— en pleno Paseo de Gracia).

«He aprendido a mentir para que no se me enfaden»

Como autora, fue finalista del Planeta con Mi color favorito es verte. Y como periodista, ha contado como nadie los pliegues (y desplantes) de la Casa Real y no se detiene. Al igual que Andrea, se reinventa. Tiene canal de YouTube, gira de medios, amigas con las que se toma el champán a las cuatro de la mañana y exnovios a los que llama para que, guitarra en mano, amenen la velada.

Eyre no quiere envejecer con dignidad. Ni pintarse las uñas de rojo. Ni déjate las canas. Ni aceptar eso de que la nueva juventud es jugar con tus nietos. Ella quiere envejecer con ganas, con humor, con tintes secretos, cremas anestésicas y enamorada. Con mariposas, hormigas o lo que sea (pero que cosquilleo en el estómago). Y lo dice abiertamente, con ese humor suyo: «Yo quiero envejecer indignamente y voy a dar mucha guerra». Pero asume que el mercado de los amores está complicado: «A los hombres de mi edad les gustan las jóvenes. Estoy en tierra de nadie». Una advertencia para los hombres de su edad: busca amante de pasión, pero si le vais a tirar los tejos, aseguraos de no tener mujer porque ella, como Andrea, no perdona… Eso sí, lo contará tan bien que igual salís inmortalizados en su próxima novela. Y os reiréis como nos reímos en plató con el admirador espontáneo.

Entretanto, esperando ese amor que parece distraído, continúan el champán, los encuentros en el jardín y las risas con amigas numerando a los ex como si fueran reyes (Ricardo I, Ricardo II, Ricardo III…).

Y como la conversación da de sí, hablamos también de monarquía, a fin de cuentas… Pilar Eyre no sería Pilar Eyre si no se metiera en la harina institucional. Justo en los días en los que el Rey emérito ha anunciado que va a demandar a Miguel Ángel Revilla —porque, a su modo de ver, «ha dicho lo que llevamos diciendo todos desde 1977, incluido el primer ministro iraní, que en sus memorias contó que le había regalado 100 millones de dólares»—, ella levanta la ceja —una ceja que ha escuchado mucho y callado más (eso nos dice)— y rotunda, asegura que «el emérito está mal asesorado». «La camarilla que está siempre con él es quien le ha convencido de que disparar contra Revilla es una buena idea. No le aconsejan bien, le hacen creer que es algo que no es; le dicen todo el día que nadie reconoce su papel, que lo están despreciando».

«Don Juan Carlos tiene dos o tres personas en su círculo que le filtran y él está intentando cazarlos»

Spoiler: no son sus hijas. «Don Juan Carlos es un gran machista», dice Eyre convencida. Las que le rodean, las que viajan a Abu Dhabi y le soplan lo que quiere oír, son otras personas. Al parecer, amigos de España. «Tiene dos o tres personas en su círculo que le filtran y él está intentando cazarlos». Pilar no da nombres (aún), pero los tiene. Y se los guarda, como los buenos reporteros: por ahora.

Lo último en Cultura

Últimas noticias