Juan Manuel de Prada, escritor: «Vivimos en sociedades que estimulan las pasiones bajas»
«Vivimos en sociedades que estimulan las pasiones bajas», asevera el reconocido escritor Juan Manuel de Prada, una de las voces imprescindibles de la literatura en español. Pasiones bajas encontramos en Fernando Navales, el protagonista de su última novela Mil ojos esconde la noche –ya lo fue también de La máscara del héroe–, un tipo deleznable dominado por la frustración y el resentimiento en un París ocupado por la Alemania nazi. Junto a este escritor desencantado, pasean los grandes de la cultura española como Picasso, Gregorio Marañón, César González Ruano, Serrano Suñer, Ana de Pombo o María Casares, con sus vanidades, vicisitudes y honras; a veces individuos abyectos, talentos sin alma o con ella extraviada, rozando la más pura novela picaresca. Nos cuenta De Prada que «practicamente todos, salvo Picasso, colaboraron con las actividades culturales de Falange».
Ahondamos con Juan Manuel de Prada en esas almas infames –incluso la de un Marañón que se sanaba con misas que perdonasen sus «machadas eugenésicas»–. Para él, «la misión de cualquier escritor es mostrar el dolor, amar a la patria y, al mismo tiempo, denunciar vigorosamente las lacras que la están emputeciendo o envileciendo».
Sostiene que las personas que viven en el alambre del peligro, las personas que han sido expulsadas del centro y que viven en los márgenes, son más humanas. Sus anhelos son más fuertes, sus necesidades más imperiosas y eso hace que sean personajes más vivos y palpitantes. Sus personajes habitan ahí, en la tragedia. Ramón J. Sender podría haberle dedicado un primo de Valle Inclán y la dificultad de tu tragedia.
Reflexión que nos lleva al debate genio y bondad. Él distingue entre el talento y la moralidad del genio. De hecho, afirma que «la genialidad puede ser una inspiración diabólica» y que «rechazar la obra por la moral del artista es una forma de fanatismo. Propio de almas devastadas, de enfermedades del alma muy profundas. Y eso no es admisible». Como ejemplo presente en Mil ojos esconde la noche, Picasso.
Navales es un hombre resentido, dotado para la escritura, falangista que fue amigo de Primo de Rivera y, después de que los suyos ganaran, fue relegado germinando en él un resentimiento incurable. Como decía Gregorio Marañón, el resentimiento anega el alma entera.
Poniendo ejemplos de generosidad, ensalza a Camilo José Cela y a Arturo Pérez-Reverte. Diferentes son las palabras para Umbral, de quien cuenta que el propio Cela le dijo que a Umbral «le dio un ataque de cuernos con la novela que había escrito». De ahí que Umbral pasase de ser admirador de Prada a hostil.
Sobre los anhelos actuales de los individuos de buscar el paraíso en la Tierra, dice que sólo lleva a la frustración personal. «El sentido de la vida lo encontramos con los vínculos a nuestra familia, oficio y religión». Reflexión que –mirando a nuestro hoy, a esta sociedad de la inmediatez, los maniqueísmos, sus colores, banderas y bandos–, le lleva a decir que «nos están haciendo enfermar porque están consiguiendo que todo lo veamos a través de la lente del formato de la ideología». Si lo quiere más claro, se puede: «Está habiendo una devastación antropológica monstruosa, de matar la naturaleza humana, los anhelos humanos». Y fruto de eso y de que se haya perturbado la capacidad de discernimiento, afirma que «la sociedad se ha convertido en manicomio porque se han subvertido las categorías elementales».
«A la sociedad se la corrompe metiéndole en la cabeza utopías grotescas santificando el resentimiento social y engañando a la gente diciéndole que, independientemente de sus méritos, puede llegar donde quiera. El demagogo soborna a la gente dándole aquello que no le corresponde».
De Prada cree que lo que hace una vida plena no es la obsesión por la libertad, sino el amor a las cadenas –entendidas como vínculos– y que «las personas que nos dejan huella son aquellas que nos dicen cosas que nos remueven por dentro, no aquellas que nos transmiten la doctrina, el pienso ideológico, la alfalfa que conviene al sistema en cada momento».
Es deliberadamente escatológico, a lo Cervantes y Quevedo, «también somos eso»; el sexo –ya desde Coños– está presente a veces de forma sutil y a veces casi procaz. «El sexo no es sólo la acrobacia de los cuerpos, es el ansia de vida».
Su literatura es de tropos varios que redimensionan su prosa, alejada de modas y de fórmulas. «La literatura de hoy se está convirtiendo en una literatura de fórmula. No debemos dejarnos llevar por las modas en la literatura. Un escritor tiene que desarrollar aquella obra que honestamente crea que debe escribir».
Como epílogo, sentencia: «La literatura de fórmula es la muerte de la literatura».