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Jesús Marchamalo: “Los Nobel de Literatura últimamente son un cachondeo”

Jesús Marchamalo
El escritor Jesús Marchamalo en la biblioteca de casa de Miguel Delibes. @AsísG.Ayerbe
María Villardón

Escritor y periodista. Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) es un joven que ha hecho muchísimas cosas en el mundo de la cultura. “Alguna cosa, sí”, contesta socarrón y amable porque, la verdad, si algo es Marchamalo es amable. Ha comisariado la exposición ‘Delibes’ en la Biblioteca Nacional de España (BNE), una de las muestras más importantes dedicadas al centenario del autor de ‘Cinco horas con Mario’ que no será prorrogada porque a final de año viajará a Valladolid. Así que, bueno, definitivamente, sólo los fugitivos de la ley coronavírica están a tiempo de disfrutarla.

Confiesa que no ha tenido grandes decepciones al conocer a escritores que admira porque, sencillamente, no alberga grandes expectativas. “Me acerco a ellos con gran naturalidad, será la edad, aunque me quedé bastante impresionado cuando conocí a José Luis Sampedro y Carmen Martín Gaite”, añade.

También, al igual que le pasaba a Pío Baroja, se confiesa descreído de la literatura porque ser escritor en España es un sufrimiento. “El otro día leía que el 70% de los escritores no gana más de 1.000 euros ¡al año!”, explica. ¡Qué fatalidad! Sólo 166.300 pesetas anuales. Claro, es que con eso no hacemos nada.

¡Disgustazo, Jesús! ¿De verdad que no se va a prorrogar la exposición de Delibes?

No, con absoluta seguridad te digo que no podrá ser porque hay más programación en noviembre y diciembre que la Biblioteca Nacional debe sacar adelante. Y, además, la exposición tiene que viajar a Valladolid a finales de año.

Qué año tan deslucido para todo.

Sí, aunque te reconozco que en mi vida nada de lo que he hecho ha tenido tanta repercusión como la exposición de Delibes y ya tengo una edad, he hecho alguna que otra cosa. (Reímos). En un mes he hecho como 40 entrevistas, sin exagerarte. La celebración del centenario ha salido en todas partes, hoy mismo ha salido una página entera en ‘El Heraldo’, por ejemplo.

Tú comenzaste a colaborar en el extinto periódico ‘Pueblo’, ¿es así? Perdona que me vaya tan atrás, pero, ¿cómo era trabajar ahí?

Empecé ahí, sí, fue mi primer trabajo en los primeros años 80. Estaba en un edificio de la calle Huertas y era un periódico vespertino muy impresionante, de mucha relevancia que dirigía Emilio Romero. Para comenzar a colaborar, desde luego, era un sitio que, como podrás suponer, era fantástico.

Me hago una idea, sí. Es que últimamente no paro de tropezarme en todas las lecturas con ‘Pueblo’, primero mientras leía sobre Carmen Díez de Rivera y ahora leyendo ‘No le des más whisky a la perrita’ (Esfera de los Libros) de Julio Valdeón y Jesús Úbeda.

Claro, es que fue importantísimo. Yo tenía 20 años, pero tengo recuerdos muy curiosos de allí. Me acuerdo que tenía, para tu pasmo y el mío, ¡un peluquero! Imagina todo lo que debía saber ese hombre y todo lo que escucharía. Tenía también un ascensor que no paraba de subir y bajar, todo el tiempo funcionando, y tenía un cartel que decía: “No es peligroso si te quedas dentro”. (Risas) Cualquiera que haya trabajado allí se acordará.

Si estás en una librería y, por lo que sea, aparece una persona que te gusta, ¿qué libro procurarías tener en las manos?

¡Qué complicada! Nunca he sido presumido con los libros y las lecturas, aunque siempre voy con un libro encima porque leo muchísimo y sobre temas muy diversos por las reseñas de la radio. Pero, bueno, puestos a elegir, me gustaría que me pillaran con cualquier libro de Joan Margarit, el último Premio Cervantes, porque la poesía sigue disfrutando de un prestigio casi místico.

Ya sabes que ha habido bastante cachondeo con el ultimo Nobel de Literatura porque ha sido para una poeta, para Louise Glück.

Ya. Es que los Nobel de Literatura últimamente son un cachondeo, siempre son un pasmo total. Desde Bob Dylan para acá, todos los Premios Nobel son una sorpresa. Yo te reconozco que no había leído nada de Glück, así que también pienso que si no fuera por estos premios no conoceríamos a muchos autores. Esa voluntad de descubrir nuevos nombres me parece muy positivo.

Trapiello siempre cuenta que le encanta ir a comprar libros de segunda mano al Rastro de Madrid y descubrir qué dedicatorias tiene, algo que comparto. Hace poco compré ‘Por quién doblan las campanas’ de Ernest Hemingway y ponía: “Para Mari Pepa”. Escueto y directo.

(Risas) ¡Es que Hemingway siempre fue muy franco en sus dedicatorias! A mí me gusta encontrar cosas en los libros, algo de nosotros queda ahí de forma consciente e inconsciente. Me gusta meter entradas de cine, un teléfono o un billete de Metro para encontrarlo con el tiempo. Al comprar libros de segunda mano también he encontrado alguna dedicatoria, pero no esta tan bonita de Mari Pepa.

A mí lo más top que me ha pasado con un libro fue con uno de Coco Chanel de Inmaculada Urrea que compré en Iberlibro. Cuando me llegó a casa ¡era de una biblioteca pública de Nueva York!

Anda, no me digas, de alguien que lo habría robado o así. Me encanta la relación táctil con los libros, en eso soy un hombre del S. XIX, y también he encontrado ejemplares en librerías que aún tenían el papel pegado con las fechas de devolución. Vete a saber la historia de tu libro de Nueva York, ¿no?

¿Se publica demasiado en España?

Una vez –Jorge– Herralde contestó a esto y yo siempre le cito, ¿sabes? Él dijo que, al fin y al cabo, él se estaba jugando su dinero, así que podía decidir el número de libros, títulos y autores que publicaba porque era un dinero que salía de su bolsillo. No sé si hay muchos títulos, pero piensa que tenemos acceso a un contenido que, si no hubiera tantísima publicación, no tendríamos.

Ya, es posible, pero convendrás conmigo en que hay libros que no merecen el papel que se usa en ellos.

(Risas) Bueno, posiblemente, pero también depende de a quién le preguntes, claro. ¡Puede que hasta termine señalando un libro tuyo! ¡Qué disgusto! Si al final tuviéramos sólo los libros que se venden masivamente, estoy seguro de que no sería la mejor literatura a la que tendríamos acceso y, sobre todo, nos privaríamos de leer pequeños títulos de editoriales independientes que iluminan literatura que comercialmente no es rentable.

¡Qué correcto eres! Yo, probablemente, no podría ser entrevistada.

(Reímos) ¿Por qué eres muy políticamente incorrecta? En lo del papel de los libros, la verdad, posiblemente tengas razón. A veces, con lo que cuesta poner en marcha las plantas de impresión de papel merece más la pena manchar papel que parar las máquinas, aunque esos libros terminen en las cestas de saldos.

Esto me recuerda a la anécdota que recoges en ‘El libro de Miguel Delibes’ (Destino). Cuando el vallisoletano va a casa de Pío Baroja emocionadísimo porque la editorial hace una segunda tirada de ‘La sombra del ciprés es alargada’ y Baroja le dice: “Imposible, Delibes, le engañan a usted. Será alguna treta comercial, hágame caso a mí que llevo 50 años escribiendo”.

¡Es maravillosa! Baroja tenía una gran personalidad, abría la puerta de su casa a todo el mundo, recogía castañas en El Retiro para echarlas en la estufa de su casa porque siempre estaba pelado de frío y con el abrigo y la chapela puestos. Siempre me ha interesado ese viejo huraño y descreído que recibe al joven Delibes y le quita toda la ilusión porque él no había vendido 3.000 ejemplares en su vida. ¡Mira lo duro que es ser literato en España!

Los protestones y los odiadores son divertidos.

No diría que fuera protestón, pero sí un personaje descreído. Al final, si te dedicas a la literatura en este país, necesariamente terminas teniendo descreimiento. El otro día leía que el 70% de los escritores españoles no llega a los 1.000 euros al año, ¡cómo no vas a ser descreído! Al final te alejas de todas las tentaciones de la gloria y te vuelcas en la literatura para ver si eres capaz de escribir algo interesante.

El periodista y poeta Ángel Antonio Herrera ha contado que cuando escribió el libro de Umbral, al ir a verle, el escritor le espetó: “Pero, ¿te pagan o no te pagan?”.

Umbral sí que era un gran personaje, no sé si odiador, como dices, pero sí muy químico y te habría dado muchísimo juego. Nunca fue correcto. Recuerdo su libro ‘Las palabras de la tribu’ (1994) donde arremetía contra unos y otros con unas cornadas y unas pataletas monumentales.

¿Con qué libro has llorado?

Con muchos, soy bastante llorón. Pero, los últimos han sido ‘El olvido que seremos’ de Héctor Abad Faciolince que cuenta la historia del asesinato de su padre en Colombia a manos de grupos paramilitares y ‘El metal y la escoria’ de Gonzalo Celorio donde relata la visita a su hermano en una residencia porque sufre Alzheimer y el último destello de razón en sus ojos. ¡Uf! Con este he llorado muchísimo, cualquiera que me viera…

Juan Soto Ivars comentaba en su columna sobre Raúl del Pozo que cuando está con gente muy reconocida del mundo de la literatura o el columnismo se bloquea. ¿Esto también te pasa a ti?

No, fíjate que no. No soy de grandes decepciones porque no soy de grandes expectativas. Soy muy fetichista con muchas cosas, pero me acerco con bastante naturalidad porque, no sé, a estas alturas ya estás un poco de vuelta. Pero sí recuerdo lo que me impresionó José Luis Sampedro, seguro que me quedé sin habla, aunque no me acuerde, o conocer a Carmen Martín Gaite.

@MaríaVillardón

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