Álvaro Espina, historiador: «Cervantes sabía que el rey había ejecutado a su hijo y pagó por ello»
"Cervantes confronta un Apolo con un Sileno"

Hoy nos adentramos en el fascinante viaje de Miguel de Cervantes más allá de don Quijote, la Galatea, la Gitanilla o Rinconete y Cortadillo. Hablar de él, del autor, del rey de la ambigüedad —hombre que escribía en letra bastarda sin signos de puntuación ni mayúsculas ni puntos sobre las íes, cuyo primer empeño fue rescatar en su obra a los clásicos grecolatinos, lejos del barroco de Lope de Vega—, es cruzar las fronteras del tiempo y del ingenio humano.
Álvaro Espina, historiador y autor de la trilogía Cerbantes, nos invita a recorrer los pasajes más fascinantes —y a menudo desconocidos— de la vida del autor del Quijote, aquel libro creado con el pretexto de acabar con los libros de caballería. La trilogía de Espina, que entrelaza con maestría la biografía y la ficción, nos abre las puertas a un Cervantes menos idealizado, más humano; al recaudador, al empresario o al preso de seis dientes y nariz aguileña. Nos cuenta cómo fue aquel acontecer que hizo cambiar su apellido «Cerbantes» —con el que se conservan documentos firmados de su mano— por un «Cervantes» con «V» en la portada del Quijote, dado que el editor no tenía la «B» en ese tamaño para imprimirla.
Sea como fuere, con B, y con V, el escritor nos dejó una herencia literaria inmortal. Sin embargo, su vida estuvo marcada por huidas, cautiverios, frustraciones y un reconocimiento que tardó siglos en alcanzar su verdadera dimensión. Resulta inevitable preguntarse cómo un hombre atrapado entre guerras y miserias, un joven humilde, difamado, acusado de delitos, creó la obra más universal de la literatura. Recordamos con Espinosa que a los 21 años huyó a Italia, buscando refugio en una época turbulenta. Felipe II, el rey prudente, gobernaba España con mano de hierro, mientras los rumores de intrigas palaciegas, como el envenenamiento de su hijo, don Carlos, y las sombras alrededor de Ana de Mendoza, llenaban los pasillos del poder con sus susurros. Espina nos cuenta cómo este periodo en Italia marcó a un joven Miguel, sumergiéndolo en las luces del Renacimiento y sembrando las semillas de un imaginario literario que se gestaría años después.
«Cervantes confronta un Apolo con un Sileno»
El cautiverio en Argel, otra de las etapas clave de su vida, lo enfrentó a una realidad brutal. Cinco años de esclavitud moldearon su carácter y su escritura. Cuatro veces intentó fugarse; fue líder de los cautivos españoles allí, criticaba al rey y lo dejó escrito en cartas al secretario Vázquez. Quizá fue esto lo que más tarde le hizo intentar contentar a todos. Pese a ello, y a su ingenio, y a su pluma, Cervantes no alcanzó el reconocimiento hasta 1605, cuando, ya con más de sesenta años, publicó el primer tomo del Quijote. Fue entonces cuando superó a todos, incluido Lope de Vega. Pero su fama no siempre fue sinónimo de fortuna: el bestseller de una época donde el analfabetismo y la precariedad eran la norma, apenas le reportó beneficios. Tampoco se tradujo en dinero porque su editor se gastaba las ventas de sus libros en timbas. Ya ve… Miserables ha habido en todos los tiempos.
Centrándonos en don Quijote de la Mancha, el personaje más famoso de la historia de la literatura, Espina reflexiona sobre la célebre frase inicial: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…». «No es que no quiera, es que no llega a acordarse», explica. Una de las muchas sutilezas de un texto que cada época interpreta a su manera. Entre las muchas joyas literarias que Cervantes nos dejó, el discurso de Marcela en el Quijote resalta como un manifiesto de libertad. «Defender su derecho a no corresponder el amor de los hombres es revolucionario, especialmente en su tiempo. Pero no es una apología puntual; toda la obra del genio está llena de personajes femeninos complejos y adelantados a su tiempo fruto de ese gineceo en el que vivía, rodeado de mujeres».
Como Borges, Espina se sumerge en el «galimatías» que Cervantes cultivó con maestría. En sus Novelas ejemplares, el autor jugó con la difusa frontera entre lo real y lo inventado. Espina hace eco de ese legado en su trilogía, cerrándola con un recurso epistolar: cartas ficticias entre Cervantes y Ahmad Ibn al-Ayyi, un recurso que nos recuerda que, como decía el propio Borges, «la realidad puede ser tan sorprendente como la ficción».
Cervantes no sólo nos dio personajes inmortales; nos enseñó a mirar más allá de la realidad y a encontrar belleza en lo imperfecto. Ésa, quizá, sea su mayor lección. Entre luces y sombras, Cervantes no solo redefinió la literatura, sino que abrió caminos para comprender mejor el alma humana. Y como diría Borges: «Cada generación crea a sus precursores». En este siglo XXI, Álvaro Espina ha tomado el testigo para redescubrir al hombre detrás del mito. Disfrútelo.