Ágatha Ruiz de la Prada: «Mucha gente ha abortado, pero eso es algo que no se cuenta»
Diseñadora, marquesa de Castelldosríus, baronesa de Santa Pau y grande de España. Ágatha Ruiz de la Prada (Madrid, 1960) se sienta a charlar divertida de sus intimísimas memorias: Mi historia (La Esfera de los Libros). «¿Te has leído el libro?», me pregunta cuando entro en su taller de Madrid. «Por supuesto», contesto. «Ah, entonces somos amigas. Sólo te falta vestir de Ágatha para que seamos amigas del todo», comenta simpática mientras nos ponen un café en tazas de corazones, por supuesto.
Cuenta cosas muy fuertes, como sus tres abortos. Dos de ellos en Londres, donde se iban las chicas a abortar cuando en España estaba penado; y la última cuando estaba aún casada con el periodista Pedro J. Ramírez, momento de marejada personal con vídeo incluido. «Hay mucha gente que aborta, pero no lo cuenta. Ahora todo es más sencillo, pero antes hacerlo era terrible y te dejaba tocada», señala.
Su padre, Juan Manuel Ruiz de la Prada tiene un peso muy importante en el relato de este libro. «Sólo le interesaba su trabajo y las mujeres». Afirma que en el amor busca a hombres parecidos a su padre, «incluso algunos también son Aries, como él. Es que a mí me gustan los canallas, eso al menos dice una de mis tías. Eso sí, en mi familia siempre han sido las mujeres las que han sido ricas, por eso siempre han mandado más que los hombres».
Una vida como la tuya, donde tú eres tu marca y, viceversa. ¿Eres capaz de diferenciar cuándo trabajas y cuándo estás de ocio?
Creo que no hay distinción al mantener una vida social tan intensa como yo llevo. Mis mejores amigos siempre han salido del trabajo. Tú, por ejemplo, eres un poco más amiga mía porque has leído el libro, y si te pones mi ropa, pues serás un poco más amiga. Eso aún te falta. Es que considero que mis amigas se han leído mi libro ya. Es que he pasado muchos nervios con el libro.
¿Por qué?
Porque ha sido muy secreto, no se lo he contado a nadie y el secretismo con mis amigos lo llevo mal. Pero es que, además, las correcciones son desagradables. Y pienso también en lo que he puesto, que me he metido con alguien. No sé, es un lío.
Pedro Narváez, con quien has escrito el libro, ¿érais amigos o ha sido una confesión a un desconocido?
A mí Pedro no me conocía mucho. De hecho, era el típico periodista que me ignoraba muchísimo cuando estaba en la sección de moda de Abc. O no me mencionaba en absoluto o decía: «Lo de siempre de Ágatha». Entonces, tuvo que venir a mi casa con motivo del libro, llevábamos viéndonos 30 años y no éramos amigos; pero ahora diría que Pedro Narváez me quiere mucho, la verdad.
¿Crees que ganas en las distancias cortas?
Sí, creo que gano mucho. Pero, bueno, hay gente que se crea una imagen de mí y ya está. De todos modos, el libro es bastante clasista, yo misma lo reconozco; pero es que es la historia de mi vida y mi vida es así.
Bueno, describes un mundo inaccesible lleno de privilegios que es desconocido para muchas personas. Decir otra cosa sería inventártelo.
Claro, sí. También digo en el libro que nunca he sido pija, nunca en mi vida.
Pero también dices que conoces a todas las pijas.
Sí, eso también lo digo. Pero nunca he sido pija, ¡pregúntale a las pijas!
¿Crees que ellas dirían que no lo eres?
No, para ellas no lo soy. Para nada.
Dedicas una parte importante a hablar de tu familia, sobre todo de tu padre, a pesar de tu complicada relación con él.
Es que mi padre ha sido muy importante para mí. Toda esa parte de arte, de arquitectura, de belleza, de vivir, etc, que yo tengo viene de mi padre. He vivido en uno de los pisos más bonitos de Madrid, cuando iba a las casas de la gente el 99% de ellas me parecían atroces. Me decía: «Pero, qué espanto». O cuando iba a los desfiles de moda, es que todo me parecía una horterada, no me parecía posible tanto horror. Supongo que igual que ellos lo pensaban de mí: «¡Esta loca! Pero, ¡qué horror!». Digamos que yo estaba acostumbrada a otro lenguaje y éste me lo brindó mi padre.
Un lenguaje también muy distinto al de tu madre.
Ella era mucho más austera. Es que el proyecto de mi madre era la familia, sus hijos y mi padre. Pero es que, no sé, los Ruiz de la Prada son como muy despegados, y a casi todos les pasa lo mismo. El afecto y la familia no tienen sentido para ellos.
Dices que tu padre sólo sabía de trabajo y de mujeres, que era tan mujeriego que se había olvidado de cómo querer. Qué duro de vivir eso, ¿no?
Sí, pero es un vicio que tienen muchos hombres. Unos anteponen a su familia, otros a las mujeres. El caso de mi padre era el segundo y eso resiente mucho todo, joden todo. Y hay tíos que sólo piensan en eso.
Quizá creen que anteponer siempre a su familia es una forma de perder su libertad.
Yo creo que va en el carácter. No lo sienten y ya está, no hay más explicación. Para mi madre la familia era brutalmente importante, era su vida; mientras que para mi padre lo más importante era el trabajo, la belleza, que eso me gustaba mucho de él, y luego esa persecución total de las mujeres. Hubo una Navidad que vino a casa y mi hijo Tristán no quiso abrir porque no sabía quién era. Imagínate, es que no hacía nada por la familia.
¿Cómo termina la vida de tu padre?
Llevaba mucho tiempo dando vueltas a cómo terminaría sus días, pensé que estaría muy solo. Terminó con un alzhéimer morrocotudo, estuvo seis o siete años sin cabeza ninguna, se perdía por la calle, no sabía quién eras, nada de nada. Acabó con un matrimonio de señores marroquíes que lo cuidaron hasta el final. Y acabó viviendo en una casa…
¿En la que no hubiera vivido jamás?
Pero, jamás. Aunque, como no se enteraba de nada… Recuerdo que fui a verle al Hospital Puerta de Hierro, estaba allí enfermo, y cuando llegué me dijo que esa era su casa y que la había hecho él. Se lo creía de verdad, lo contaba convencido. Imagínate cómo estaba, pero nos reíamos con sus cosas. Mi abuela, que tenía la casa en el mismo edificio de la calle Marqués de Riscal donde yo tenía el taller, también tuvo alzhéimer y no se acordaba ni del número de hijos que había tenido. «Sé que he tenido muchos, pero no sé cuántos», decía. Me moría de la risa con ella. La verdad es que mi abuela siempre fue muy antipática de joven, pero de viejita era muy simpática. El alzhéimer lo han tenido todos en mi familia, estoy muerta de miedo con eso, así que si pasa me van a venir muy bien mis memorias. Si me olvido, me leo el libro.
Cuando buscas el amor, ¿buscas a tu padre?
Si, estoy convencida. Por eso es que ya me da hasta la risa, todos los hombres con los que he estado han sido muy parecidos, hasta comparten signo zodiacal: muchos de ellos han sido Aries. Ay, yo soy muy perezosa para los hombres, así que ellos tienen que ser muy mujeriegos para que estén ahí dale que dale. Mira, yo tengo una amiga maravillosa a la que siempre le han gustado los gays, todas sus parejas han sido gays. Se casó con cuatro y los cuatro han sido gays. Es que a ella le gustan los gays y ya está.
Pero, ¿y a los gays les atraía ella?
Sí, porque ella es simpatiquísima. La tía más simpática y genial del mundo.
Y con sexo y todas las cosas, ¿no?
Sí, con todo. A ver, a unas personas les gusta proteger a sus parejas, a mí, desgraciadamente, me gustan como mi padre, un desastre total. Una tía mía dice que a mí sólo me gustan los canallas. Y qué hago.
Los canallas son divertidos. La vida es así, dura.
Ya sabes donde te metes, eso sí. No me puedo quejar, la cosa es así. Sólo puedes hacerte una pequeña coraza para sufrir lo mínimo. A mí, mi trabajo me protege mucho, es una manera extraordinaria de protegerse.
Te consideras una mujer potente.
Sí, lo considero. Me he empoderado (aunque no me gusta esta palabra mucho) a mí misma. En mi familia, lo cuento a lo largo del libro, las mujeres siempre han sido más ricas que los hombres. Por lo tanto, siempre han mandado más.
Como tu bisabuela Águeda.
Yo me llamo Ágatha por ella, por mi bisabuela. Era riquísima y le advirtieron de que el señor que se iba a casar con ella lo hacía por su dinero, a lo que ella contestó: «Pues qué bien tener dinero para casarme con quien quiera». Y de eso hace más de 100 años, así que la tía era…
Con la parte de Jesús del Pozo me he ahogado de risa. «Era una víbora con gracia como veneno». ¿Cómo quieres que te dejen entrar en sus desfiles? (Reímos)
A ver, es que Jesús del Pozo era malísimo. Una víbora. Malo, malo. Cuando yo empecé le pedí trabajo y no me lo dio. Entonces fue cuando yo juré que nunca en mi vida, y lo he mantenido hasta la fecha de hoy, le negaría unas prácticas a nadie que me lo pida. Es que era malísimo, pero de tan malo que era, reconozco que era divertidísimo, lloraba de la risa con él.
Cuéntame lo del desfile de Nueva York, aquel en el que no te dejaron entrar porque decían que habías hablado mal de él.
Ahí Jesús ya había muerto. Fue una tal Ainhoa la que no me dejó ir. Me dijo que me había portado mal, ¡pero si el que se había portado mal conmigo había sido él!
Confiesas también tres abortos. Dos de ellos en Londres, donde se iban las chicas bien de entonces; y el tercero estando casada con Pedro J. Ramírez y con dos hijos.
Bueno, pues no sabes. El otro día un amigo me montó un pollo por hablar del aborto… Me dijo que yo tenía cinco hijos y no dos, que había asesinado a tres y que me estaban esperando en el cielo, aunque yo voy a ir al infierno. Pero me dijo también que ellos me van a intentar llevar al cielo porque me quieren, me perdonan, que tengo que rezar porque lo que he hecho ha sido lo peor que se puede hacer en la vida. Me quedé de piedra. ¿Qué tuve que hacer? Bloquear, claro.
¿Te sientes mal ahora por haberlo contado?
No, no. Pero mira cómo estamos aún. No sé, yo respeto a la gente y me parece muy bien que sea contraria al aborto, pero es que yo toda mi vida he estado a favor. Respeto todo, pero lo que no admito es que me intenten dar lecciones. Me puedes decir: «Ya te vale, no me ha gustado esto que has dicho». Venga, lo comprendo, pero no te pases.
Lo hiciste en dos épocas muy diferentes.
Sí, cuando era joven aborté dos veces y llegué a tenerle miedo al sexo. Pero es que creo que abortar lo ha hecho mucha gente, lo que pasa es que no lo dice. Ahora todo es más fácil, en aquel momento era algo terrorífico que te dejaba completamente tocada. Y mira, yo en libro lo digo todo el tiempo, a mí lo que más me gusta del mundo son los hijos.
Tú diferencias entre el aborto y la maternidad, ésta como una responsabilidad muy grande de traer un hijo al mundo.
Yo tenía muchísimas ganas de tener hijos, pero también quería tenerlo muy claro.
Las neofeministas actuales, ¿crees que desprecian tu feminismo?
No tienen que hacerlo, defiendo el mismo discurso. Siempre he seguido a Simone de Beauvoir y he estado toda mi vida trabajando. No me ha mandado jamás un tío, me he ganado mi vida y he hecho lo que me ha dado la gana en el proceso. A mí me dicen: divorcio. Y yo digo que no pasa nada, que me quedo con mis gastos y con mis cosas. ¿Qué me puede pedir a mí una neofeminista? Es absurdo. El feminismo es genial, pero a mí me gustaría más que hubiera un neoecologismo más fuerte. Es que en este asunto soy exagerada, soy casi una econazi.
Me gusta que haya movimientos sociales importantes, por ejemplo, a mí el me too me gustó mucho porque hay cosas que hay que contar, se tienen que saber porque el machismo es asqueroso. Pero, vamos, que con la ecología estoy a tope. El otro fui a casa de no sé quién y mezclaba la basura… (Se echa las manos a la cara) Ahora tengo un coche eléctrico 100%, pero mi parking es del Ayuntamiento de Madrid y no dejan poner cargadores. ¿Para qué quiero un eléctrico que no puedo cargar? Vamos a ver. Es que voy a llamar al alcalde en unos días, no hay derecho.
Pero la gente no tiene dinero para comprar un coche eléctrico.
Bueno, tiene que haber ayudas. Yo me acuerdo que de pequeña nadie tenía televisión en su casa, sólo había una y todo el mundo se traía su silla para poder ver, por ejemplo, la llegada del hombre a la luna. Pero luego, con los años, la televisión estaba ya en todas las casas. Creo que con el coche eléctrico pasará lo mismo. Es que entre todos tenemos que hacer el esfuerzo de que la ciudad sea cada día mejor; sobre todo, esforzarse las instituciones, que se gastan mucho dinero en gilipolleces, cosas que no son importantes. Es que a mí la fiesta de la Merced o de la Paloma y la cabalgata de Reyes me parecen menos importantes que la ecología. Ese dinero me lo gastaría en ecología.
¿Serías alcaldesa de Madrid?
Me encantaría, es que nada me gustaría más. Pero sólo cuatro años, eh, luego volvería a mis cosas. En mi familia ha habido varios alcaldes de Barcelona. Huy, sí, claro que sería alcaldesa, y además creo que lo haría muy bien.
¿Qué decisión sería la primera?
Mi propósito sería ganar el concurso de la ciudad más ecológica del mundo.
Para ti, ¿el dinero qué es?
Yo soy bastante austera, pero a mí lo que me gusta es aquello que no se puede pagar con dinero, lo intangible, lo que no tocas. Es que comprarte un bolso que vale 40.000 euros es una horterada total y absoluta. La gente que hace eso es que me horroriza.
¿En qué te fijas cuando conoces a alguien?
En todo. En cómo se viste, cómo se mueve, cómo come. Absolutamente en todo.
¿Y qué es lo que más aprecias de las personas?
La inteligencia y el sentido del humor. Por ejemplo, me divierte mucho más un inteligente que un guapo. No me interesan ni los guapos ni las guapas, llevo muchísimos años trabajando con modelos y he tenido muy pocas conversaciones con ellas. Y fíjate, la de modelos que habré conocido, podré haber conocido como 20.000 y no sé qué les pasa, pero muy pocas veces he hablado con ellas. Me interesa la inteligencia, siempre me ha interesado y he tenido la suerte de tratar con personas inteligentísimas; así que a veces me digo: «Ay, Dios mío, ahora voy a ir con los más tontos y va a ser muy duro para mí». Y es que, claro, siempre he estado acostumbrada a un nivel intelectual muy alto y eso es muy peligroso porque luego se te queda corta mucha gente.
También cuentas en el libro que tu madre, que no había trabajado en la vida, te pidió trabajar contigo y la pusiste a barrer.
(Ríe) Sí. Me dijo que si me creía que era mi chacha. No quería barrer. Es que yo sí que barro, barro muchísimo, me encanta. Ella siempre ha estado muy deprimida, pero es que hay que hacer cosas. Ayer estuve por la tarde en la cama porque llovía mucho y esta mañana me dolía todo el cuerpo. Es que no estoy acostumbrada a estar quieta. Yo hago cosas y me pongo contenta.