Un estudio pionero analiza cuándo comenzaron a besarse los humanos: sitúan el origen hace 21 millones de años
El acto de besar puede parecer un gesto casi automático para muchos de nosotros hoy, pero tiene algo desconcertante desde el punto de vista evolutivo: implica contacto directo, intercambio de saliva y riesgo de contagio. Aun así, aparece una y otra vez en distintas culturas y momentos históricos.
Un nuevo estudio liderado por investigadores de la Universidad de Oxford se ha propuesto responder a una pregunta básica: ¿de dónde sale esta conducta? Para hacerlo, han combinado datos de comportamiento animal, genética, microbiología y modelos evolutivos, con un enfoque poco habitual en este tipo de temas.
El trabajo no se limita a los humanos actuales. Analiza primates, rastros bacterianos antiguos y vínculos entre poblaciones humanas arcaicas para reconstruir cuándo y por qué el contacto boca a boca empezó a formar parte de nuestra historia.
El acto de besarse y un origen antiquísimo
Para empezar, los investigadores tuvieron que aclarar qué se considera un beso. No todo contacto con la boca vale. Se centraron en el contacto boca a boca no agresivo y sin intercambio de comida, una definición lo bastante clara como para compararla entre especies.
Con ese criterio, revisaron observaciones de campo y grabaciones de primates de África, Europa y Asia. El resultado es llamativo: chimpancés, bonobos, orangutanes y varios monos muestran este tipo de contacto en contextos sociales muy concretos. Aparece tras conflictos, durante el cortejo o como forma de reforzar vínculos.
Como los gestos se repiten y cumplen funciones sociales claras, el equipo llegó a plantearse si el beso humano podría ser una herencia mucho más antigua compartida con otros grandes simios, en lugar de una invención cultural reciente.
Para poner a prueba esta idea, recurrieron a análisis filogenéticos. Es decir, situaron la presencia o ausencia de este comportamiento en un árbol evolutivo construido a partir de datos genéticos. Después aplicaron modelos estadísticos que simulan millones de escenarios posibles.
El patrón más consistente apunta a un origen muy profundo, en un antepasado común de los grandes simios, mucho antes de que existiera nuestra especie.
Qué aporta este estudio sobre el acto de besarse
El trabajo no se queda en el comportamiento observable. También entra en el terreno de los microbios. Estudios previos sobre el microbioma oral, las bacterias que viven en la boca, han mostrado algo curioso: Neandertales y humanos modernos compartían muchas de ellas.
Al analizar ADN de placa dental fosilizada, los científicos han visto que ciertas bacterias han circulado entre distintas poblaciones humanas durante decenas de miles de años. Eso solo es posible con contacto estrecho y repetido, ya sea al compartir comida, entorno o gestos íntimos cara a cara.
A esto se suma la evidencia genética de cruces entre humanos modernos y neandertales. Si hubo intercambio de genes y de bacterias bucales, el contacto cercano formaba parte de esas interacciones.
El estudio también pone en contexto un dato clave: besar no es universal. Menos de la mitad de las culturas humanas documentadas practican el beso romántico tal y como lo entendemos hoy. En muchas sociedades, otras formas de afecto cumplen esa función.
Eso refuerza la idea de que el beso no nace como un gesto romántico moderno. Se trata de una conducta flexible, antigua, que la cultura ha moldeado de formas distintas según el lugar y el momento.
Como las conductas no dejan fósiles, solo se pueden reconstruir con pistas indirectas. Al combinar biología evolutiva, observación animal y restos microscópicos, los investigadores logran una imagen más completa de cómo surgió este gesto tan cotidiano.