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Está a punto de caer y no estamos preparados: la sonda espacial soviética que pone a la Tierra en alerta

sonda espacial soviética
Blanca Espada

Durante más de medio siglo, ha orbitado silenciosamente sobre nuestras cabezas, olvidada por muchos e incluso desconocida para la mayoría. Se trata de Kosmos 482, una sonda espacial soviética que, aunque fue lanzada con el objetivo de llegar a Venus, nunca abandonó la órbita terrestre. Sin embargo, 53 años después de su lanzamiento fallido, su descenso a la Tierra es inminente. Y lo preocupante no es sólo que venga de forma descontrolada, sino que no tenemos forma de anticipar exactamente dónde va a caer.

Este objeto de casi 500 kilos fue construido para soportar las condiciones extremas de otro planeta: altas presiones y temperaturas infernales, así como una entrada atmosférica abrasadora. Hoy, sin embargo, su robustez se ha convertido en motivo de inquietud. Mientras los astrónomos siguen su trayectoria con atención, en la comunidad científica crece el debate: ¿hay riesgo real para la población? ¿Podría provocar daños si impacta en una zona habitada? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que todavía no se sepa dónde está previsto que caiga? Al margen de estas preguntas y más allá del componente técnico, Kosmos 482 encierra una historia fascinante de la carrera espacial. Es un vestigio tangible de la era soviética, de los intentos por conquistar el espacio en un mundo que por aquel entonces estaba dividido por la Guerra Fría.

La sonda espacial soviética que pone a la Tierra en alerta

Lanzada el 31 de marzo de 1972, Kosmos 482 nació como una hermana gemela de la Venera 8, una sonda espacial soviética destinada a aterrizar en Venus y estudiar su superficie. Ambas formaban parte del programa espacial soviético, que ya había cosechado un éxito notable con Venera 7, la primera nave en enviar datos desde la superficie de otro planeta. Sin embargo, el destino de Kosmos 482 fue distinto: un fallo durante la ignición final del cohete impidió que escapara de la órbita terrestre.

La Unión Soviética, en aquel entonces, tenía por costumbre asignar el nombre Kosmos a aquellas misiones que no alcanzaban su objetivo interplanetario. Así, Kosmos 482 se quedó atrapada en una órbita elíptica alrededor de la Tierra. Su apogeo se situaba a más de 9.000 kilómetros, mientras que su perigeo, el punto más cercano a nuestro planeta, fue descendiendo lentamente con el paso de los años.

En junio de ese mismo año, la cápsula de descenso se separó de su nave portadora. Aunque en un principio se pensó que había sido un error de programación (como si el temporizador hubiese creído que ya estaban llegando a Venus), documentos posteriores revelaron que se trató de una decisión intencionada. Dos cuerpos distintos quedaron así en órbita: uno más frágil, que se destruyó en 1981, y esta cápsula compacta que ha resistido durante décadas.

Un artefacto diseñado para sobrevivir lo imposible

El verdadero motivo de preocupación no es tanto la caída en sí, sino la naturaleza del objeto que va a caer. No se trata de un simple pedazo de chatarra espacial. Kosmos 482 es, esencialmente, una cápsula reforzada para sobrevivir a condiciones que destruirían a casi cualquier otro artefacto. En su día, fue construida para soportar temperaturas superiores a 450 °C y presiones noventa veces mayores que las terrestres. Su estructura esférica y su recubrimiento de titanio estaban pensados para aterrizar en uno de los entornos más hostiles del sistema solar.

Ahora, ese mismo blindaje hace que la cápsula sea una de las pocas piezas espaciales con grandes probabilidades de sobrevivir intacta a la reentrada atmosférica. Según los expertos, si logra mantener su integridad (algo muy probable), alcanzará la superficie a una velocidad de unos 250 kilómetros por hora. Ese impacto equivaldría, en términos energéticos, a la explosión de un cuarto de kilo de dinamita. No es suficiente para causar un desastre a gran escala, pero sí como para provocar un daño significativo en un entorno urbano o incluso herir a personas si impacta en una zona poblada.

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La incertidumbre que mantiene en vilo a los astrónomos

A pesar del seguimiento constante que se realiza desde la Tierra, hay algo que ni la tecnología más avanzada puede prever con certeza: el lugar exacto donde caerá la cápsula. El astrónomo Marco Langbroek, uno de los mayores expertos en reentradas no controladas, ha explicado que ni siquiera el mismo día de la caída será posible saberlo con precisión. Actualmente se estima que ocurrirá el 10 de mayo, con un margen de error de aproximadamente un día y medio. Pero dentro de esa ventana de reentrada, las posibilidades son muchas.

La zona de posible impacto de esta sonda espacial soviética es inmensa. Abarca desde los 53 grados de latitud norte hasta los 53 grados sur, lo que incluye buena parte de Europa, Asia, América, África y los océanos que los rodean. Eso sí, las probabilidades apuntan a que caerá sobre el mar o en regiones despobladas, ya que el 70 % de la superficie terrestre es agua y buena parte del resto son áreas rurales o desérticas.

Aun así, no deja de ser inquietante. Las imágenes recientes obtenidas por telescopios y cámaras de vigilancia de la sonda espacial soviética muestran una forma alargada (posiblemente debido a un paracaídas desplegado hace décadas), aunque no hay seguridad de que ese sistema funcione todavía. De hecho, muchos expertos creen que se comportará más como un meteorito que como una nave espacial, con una trayectoria inclinada y prolongada, aunque no deje de ser algo alarmante para toda la comunidad científica que se mantendrá atenta los próximos días para comprobar dónde ha caído definitivamente.

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