EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘La Traviata’ sin Hugo de Ana

Se ha acabado la 37 edición de la Temporada d’Òpera del Teatre Principal

la traviata
La soprano Lana Kos y el barítono Simone Piazzola.

Se acabó la 37 edición de la Temporada d’Òpera del Teatre Principal de Palma y lo hizo de la peor manera posible: borrando del programa de mano el nombre del director de escena Hugo de Ana, destituido, aseguran, por el comportamiento poco ejemplar en los primeros ensayos. No ha trascendido la denuncia al completo; solamente unas frases sueltas, algunas sofocantes y entrando de lleno en el insulto políticamente incorrecto.

En Depredador (1987) se le escucha al protagonista esta frase: «Si sangra podemos matarlo», que si lo trasladamos a un ensayo sería algo así como «si duele, podemos mejorarlo». Hasta que llegó la corrección política.

Clausurada la Temporada, el gerente saliente, Josep Ramon Cerdà, colgaba en Facebook saludo de despedida con mensaje recordatorio: «Se acaban los buenos momentos vividos con La Traviata y otros no tan buenos», en clara alusión esto último al cese fulminante del argentino. ¿Era necesario? Es lo que se llama hacer leña del árbol caído. Hugo de Ana, por cierto, se fue autorizando utilizar sus aportaciones a pesar de no figurar su nombre en el programa de mano. ¿No podría haberse ahorrado Cerdà la segunda parte?

Les comento una anécdota, pero antes quiero dejar constancia de una frase que ha trascendido del expediente lamentando que el director de escena se había dirigido al coro diciendo algo así como «¡parece que andáis pisando huevos!» o el trato un tanto despectivo al reducido cuerpo de baile, y visto lo visto, por completo prescindible. Mediocres hasta el aburrimiento.

Ahora la anécdota. Siendo Maria Antònia Munar presidenta del Consell de Mallorca, Xisco Bonnín me pidió que escribiera un libro sobre los 20 años del Coro del Teatro Principal de Palma, cifrando los honorarios en 200.000 de las antiguas pesetas. Me pareció un insulto, así que le dije o un millón o no hay trato. Lo escribí en castellano y como la inmersión estaba en curso a velocidad de crucero, la traducción al catalán debía pagarla de mi bolsillo.

En la factura me encontré lo siguiente: 600.000 pesetas al traductor, para mí 400.000 y gracias. ¿Entienden de qué va el chollo de la inmersión?

El libro no se publicó, aunque se me hizo efectiva la propina. El gerente de entonces me llamó a su despacho. Sobre su mesa, el dossier de mi trabajo con la leyenda Top Secret. Me lo abrió y cerró en un abrir y cerrar de ojos pero lo suficiente para observar los tachones que había en mi manuscrito y que procedían de pasar el texto de mano en mano entre los cantaires.

Entonces era un coro de aficionados, con inclinación a pisar huevos que es lo propio de coro lírico dramático de provincias inmaduro para someterse a indicaciones de un director de escena emblemático. La polémica generada por mi texto se debía a señalar a Rafael Nadal –abuelo del tenista- como el referente máximo en el nacimiento del coro, lo que molestó mucho. Total, que amenazaron con montar un pollo si se publicaba el libro.

Vamos con La Traviata. Verdi conocía La dama de las camelias desde el mismo momento en que se editó (1848), leyéndolo en varias ocasiones.
El argumento tenía todos los ingredientes para generar un drama musical de envergadura, intenso de principio a final. Su inspirada partitura, escrita en un breve espacio de tiempo, rompió moldes y abrió caminos inexplorados. Pero no dejaba de ser teatro y en consecuencia necesitado de un director de escena. Así ha sido desde su estreno en 1853. Hay movimiento de masas y también hay escenas de un lirismo y dramatismo profundos que requieren igualmente de la mirada reflexiva del director de escena.

En el papel de Violeta estaba la soprano croata Lana Kos que el 2011 vivió su momento de inflexión al representar el personaje en la Arena de Verona y como cuentan las crónicas, «en una bella producción» –mira por dónde- «de Hugo de Ana», es decir, el despedido en el Principal. También tenemos que el barítono italiano Simone Piazzola (padre de Alfredo Germont) es ganador del prestigioso premio Abiatti de la crítica italiana, como también lo fue el argentino Hugo de Ana, y en sus compromisos recientes encarna el papel de Giorgio Germont en la Arena de Verona, Ópera de Toronto y Ópera de San Francisco. Esto explica la brillantez del cuadro primero del segundo acto, en mi opinión lo mejor de esta Traviata que regresaba al Teatre Principal de Palma, donde permanecía ausente desde abril de 2016.

Me parece justo destacar el rol de la soprano María Casado en el papel de Annina, la sirvienta de Violeta. Un papel secundario que ella engrandece. Su inmersión en el personaje es de un dramatismo profundamente sentido.
No puedo decir lo mismo de los movimientos de masas que carecían de la mano firme de un director de escena comprometido con el libreto y lo que no está escrito, pero que trasciende a través de la música. Del mismo modo que no acierto a ver que esta versión subraye «el triunfo del feminismo y la denuncia del patriarcado», como puede leerse en las notas al programa, por supuesto políticamente correctas, y metiendo con calzador un paralelismo entre la vida privada de Verdi y los hechos reales narrados por Dumas hijo.

En cualquier caso un enorme placer acceder a La Traviata, traducido: la extraviada, según la producción del Teatro Nacional de Zagreb que capta a la perfección esta obra maestra que consagra un drama contemporáneo. Y vuelvo a insistir: impagable el encuentro de Piazzola y Kos en la campiña, encarnados en Giorgio Gemont y Violeta Valéry.

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