Primero España

Me pregunto por qué el radicalismo ideológico, la mentira sistemática y la injusticia se han impuesto sobre el rigor, la sensatez, la verdad y los hechos. ¿Cómo es posible que tantos españoles sigan mirando hacia otro lado mientras la nación se desangra políticamente, institucionalmente, moralmente? ¿Cómo puede alguien que no esté poseído por ese fanatismo ideológico negar que la situación política de España exige un giro urgente, una catarsis profunda, un cambio integral en todos los órdenes?
España necesita una regeneración total. No pequeñas reformas, no maquillajes democráticos, no pactos tramposos: necesita una limpieza profunda. Y para ello hace falta valentía, hace falta patriotismo real, no el de los eslóganes vacíos, sino el que se demuestra defendiendo la ley, la unidad nacional, la verdad de los hechos y la dignidad del pueblo.
Porque lo que vivimos no es una simple crisis de Gobierno: es un proceso de descomposición institucional en manos de un Ejecutivo corrupto, ilegítimo en lo moral, sostenido por traidores y enemigos de España. Un Gobierno que ha hecho de la mentira su única estrategia de supervivencia. Un presidente como Pedro Sánchez, que se comporta como un sociópata político, dispuesto a todo con tal de permanecer en el poder: manipular, dividir, comprar voluntades, destruir consensos y dinamitar la convivencia. Un PSOE irreconocible, degradado, entregado al chantaje de los nacionalistas y al populismo más siniestro y hundido en
Y frente a esto, frente a este colapso democrático que ya no se disimula, me pregunto: ¿dónde está el Rey? ¿Qué está haciendo nuestro Jefe del Estado? Sé de sobra cuáles son sus límites constitucionales. No ignoro que su papel no es político, que está sometido a la neutralidad institucional. Pero también sé que hay caminos, discretos si se quiere, donde su voz puede -y debe- escucharse.
No pido gestos públicos, no pido que rompa su neutralidad formal. Pido, como tantos españoles, que en privado actúe como garante del espíritu constitucional que juró defender. Que haga saber a este presidente que no puede seguir vendiendo España al mejor postor. Que le advierta de que la unidad nacional, la soberanía del pueblo español y la integridad del orden constitucional no están en venta. Que le diga lo que millones de españoles decimos cada día: basta ya.
No es un reproche. Es una esperanza. Una esperanza legítima. Porque millones de españoles aún creemos en la Corona, aún creemos en la España que nos dejaron nuestros padres, aún creemos que hay una salida. Pero necesitamos saber que no estamos solos. Que también desde lo más alto del Estado hay quien no se resigna. Que también el Rey siente lo que sentimos muchos: hartazgo, indignación, dolor, pero también determinación para no rendirse.
Nuestro Rey, Felipe VI, ha sido durante años un ejemplo de discreción institucional, de prudencia y respeto a los límites constitucionales que encuadran su figura. Supo sostener con dignidad la Corona en tiempos convulsos, la defendió del acoso republicano y mantuvo la estabilidad del Estado cuando la amenaza separatista catalana puso en jaque a toda España. Aquel discurso del 3 de octubre de 2017 no se olvida. Fue valiente, fue necesario. Y fue, sobre todo, un punto de inflexión.
Por eso mismo, muchos españoles miramos hoy hacia Zarzuela no con reproche, sino con esperanza. Con la legítima esperanza de que vuelva a ejercer ese liderazgo moral que tanto se necesita. Porque el pueblo español necesita sentir que su Rey no es un espectador, sino un garante silencioso pero firme de la unidad nacional, de la legalidad constitucional y del sentido de Estado.
No pedimos que el Rey intervenga fuera de sus competencias. No pedimos que actúe como un político. Pedimos, sí, que ejerza su autoridad moral. Que en privado, como Jefe del Estado, recuerde a quien ocupa la presidencia del Gobierno que hay límites que no se deben cruzar, que hay concesiones que no se pueden hacer y que hay principios que no se negocian. Que la Constitución no se dobla para contentar a los enemigos de España. Que la soberanía nacional no se trocea para mantenerse en La Moncloa. Y que con la nación no se juega.
El Rey no tiene por qué callar ante la traición. No tiene por qué mirar hacia otro lado mientras se desmantela el Estado constitucional. Tiene, al contrario, el deber moral de representar la voz serena pero firme de la España que no se resigna. De la España constitucional, moderada, democrática, pero profundamente herida por la impunidad del poder y la corrupción institucional.
Hoy, más que nunca, necesitamos una figura de referencia. Y esa figura, por historia, por legitimidad, por vocación de servicio, debe ser Felipe VI. No como salvador de la patria, sino como garante de lo que aún queda en pie. Como conciencia viva del Estado. Como faro en medio de la tormenta.
España no puede permitirse más silencio. Porque cuando los buenos callan, los malos se envalentonan. Y si el Rey alza la voz —aunque sea en privado, aunque sea de forma velada—, millones de españoles sabremos que no estamos solos. Que aún hay esperanza. Que aún queda dignidad.
Porque no se trata sólo de política. Se trata de dignidad. Se trata de verdad. Se trata de salvar a España de una deriva destructiva que ya no es una amenaza futura, sino una tragedia presente. Estamos ante un Gobierno que ha vendido su alma —y la del país— por mantenerse en el poder. Ante un presidente sin escrúpulos, dispuesto a hundir el Estado con tal de salvarse a sí mismo. Y ante un PSOE que ha dejado de ser un partido constitucional para convertirse en un instrumento de demolición institucional al servicio de intereses oscuros.
Por eso, más que nunca, necesitamos una reacción. Una reacción del pueblo. De la sociedad civil. De todos aquellos que aún creen en España, en la libertad, en la justicia y en la verdad. Pero también una reacción del Estado. Y eso incluye a su más alta magistratura: la Corona. Porque si el Rey no puede frenar esta deriva, al menos puede marcar una línea roja. Puede recordarnos que hay principios innegociables. Puede demostrar, como ya hizo en 2017, que la Nación tiene quien la defienda.
España no está perdida. No mientras haya españoles dispuestos a luchar. No mientras haya instituciones que se mantengan firmes. No mientras la voz de la verdad no sea silenciada por completo. Y esa voz debe sonar cada vez más fuerte. Desde los balcones, desde los periódicos, desde las calles, desde el corazón de cada ciudadano libre.
Hoy más que nunca, España necesita verdad. Necesita coraje. Necesita alma. Y necesita a su Rey.
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