CRÍTICA

Festival de Pollença: la promesa cumplida, el virtuosismo y la aspiración artesanal

La 64 edición arrancó con el cartel de no hay entradas: coincidían la violinista neerlandesa Janine Jansen y la Camerata Salzburg

janine jansen
Janine Jansen, en el concierto inaugural del Festival de Pollença.

Abrir la 64 edición del Festival Internacional de Música de Pollença con el cartel de no hay entradas son maneras de reivindicarse a sí mismo como el líder que es en las manifestaciones culturales del verano mallorquín. No es para menos, en cualquier caso, atendiendo al cartel: coincidían la violinista neerlandesa Janine Jansen en inspirada plenitud y su reunión con Camerata Salzburg.

Por si había dudas de la buena sintonía, el gesto de complicidad en el bis mientras atacaban parte agitada de Las estaciones de Vivaldi nos dejaba bien claro la compenetración y el entendimiento, no en vano ella es una solista que regularmente colabora con Camerata Salzburg. El bis final de la Camerata, en cambio, fue la opción de seguir con la mirada puesta en Mendelssohn, el gran protagonista de la velada, regalándonos el scherzo de su primera sinfonía. Por cierto, esta visita a Pollença también cabe entenderse como parte de la celebración por el 70 aniversario de la Camerata.

Vayamos con el contenido del programa, todo él cargado de simbolismo, al coincidir Johann Sebastian Bach y Felix Mendelssohn. Abriendo estaba  la Ofrenda musical a 6 BWV 1079 en versión para orquesta de cámara. Esta pieza tiene un inmenso valor en sí misma, aunque tal vez aquí en el claustro de Sant Domingo estuviera para el subrayado del vínculo entre J S Bach y Mendelssohn, atendiendo al hecho de que a la muerte de Bach en 1750, su obra caería en el olvido hasta que ochenta años después  Mendelssohn fue a reivindicar aquel magistral legado, con el reestreno en 1829 de La Pasión según San Mateo. Además sirvió para despertar el interés por el barroco.

Esta manera de abrir el concierto algo tenía de hermanamiento entre ambos compositores, subrayando que el virtuosismo conecta directamente ambas obras de la primera parte. La Ofrenda musical me llevó, de inmediato, al contenido de Me llamo Bach, película suiza dirigida por Dominique de Rivaz estrenada el 2003. En ella, se narra el encuentro en Potsdam el año 1747 de J. S. Bach con Federico II rey de Prusia, amante de la música y gran admirador de Bach. El Rey le presentó al compositor un tema con trampa, a partir del cual se inspiró Bach para componer Ofrenda musical, colección de cánones y fugas. Una vez perfilada hizo llegar a Federico II el resultado con una leyenda con segundas intenciones: «El tema proporcionado por el Rey, con adiciones y resuelto en estilo canónico». Añadiendo en la nota la promesa de hacerle llegar el trabajo una vez finalizado. Promesa cumplida. 

En cuanto al tema elegido de Mendelssohn, el Concierto de violín Opus 64’ fue una obra expresamente escrita para Ferdinad David, un violinista alemán de gran virtuosismo con quien Mendelssohn mantuvo un contacto permanente mientras iba avanzando en su estructura. Fue literalmente, un diálogo entre virtuosos. Como dialogante igualmente fue el encuentro de Bach con Federico II. Pero regresando a Mendelssohn, es célebre lo que dijo el novelista y filósofo Johann Wolfgang Goethe al escuchar a un niño prodigio llamado Mendelssohn: «Lo que este pequeño hombre puede hacer improvisando está cercano al milagro. No podía creer que fuera posible a tan corta edad». Me permito entonces la asociación de ideas y celebrar el grado extremo de virtuosismo que hermanaba a Mendelssohn con Bach.

Desde el estreno en 1845 del Concierto para violín Opus 64 se considera esencial su dominio para todos los virtuosos del violín. Asimismo fue uno de los primeros conciertos para violín del romanticismo, destacándose su belleza melódica, su innovación estructural –por ejemplo, esa entrada del violín ya desde el inicio- y su profunda expresividad romántica. Viendo a Janine Jansen en acción nos engancha la solidez de su relato en permanente enfrentamiento a los incendios de alto grado de dificultad. También emerge su elegancia en el recorrido por las cuerdas y la sólida energía en cada paso de aquellos tres movimientos sin solución de continuidad.

Era, a cada instante, una conquistadora exhibición de virtuosismo. Otro de los paralelismos entre la Ofrenda musical y el Concierto para violín es el hecho de que ambas obras se crean a las puertas de la muerte de su autor.

La segunda parte quedaba reservada para escuchar la Sinfonía número 4 (Italiana) de Felix Mendelssohn, que es prácticamente contemporánea del reestreno de La Pasión según San Mateo que marcó el rescate de Bach y aquí se manifiesta el carácter artesanal del compositor, en el sentido de revisar permanentemente el desarrollo de la partitura, quedando pendiente una revisión final que nunca llegó. Su estreno en Londres recibió el favor del público, al tiempo que debido a parte de su contenido cabe inscribir la 4 de Mendelssohn en el camino de la música programática, en tiempos en los que permanecía abierto el debate con los  partidarios de la música pura.

Todo eso venía de alguna manera a complementar lo que nos disponíamos a escuchar en el claustro de Sant Domingo nada más comenzada la segunda parte, y que iba a centrarse en la excelencia del conjunto de cámara, nacido del feliz encuentro de profesores y alumnos del Mozarteum en 1954, y una de sus características que hoy permanecen vigentes es dejar emerger en el desarrollo de sus conciertos la personalidad de cada uno de sus miembros. 

En definitiva que ha llegado este Pollença 2025 con un regalo para el buen aficionado: dejar volar su imaginación, sobre las promesas cumplidas y el factor hipnótico del virtuosismo llevado a su grado más extremo. Con un bonus track: acceder a la aspiración artesanal tan presente en los grandes.

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