EL CUADERNO DE PEDRO PAN

En ‘La Forza del Destino’ subieron al podio Orfila, Kemoklidze y Di Giorgio

El estreno de esta ópera en el Teatro Principal tuvo algún que otro gafe y también nobles debuts, como el de Simón Orfila en el papel de Guardiano y del director musical, Gianluca Marcianò

La Forza del Destino
El estreno en Palma de 'La Forza del Destino' en el Teatro Principal.

La Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma se ha demorado casi cuatro décadas en incorporar a su historial La Forza del Destino, tal vez la obra más gafe, no sólo de Giuseppe Verdi, sino en todo el recorrido del género. Fue gafe por diferentes razones, bastantes de ellas relacionadas con el desarrollo creativo de la obra, aunque especialmente al producirse la muerte por hemorragia cerebral del barítono neoyorquino Leonard Warren, en el momento de interpretar el aria Urna fatale del mio destino, Egli è salvo! Giogia inmensa (una completa ironía), que se considera el aria de Verdi por excelencia para barítono. Otro barítono, aunque triunfaría como actor secundario en Hollywood los años 40 y 50, también murió por hemorragia cerebral en los años 60 del siglo pasado, mientras se representaba Madame Butterfly en el Opera House Theatre de Woodland (California), aunque le sobrevino la muerte en un palco, como espectador, de ahí que no cuente el infortunio como gafe para la ópera de Giacomo Puccini.

El barítono-actor secundario en cuestión era mallorquín de Palma, José Luis Moll, de nombre artístico Fortunio Bonanova, quien en 1932 tras el estreno de Careless Lady (contaba en el reparto con Jean Bennet) fue considerado «la sensación española en Hollywood». Un completo desconocido para nosotros…

El estreno en Palma de La Forza del Destino tuvo algún que otro gafe, y también nobles debuts, como el de Simón Orfila en el papel de Guardiano y del director musical, Gianluca Marcianò, principalmente. Debo confesar la duda que me absorbía sobre cómo me iban a sentar las casi cuatro horas de función, si bien llegado el final debo reconocer que comprobé que me había volado el tiempo, en especial por la agilidad del relato y la monumentalidad de la escenografía de Alfredo Troisi, tan felizmente ágil sin embargo. No lo he dicho, pero aquí estamos hablando de una producción de Teatro Sociale de Rovigo, de la región de Véneto, estrenada con gran éxito el año 2005.

Será o no será debido a ello, pero lo cierto es que en los papeles principales andaban instaladas voces italianas: la soprano Alessandra di Giorgio, como  Leonora; el tenor Francesco Pío Galasso (Álvaro), y el barítono Damiano Salerno (Carlo). A ellos venían a sumarse los españoles Simón Orfila en el papel del padre Guardiano, Toni Marsol como fra Melitone y Pablo López   como marqués de Calatrava, además de la sorprendente mezzo georgiana de Tiflis, Ketevan Kemoklidze, encarnando con absoluto desparpajo y una maravillosa solvencia interpretativa a la gitana joven Preziosilla. 

El resultado final fue la aclamación popular al elocuente trabajo de Orfila, a quien siempre acompaña el aura del divo, la solvencia de Di Giorgio y el brillo que adorna el trabajo de la mezzo Kemoklidze, con merecidos diplomas para Galasso (solvente tenor)  y Marsol, grato descubrimiento, este barítono catalán por su incansable capacidad para el sarcasmo.

En su estreno en San Petersburgo, el año 1862, se cuenta que el público no quedó satisfecho dado que se esperaba un libreto menos dramático, lo que a Verdi parece ser que tampoco le agradó, según se desprende del comentario al libretista Francesco Maria Piave: «Debemos buscar la forma de evitarnos todas esos muertes», aunque muchos muertos, los siguió habiendo, incluso en la versión definitiva del año 1869 estrenada en la Scala de Milán que es la que ha llegado a nuestros días. En palabras de Marcianò, «al menos en el drama de La Forza del Destino no se muere el tenor». Pero, hablando de los gafes que han acompañado la senda de esta obra, sí murió de repente la soprano que debía interpretar el papel de Laura en el estreno de Moscú, y el libretista Piave, enloqueció, antes de proceder a los cambios insinuados por Verdi. Eso explicaría el retraso de cuatro décadas en incluir esta obra en el historial del Principal de Palma, como ya había ocurrido con otros teatros.

Pese a ello, también en Palma hubo algún que otro gafe, incomprensible, y el primero de ellos la orden dada –sí, me consta- al coro para permanecer inmóvil en los saludos de despedida, cuando el papel del coro es soberbio y fundamental en el caso de Palma. Sobresaliente. Es justo decirlo, porque en pocas ocasiones los últimos años se ha vivido tanta excelencia. Otro gafe, a mi modo de ver, la falta de química entre Di Giorgio y Galasso en el primer y cuarto acto. ¡Hablamos de los apasionados amantes Laura y Álvaro! Los abrazos del primer acto más parecían una simple parodia kistch y la muerte solitaria de Laura en el cuarto acto, un completo sinsentido, teniendo en cuenta que por regla general el final acaba con el abrazo desesperado de los amantes en su dramática despedida de esta vida.

En cualquier caso, la presunta negativa a coro o de  uno de los dos a dejarse llevar por la pasión (parece ser que ella) dio como resultado una divina estampa, de gran impulso dramático, que me recordaba en cierto sentido las pinceladas iniciales, y luminosas, de Miguel Ángel en los frescos de la Capilla Sixtina, subrayando el caminar de la amada hacia la luz que tanto me recordó esa maravillosa imagen final de María Giménez bailando hacia el abismo en El lago de los cisnes, coreografiado por Roland Petit para el Ballet Nacional de Marsella, y que vimos en la Temporada de Ballet de Palma a finales de los 90. Impactante, por cierto, el escenario convertido literalmente en un lago gracias a esa pizca de agua en la que chapoteaban los pasos de danza, dejando abierto el fondo para que la bailarina principal pudiera precipitarse al vacío y así, literalmente, desaparecer de escena.

Volviendo al estreno de La Forza del Destino el año 1869 en la Scala de Milán, allí por primera vez se escuchó la obertura, atípicamente encajada entre el primer y segundo acto. Una obertura en la que sobresale esa maravillosa melodía que se repite fugazmente a lo largo de la trama como inspirado leitmotiv de la tragedia. No es casual que la obertura sea material habitual en el repertorio sinfónico.

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