EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘Búho’ de Titzina Teatro, una reflexión sobre la memoria perdida

La temporada de otoño del Teatre del Mar arranca este fin de semana con lo nuevo de esta compañía

El texto de Diego Lorca y Pako Merino es un maravilloso documento literario, pero que necesita de las tablas para adquirir consistencia dramática

búho
La temporada de otoño del Teatre del Mar arranca este fin de semana con 'Búho, lo nuevo de Titzina Teatro.

El otoño acaba de cerrar la puerta del verano, enviando a los dominios de la memoria el recuerdo de efemérides sobresalientes, como el 62 Festival de Pollença, todo él una exquisitez, o también la soberbia versión en danza de Carmina Burana por la compañía húngara, Szeged Contemporary Dance.

No quiero olvidarme del Festival de Deià, que en su 45 edición ha reunido momentos diversos entre los que mediáticamente ha destacado el paso de Chuchito Valdés por varios de sus escenarios, amén de la afortunada idea de invitar al histórico Gino Castelli a cantar en la casa de Robert Graves.

Ahora es el turno de las temporadas de otoño, incluyendo Rayuela 2023, festival itinerante de artes escénicas que celebrará su tercera edición en el Teatre del Mar entre finales de noviembre y comienzos de diciembre, pero también en esas mismas fechas la Orquestra Simfònica Illes Balears-OSIB recibirá al fin la Capsa de Música, flamante sede en propiedad, que seguro marcará un antes y un después en el día a día del sinfonismo balear.

De todo ello iré hablando a su tiempo, pero ahora mismito toca hablar de la temporada de otoño del Teatre del Mar, que se inicia este fin de semana con el regreso de Titzina Teatro, ausente de la sala de El Molinar desde 2018, creo recordar, cuando presentó con éxito La Zanja, segunda de las cinco producciones de la compañía desde su fundación en agosto de 2001. Hay una conexión directa entre Titzina e Iguana Teatre (anfitriona del Teatre del Mar) puesto que los fundadores de ambas compañías pasaron por la Ecole Internationale de Théâtre Jacques Lecoq. Y si hablaba al comienzo de «los dominios de la memoria», ahí tenemos la coartada de Búho, lo nuevo de Titzina Teatro que se representa los días 22, 23 y 24 de septiembre y pocas fechas antes de acudir a los Teatros de La Abadía en Madrid.

Cabría preguntarse por qué Titzina en 22 años ha producido tan solo cinco espectáculos o como ellos los definen, «actos teatrales». La mejor respuesta nos la daba recientemente el director de la Sala Beckett de Barcelona: «Una compañía de cocción lenta». Diego Lorca y Pako Merino, uno catalán, otro santanderino, son el alma fundacional de Titzina y ambos suben a escena cada tarde-noche este fin de semana en Palma. Ellos nos dan la clave de su metodología: «La escritura en equipo define una característica propia, que surge de procesos de investigación y de observación, llevando a reflexionar sobre los asuntos cotidianos». Porque, en efecto, de asuntos que nos tocan de cerca va, invariablemente, su fondo argumental.

En este caso concreto, la reflexión era además un imperativo, puesto que la idea original se produce a mediados de 2020, el año de los confinamientos.
El punto de partida es accidental, puesto que refiere descubrir la noticia del director de orquesta que padeció una amnesia extrema, incapaz de recordar las notas más allá de los siete segundos. Imagino la toma de conciencia del tándem Lorca-Merino: ¿En realidad, qué somos si desparece la memoria?

Tras un dilatado proceso de cocción llegará la idea central de Búho, que tiene en la pérdida de memoria el eje central de la reflexión compartida, al ser ambos copartícipes de la idea, la creación, la dirección, la dramaturgia e interpretación. Igualito que Mucha Muchacha en Para Cuatro jinetes, cosa en modo danza-woke, vista recientemente en el Teatre Principal y bastante discutible. Ahora, en cambio, sí que hablamos del trabajo compartido desde la reflexión en profundidad y honestidad intelectual. La sinopsis nos refiere a un antropólogo forense, Pablo, que se ha especializado en los yacimientos paleontológicos. Repentinamente, sufre un accidente que le provocará una amnesia severa. Lo que sigue es una aproximación emocional a la soledad de quien no es lo que era, sencillamente porque no recuerda quién fue.

El detalle de marcar la atención en el antropólogo forense es una genialidad sobrevenida y desconozco si intencionada. Porque la pérdida de memoria a lo que apunta en este caso concreto es al pasado remoto; tanto como decir, las mismas raíces del pensamiento; del descubrimiento de quiénes somos. ¿Acaso no hay mayor drama que enfrentar al espectador con su identidad?
Antes de continuar, me parece oportuno acudir a la reflexión de un docente, crítico y titiritero nicaragüense, David J. Rocha Cortez, que vio la obra en el Festival de Teatro Hispano Salvadoreño: «El trabajo con el tiempo y con los espacios de la ficción son puntos que sobresalen en esta historia que no está contada de forma lineal; de manera que sobre el escenario, vemos una enmarañada trama de acciones que nos llevan a un ir y venir constante».

En efecto, este es el quid de la cuestión, subrayado por la intencionalidad de Lorca y Merino: «Transportar al escenario, lo más destacable del ser humano, a partir de adentrarse en la vida de otras personas».

Curiosamente, el espectador se siente cómodo en este relato discontinuo, al identificarse espontáneamente con el profundo drama que subyace. Incluso acepta la figura onírica del búho –maravillosamente recreada-, puesto que sus evoluciones en la oscuridad, su fantasmagoría, es la virtual recreación de la nada inconsciente y sin embargo perceptible que acompaña la pérdida de memoria; esa otra manera de vivir, sin vivir, según los parámetros de la normalidad que percibimos y que lleva al personaje de Pablo a recrearse en pautas autómatas conviviendo con la sensación de no realidad contemplada por el público desde el silencio intransferible de su introspección.

El texto de Lorca y Merino es un maravilloso documento literario, pero que necesita de las tablas sí o sí para adquirir consistencia dramática. Realidad, frente a virtualidad, en definitiva. Esa realidad ficticia, que solo en el teatro adquiere su perfecta y majestuosa conjugación. No disfruté. Sencillamente sentí la fuerza de unos argumentos expuestos como un collage dejándole al espectador la prerrogativa de ratificarlos como una emoción compartida.

Bueno, lo cierto es que sí disfruté desde el momento en que amanecían una y otra vez situaciones que me llevaban a la observación y el entendimiento de una realidad que hoy no es la mía pero que mañana podría serlo.

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