¡Claro que el colapso económico es culpa del socialismo!
Los últimos datos sobre la evolución del empleo han sido catastróficos. Por primera vez en cinco años, más de cuatro millones de personas están en paro, hay más de 900.000 trabajadores afectados por los expedientes de regulación temporal, gran parte de los cuales no volverá a ingresar regularmente en el mercado laboral, las cifras de afiliación a la seguridad social son decepcionantes y más de cien mil empresas han echado el cierre, con la pérdida correspondiente de ingresos públicos. Todo es un perfecto desastre. ¿Y quién es el culpable de todos estos hechos tan desagradables?
El diario El País, que es la voz del Gobierno, que ahora pide una intensificación de las ayudas económicas y sociales “sin titubeos”, y que se reclama novedosamente partidario de apoyar directamente a las empresas, ¡a buenas horas!, concluye pese a todo que el colapso económico español no es culpa del Ejecutivo que padecemos. ¡Claro que sí! Aun siendo obvio que el virus llegó de China y que no fue inventando por el señor Sánchez -aunque su imaginación retorcida y sus políticas deletéreas promueven algo mucho peor que la pandemia- el presidente del Gobierno es el directo responsable de que el diferencial negativo de España en términos de crecimiento de la producción, de aumento del paro y de destrucción de tejido productivo sea tan elevado en relación con nuestros socios.
Somos sin género de duda el peor país del mundo desarrollado en todos estos indicadores y el Gobierno no puede salir indemne de la responsabilidad que tiene en todo este fregado por haber incurrido en un déficit público mucho mayor que el resto y por haber destinado los magros recursos de que disponía en políticas ineficientes. A denunciar estos hechos palmarios es a lo que debería dedicarse el PP del señor Casado en lugar de atacar a Vox; a rememorar después de tanto tiempo el ‘Váyase señor Sánchez’ que aconseja la catarata de datos tan desalentadora para la esperanza del país en un porvenir mejor.
Entre los indicadores más terroríficos, está el índice de paro juvenil, que supera el 40%. La izquierda, tan venenosa como de costumbre, ha logrado establecer una relación de causa efecto entre la falta de expectativas de los jóvenes y la violencia desatada en las calles, preferentemente en las de Barcelona, tratando así de exculpar estas demostraciones de barbarie y de criminalidad por el desarraigo y desafecto hacia la clase política y hacia la democracia en general de estos chicos «esencialmente inocentes». En definitiva, por la falta de expectativas de la juventud, que así quedaría absuelta de sus desmanes.
Pero yo tengo una pregunta para estos progresistas que blanquean la violencia, de estos intelectuales del percebe y del caviar gratis siempre seducidos por la revolución en busca del pretexto y del perdón sobre los hechos criminales cotidianos. Y la cuestión es esta: ¿Por qué, si sois tan socialistas y albergáis tan nobles intenciones, no os preocupáis de promover las políticas capaces de dar trabajo a vuestros hijos y nietos en lugar de abocarlos al uso de los cócteles molotov?
Los jóvenes y demás han perdido toda esperanza de encontrar un puesto de trabajo en este país por cuestiones suficientemente estudiadas y probadas por la ciencia económica: un aumento del salario mínimo descomunal que ciega cualquier posibilidad de que los recién acabados los estudios y las personas menos cualificadas consigan un empleo que disipe su frustración y los haga sentirse útiles; un reforzamiento del poder sindical destinado a proteger a los afiliados en lugar de a la gente en situación más precaria, incapaz de ser ocupada con una retribución acorde con el valor añadido y la productividad que ofrece; una educación en la que los alumnos aprueban sin estudiar, que ha dilapidado cualquier atención al mérito y al esfuerzo; un programa general de subsidios que desalienta por completo la búsqueda de empleo, pues la renta pública obtenida, ahora complementada con el ingreso mínimo vital, es más competitiva que el salario correspondiente por estar empleado prestando un servicio a la humanidad.
La lista de las políticas contrarias al fomento del empleo de la izquierda sería tan larga – y vamos a obviar en este caso las fiscales- que sólo cabe reunirla en una sola frase, la que debería repetir todos los días la derecha, y en particular la derecha acomplejada del señor Casado: el socialismo no crea puestos de trabajo, es una máquina de destrucción sistemática del empleo y de las empresas que lo generan, es una bomba de relojería contra la prosperidad y el bien común.
¿Quién ha encendido siempre la mecha del paro en este país, quién se ha mostrado invariablemente impotente para alumbrar puestos de trabajo a pesar de haberlos prometido con y sin campaña electoral? ¿Quién ha sido el partido más acreditado en conducir a la economía española a los peores indicadores coyunturales del momento en términos de déficit público, de endeudamiento general, de magro crecimiento, y de inflación elevada a lo largo de la historia? No hace falta que busquen la respuesta en Google. Ya les contesto yo a todas estas preguntas: EL SOCIALISMO.
Les daré un simple dato. Cuando Felipe González se fue de la Moncloa en 1996 dejó 12 millones de ocupados. Cuando se marchó Aznar en 2004 casi 18 millones de españoles tenían un empleo. Cuando se fue González, el déficit público era del 7% del PIB, el paro superaba el 20% y la inflación estaba disparada. Aznar se marchó integrando a España en la unión monetaria y el euro, habiendo arreglado previamente todos aquellos desaguisados.
Pero como el socialismo en su versión más radical y hermanada con el comunismo sigue en el poder, las expectativas de que la situación económica mejore de manera estructural son vanas. Claro que la economía, que sigue despeñándose hacia terreno abisal, con una caída prevista del PIB cercana al 1,5% en el primer trimestre, rebotará en la segunda parte del año. Faltaría más, después de la mayor contracción de la actividad desde 1936. La cuestión es si podemos esperar, más allá de un rebote, una recuperación en toda regla. La respuesta es no, y una vez más el culpable será el Gobierno.
Las subidas de impuestos, la inseguridad jurídica permanente generada por el Ejecutivo con la propuesta de quitas a las deudas contraídas por las empresas con aval estatal, o a cuenta del mercado de la vivienda entrañan un robusto efecto disuasorio de la inversión exterior que tanto necesita el país. No existen precedentes en los países desarrollados de una economía que haya superado una crisis con más gasto, con más impuestos y con más regulaciones como las que están en marcha. Con menos flexibilidad y con más intervencionismo. Con un reforzamiento de la apuesta por lo público en lugar de por una inclinación franca, sincera y potente en favor del sector privado.
El Gobierno del inefable Sánchez parece fiar el cambio de rumbo del país a la recepción de los 140.000 millones de fondos europeos. Por ahora no hemos visto un euro. Y los que lleguen estarán condicionados a reformas estructurales que están en las antípodas de las pregonadas por la coalición socialcomunista. Más aún, la evidencia empírica refleja una incapacidad crónica de la Administración española para ejecutar los recursos inyectados por la UE -en promedio sólo ha logrado emplear el 30% de los fondos durante los dos primeros años de puesta a disposición, llegando a consumir el 70% en el séptimo año, que es el último para hacerlo-.
Para sacudir y desembarazarse del ambiente declinante en el que se encuentra inmersa la economía del país es preciso recuperar la confianza, que es la única base sólida para empujar el consumo y la actividad empresarial. Nada de esto tiene visos de suceder, sino todo lo contrario. El Gobierno está ligado a unos prejuicios ideológicos, a unas pretensiones acientíficas y a unas ambiciones descabelladas que juegan justo a la contra de las que convendrían para impulsar la recuperación. Es cierto que Sánchez no nos ha traído el virus, que viene de China, pero el tumor que ha inoculado en la política, en la economía y en la sociedad española es mucho más duradero y letal. Sencillamente, no hay a la vista vacuna alguna capaz de combatirlo.