Islamofascismo: desafío político
Las últimas masacres cometidas por fundamentalistas islámicos, sean del bando que sean, en Kabul, Niza u Orlando vuelven a poner encima de la mesa el debate sobre cómo definir la barbarie de estos criminales. La pregunta que sigue estando encima de la mesa y a la cual es difícil dar respuesta es: ¿Se trata de una guerra o no? ¿Existen bandos opuestos? A pesar de lo que queremos admitir, la historia reciente nos enseña que los ataques terroristas islamofascistas contra las democracias liberales y occidentales no han remitido, al menos, desde la caída del Sha de Persia y la ascensión al poder del ayatolá Khomeini en 1979 y desde la traición de los talibanes dirigidos por Bin Laden contra sus benefactores norteamericanos en 1989. Llegó a su momento más dramático con el atentado de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de Nueva York donde perdieron la vida más de 3.000 civiles en 2001.
‘Islamofascismo’, término clave
El terrorismo fundamentalista islámico es transversal y, cuando hablamos de su intención de extinguir las democracias a través de masacrar a sus habitantes, es totalmente insignificante que los terroristas sean seguidores del yerno o del suegro de Mahoma, que son las dos vertientes principales en las que se dividen los grupos islamofascistas. TODOS tienen el mismo objetivo único: aniquilar nuestra LIBERTAD.
Como a todos los que intentamos mirar este drama con objetividad, me cuesta admitirlo pero no puedo negar la evidencia de que nos enfrentamos a una guerra del islamofascismo contra las democracias occidentales de tipo liberal. La guerra contra la libertad de expresión, de circulación, de culto, los derechos y garantías individuales, la igualdad de género y el derecho al trabajo y a disfrutar de la vida como nos apetezca con el respeto a los demás. Se trata de una guerra a la felicidad, a la tolerancia. NO es verdad que con admitir que es una guerra hacemos el juego de los terroristas. Sencillamente, podemos buscar soluciones desde la objetividad, sin miedo a llamar a las cosas por su nombre.
El islamofascismo, la rama contemporánea del fundamentalismo islámico, se originó en 1928, con la creación de la más duradera de las organizaciones islamofascistas: la Hermandad Musulmana; no casualmente junto con el fascismo de Benito Mussolini y el nazismo de Adolf Hitler. Pocos saben que en esos años fueron aliados directos desde sus orígenes hasta la debacle nazi-fascista, pero el fundamentalismo islámico nunca sufrió la derrota definitiva que sí se les propinó a los nazis y fascistas alemanes, italianos, japoneses y sus aliados. Nunca se le otorgó la importancia clave en los equilibrios de poder mundiales. Por lo tanto, no hacía falta eliminar el problema… ¡Supuestamente NO eran un problema!
¿Que hay detrás de tanto odio?
No existen motivos de venganza histórica hacia las democracias occidentales por el pasado colonialismo; la sola existencia de libertades públicas es lo que detesta el fundamentalismo islámico. Es de vital importancia comprender que los ataques actuales contra civiles no tienen relación con pasados hechos históricos, sino con la directa negación de su derecho a ser ciudadanos libres. Hasta que no comprendamos y aceptemos esta realidad que los islamofascistas expresan con total libertad y transparencia, no podremos defendernos.
Incluso el conflicto con Israel tiene que ver con ser una democracia. Desde la creación del Estado de Israel en 1948, la raíz del conflicto árabe-israelí y palestino-israelí ha sido la existencia de Israel como democracia en Medio Oriente, no su política exterior. La negación del derecho de Israel a existir comenzó, por parte del islamofascismo, el mismo día de la independencia israelí. No quiero, ni mucho menos, justificar los excesos que el gobierno de Israel ha cometido infligiendo un sufrimiento a menudo injustificado, pero la base del odio hacia ellos se debe al hecho de ser una democracia y defender las libertades como cualquier otra democracia occidental.
La guerra con el islamofascismo comenzó hace mucho años, pero nos comportamos como Stalin en junio de 1941 cuando no podía creer que Hitler lo había atacado. Él nunca se tomó en serio la amenaza alemana, nunca se hubiera podido imaginar que ese loco bigotudo iba a atacar la todopoderosa patria rusa. Nosotros seguimos incrédulos viendo como día tras día siguen los atentados y se suceden en los lugares más típicos de nuestra vida normal y ya nos resignamos a que nos pueda pasar a cualquiera. Paradójicamente, Putin comprende en la actualidad mucho mejor que Obama la amenaza islamofascista. Putin es consciente de que Rusia está siendo puesta en jaque por el islamofascismo como lo fue Stalin por el nazismo 70 años atrás.
¿Es ésta la Tercera Guerra Mundial?
Hay muchas semejanzas que se reflejan en el objetivo de los islamofascistas de conquistar el mundo y en la interpretación extremista del Corán, que supuestamente lleva a la opresión de las mujeres, exterminio de los homosexuales, conversión de los cristianos, eliminaciones de la libertad. Similitudes con lo que pasó en el Tercer Reich.
Frente al nazi-fascismo, el paladín de la libertad fue Winston Churchill, quien pasó el relevo al presidente Roosevelt, quien a su vez lo legó, en su lecho de muerte, al presidente Truman, quien puso punto final a esta amenaza, junto a sus aliados.
La victoria obtenida por Churchill y la liderada por Estados Unidos para ganar la batalla al comunismo años después —culminada con la instauración de las democracias en los países de la vieja URSS— deberían llenarnos de optimismo frente al reto monstruoso que nos presentan estos nuevos asesinos en serie.
Hoy en día, en la lucha contra el islamofascismo no existe un líder que posea la voluntad y genere el consenso suficiente como para dirigir la batalla. No hay un Churchill ni un Eisenhower. Aquellos líderes que con más claridad denuncian la amenaza no gozan del consenso como para ser seguidos. Quienes sí gozan de ese consenso poder no denuncian ni enfrentan con claridad la amenaza. El principal desafío que plantea el islamofascismo a las democracias liberales no es religioso o el militar. Es el político.
Las democracias occidentales tendrán que empezar a unir fuerzas y demostrar voluntad firme para luchar contra el islamofascismo con fuerza y unidad. La voluntad no es, ni será nunca, suficiente. Pero es un comienzo.