Asamblea Mundial de la Salud

La OMS desempolva el miedo nuclear: éste es el estudio de los efectos sanitarios de una guerra atómica

Estados Unidos realizó más de 60 ensayos en las Islas Marshall, con consecuencias aún presentes para la población

OMS: efectos sanitarios de una guerra atómica
Julio de 1946: se forma una nube de hongo tras una prueba de la bomba atómica en las Islas Marshall.
Diego Buenosvinos

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Quemaduras internas sin contacto directo con fuego, cánceres infantiles multiplicados por diez, agua y alimentos contaminados durante décadas, abandono forzado de ciudades enteras, generaciones marcadas por mutaciones genéticas. No es una distopía futura: son los efectos reales que dejaron accidentes nucleares como Chernóbil (1986) o Fukushima (2011), ambos causados por fallos civiles, no por bombas. Y aun así, sus secuelas siguen presentes.

¿Qué podría esperarse entonces si decenas o cientos de ojivas nucleares fueran detonadas en zonas urbanas? La respuesta corta es: el colapso. Colapso del sistema sanitario, colapso ambiental, colapso social. El humo y polvo generados por las explosiones podrían oscurecer la atmósfera global, interrumpiendo cultivos y generando una hambruna masiva: el llamado invierno nuclear. Una sola bomba podría matar a cientos de miles en cuestión de segundos; una guerra total arrasaría naciones y generaciones.

Con este telón de fondo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decidido retomar un tema que había dejado aparcado durante casi cuatro décadas: el análisis de los efectos que una guerra nuclear tendría sobre la salud humana y los sistemas sanitarios. La última vez que lo hizo fue en 1987. El encargo, aprobado este lunes en la Asamblea Mundial de la Salud, fue promovido por 86 Estados miembros, aunque no sin polémica.

La resolución tuvo que someterse a votación —algo inusual en este foro, que suele operar por consenso— debido a la fuerte oposición de algunos países. Rusia, apoyada explícitamente por Corea del Norte, pidió la votación, en la que finalmente 14 países votaron en contra y 28 se abstuvieron, entre ellos Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Polonia, Turquía, Pakistán e India.

Efectos nucleares

Los impulsores del informe alegan que los conocimientos científicos y tecnológicos han avanzado lo suficiente como para permitir un nuevo y más completo análisis de los impactos de un conflicto nuclear. Entre ellos se encuentran países insulares como Islas Marshall, Samoa y Vanuatu, algunos de los más afectados históricamente por pruebas nucleares durante el siglo XX. Estados Unidos, por ejemplo, realizó más de 60 ensayos en las Islas Marshall, con consecuencias aún presentes para su población.

Desde que la amenaza nuclear de la Guerra Fría se desdibujó en los años noventa, la OMS dejó de elaborar informes sobre estos riesgos. El último, sobre armas nucleares y salud ambiental, data de 1993. Pero el deterioro del panorama geopolítico —con amenazas directas, modernización de arsenales y nuevas potencias armadas nuclearmente— ha reactivado la preocupación mundial.

¿Pruebas autorizadas?

Las críticas de los países opuestos a la resolución argumentan que esta tarea sobrepasa las funciones sanitarias de la OMS y que supone una carga financiera excesiva, justo en un momento de crisis para la organización. Pero organizaciones civiles como la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear —galardonada con el Nobel de la Paz en 1985— han celebrado la decisión como un paso necesario y urgente.

«Nos complace que la gran mayoría de las naciones reconozcan la importancia de actualizar estos estudios fundamentales», declaró Charles Johnson, director de políticas de dicha asociación. Para él, los recientes acontecimientos subrayan la necesidad de que la OMS proporcione «pruebas autorizadas y actualizadas sobre el riesgo que supone una guerra nuclear para la supervivencia humana y la estabilidad de los sistemas terrestres».

El mensaje es claro: mientras el mundo redobla sus tensiones, la comunidad internacional comienza a reconocer que mirar hacia otro lado no es una opción. Reabrir el debate sobre las consecuencias sanitarias de una guerra nuclear no es alarmismo, es prevención.

Consecuencias

Una guerra nuclear tendría consecuencias devastadoras para la salud humana a corto, medio y largo plazo. Las personas expuestas directamente a las explosiones sufrirían quemaduras térmicas graves, lesiones oculares por la luz intensa, daños auditivos y pulmonares por las ondas de choque, y una mortal exposición a la radiación ionizante. Quienes sobrevivan al impacto inicial enfrentarían una situación caótica: sistemas sanitarios colapsados, hospitales destruidos, falta de medicamentos esenciales y profesionales de salud afectados o desaparecidos.

El riesgo de infecciones masivas, enfermedades respiratorias por la inhalación de partículas radiactivas, y la imposibilidad de recibir atención médica adecuada convertiría cualquier herida o patología común en potencialmente letal.

A largo plazo, la población sufriría un incremento exponencial en casos de cáncer —especialmente leucemias, cáncer de tiroides, pulmón y mama— además de trastornos cardiovasculares y neurológicos inducidos por la radiación. Las mujeres embarazadas expuestas tendrían altas tasas de aborto espontáneo y malformaciones congénitas en los recién nacidos.

Se estima que la inseguridad alimentaria causada por la contaminación del agua, los suelos y los cultivos daría paso a hambrunas prolongadas, desnutrición severa y migraciones masivas. Las secuelas psicológicas, como el estrés postraumático, la ansiedad crónica y la depresión, marcarían a generaciones enteras, especialmente en niños que crecerían en un entorno sin recursos, sin servicios básicos y con un trauma colectivo de destrucción y pérdida.

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