La única forma de mejorar la Sanidad es privatizarla
La sanidad es uno de los principales problemas para los españoles, así lo revelan los últimos Barómetros del CIS en los que, junto con el paro, la corrupción, la política y la economía, la sanidad es una de las cuestiones que más españoles detectan como un problema. También se encuentra entre los problemas que más afectan personalmente a los encuestados, en tercera posición sólo por detrás del paro y la economía. Sólo el 19,8% de los encuestados piensan que nuestro sistema sanitario funciona bien, el 64% dice que habría que subir los impuestos para mejorar la financiación de la sanidad y la inmensa mayoría, si pudiese elegir, dice que acudiría a un centro sanitario público; lo que se desmiente totalmente en la práctica, ya que cuando pueden elegir realmente, los funcionarios del Estado, cuerpo jurídico y militares, escogen en más del 85% el modelo de provisión privada.
Esto me recuerda a una pareja amiga que, cuando salimos en grupo y cada uno pagamos lo que consumimos, sólo toma cerveza; pero cuando pagamos a escote siempre consumen las ginebras premium más caras. Imaginaos que millones de españoles acordásemos pagar a escote la cena y las copas del próximo sábado; adivináis lo que pasaría ¿verdad? Efectivamente, el incremento de la demanda sería brutal —así como las indigestiones e intoxicaciones etílicas—. Nadie se conformaría con la caña y el pincho de tortilla que consume habitualmente y todos exigiríamos productos gourmet hasta reventar. Pues esa es la sanidad española, tenemos un servicio de buena calidad, pero a un coste desorbitado, ya que los usuarios no tenemos ninguna influencia en cómo se organiza. Son los políticos quienes, en función de sus intereses electorales, deciden cuánto se gasta y cómo se organiza. Pero ojo, nadie te paga tu sanidad, te la pagas tú, con tus impuestos, a escote, haciendo media con todos los españoles, sin poder decidir ahorrar o gastar más eficientemente.
En las últimas semanas, las mareas blancas le han estallado en la cara a la socialista Susana Díaz a quien no le ha quedado más remedio que descabezar a toda la cúpula de su Consejería de Sanidad y ordenar frenar todas las fusiones hospitalarias previstas en Andalucía, presionada por los profesionales y usuarios de la sanidad andaluza de la mano del médico Jesús Candel, el famoso Spiriman. Hace unos días, el consejero de Sanidad extremeño, José María Vergeles, a las órdenes del médico forense socialista, Guillermo Fernández Vara, comunicó su intención de devolver algunas competencias sanitarias al Estado, para lo cual planteó la reforma del Estatuto de Autonomía. Y es que, junto a Cataluña, inmersa en su locura de corrupción envuelta en sedición, Andalucía y Extremadura son las comunidades que más retroceden en la calidad de su sanidad en los últimos años.
Las medidas de contención de gasto tan sólo se sostienen si son neutras para los políticos. Si hay desgaste electoral, se acaba el ahorro y continúa el despilfarro. Antes de la crisis, en 2007, el gasto sanitario público era de 60.000 millones de euros; en 2014 —último año con datos de gasto real conocido— gastamos 62.000 millones y todo apunta a que en los dos años siguientes esta cifra ha aumentado. La única forma de mejorar la sanidad es privatizarla, devolvernos a cada español los 1.400 euros al año que nos cobran de media por ella —5.600 €/año a una familia de cuatro miembros— y permitirnos decidir a cada uno qué queremos hacer con ellos. Sólo así se podrá ahorrar para mejorar su eficiencia y se asignarán los recursos correctamente para mejorar su eficacia.