La UE se degrada, no Juan Guaidó

La UE se degrada, no Juan Guaidó

Abochorna a cualquier ciudadano europeo de bien que los ministros de Exteriores de la UE hayan dejado de considerar a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela para tratarlo como simple interlocutor privilegiado. Abochorna porque los mismos ministros de los mismos gobiernos a los que se les llena la boca a la hora de dar lecciones de democracia y Estado de Derecho a Bielorrusia o a la misma Rusia, se han degradado con lo ocurrido como referentes de uno valores morales que presumían defender. La prueba está en que quien más ha celebrado, brincado y descorchado ha sido la extrema izquierda de medio mundo, desde la española, pasando por la francesa o alemana, para acabar con el propio dictador Maduro.

La torpe decisión de la UE es un contrasentido porque si, por un lado, admite que las elecciones legislativas del pasado mes de diciembre en Venezuela fueron una farsa y no válidas, no puede dejar de reconocer la cámara parlamentaria existente hasta el mismo momento de consumar el fraude, es decir, la encabezada por el propio líder político ahora defenestrado por las élites progresistas en Bruselas. Mucho más coherentes han sido los gobiernos del Reino Unido y EEUU que a día de hoy siguen reconociendo a Guaidó como presidente interino del país.

Incluso el Parlamento Europeo, el único órgano de representación popular que existe en todo el entramado comunitario, se pronunció a favor de mantener el estatus de Juan Guaidó. Un claro ejemplo de que las posiciones europeas no emanan de la voluntad popular, sino de la camarilla que entre bastidores toma decisiones a espaldas de la mayoría de los ciudadanos.

La otra pregunta que cabe hacerse es qué pasará con todos los embajadores venezolanos que representaban al gobierno de Juan Guaidó en la UE tras dejar de ser reconocido como tal. ¿Les revocarán sus credenciales? Supongo que desde el palacio de Miraflores estará frotándose las manos el tirano caraqueño para que así ocurra, mientras se dejan tirados a todos quienes soñaban, y todavía sueñan, con una Venezuela sin represión, sin persecución y sin torturas.

La excusa de la negociación política entre las dos partes propuesta por los blanqueadores del régimen, como el expresidente Zapatero, ahora Borrell en Bruselas, y toda la corte de comunistas instalada en la actual Moncloa, no sólo es pura farsa, sino que produce auténtica vergüenza para quienes aspiran con libertad en Venezuela. No hay que olvidar que Maduro está acusado ante la Corte Penal Internacional de crímenes contra la humanidad y que la propia ONU le responsabilizó en su último informe de la muerte de 7.000 personas a través de sus ‘camisas pardas’, es decir, esas milicias urbanas sufragadas por el régimen para causar el terror en la población como el instrumento de acción violenta por parte de su movimiento comunista.

Por todo ello, no cabe negociar ni con Maduro, ni ninguno de sus cómplices, acusados de imponer la tortura sistemática y violar los derechos humanos de sus ciudadanos. Esta semana tuve ocasión de dialogar con la activista venezolana, Tamara Suju, encargada de presentar ante el Tribunal Internacional hace ya unos años las pruebas documentales y testimonios de que Maduro es uno de los más sanguinarios sátrapas que ha conocido el mundo contemporáneo en los que llevamos de siglo. Y todo, en nombre del progresismo.

La activista venezolana me contaba como hace ya cuatro años presentó ante el Senado de España las evidencias de que tres españoles habían sido víctimas de torturas y vejaciones por parte del régimen del dictador Maduro. El objetivo era que la Comisión de Asuntos Iberoamericanos estudiara los hechos y los pusiera, llegado el caso, en manos de la Fiscalía. Ni usted, ni yo hemos vuelto a saber nada de todo aquello. Grave error que contrasta, por poner un ejemplo, con la firmeza con la que la clase política británica y estadounidense combatió el ‘apartheid’ de Sudáfrica en los 80, o los gobiernos occidentales europeos la represión comunista en Polonia y la de otros países de la órbita soviética. Aquí en España sólo aparecen los profetas de la democracia cuando se trata de hablar del Chile de Pinochet, la España de Franco o la Argentina de Videla.

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