La traición de dos chulos de bolera

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Al ufano y estirao Pedro Sánchez le ha salido una réplica que pá qué, como dicen los clásicos del parqué. No se puede perpetrar una humillación más brutal que la que Puigdemont, este gerundense fugitivo, lanzó el jueves contra el presidente del Gobierno español y, por ende, contra todo nuestro país. No se cortó un pelo (y mira que tiene muchos) este forajido que ha puesto de rodillas a la cuarta o quinta potencia de Europa. Está mal el fondo de su exposición, pero aún está peor la forma.

Fueron unos modales de arrabal argentino con un desafío como éste: «Les he hecho venir a rendirse a Suiza». Supongo que el sosias de Sánchez, el pobre mendrugo navarro que atiende por Santos Cerdán, habrá -digo yo- sentido una cierta vergüenza. Viaje tras viaje en la absoluta clandestinidad para que al final tu interlocutor se te orine en el abrigo y te trate, no ya como un criado, sino como un siervo de la gleba.

Sánchez sabemos que es un desahogado que, con tal de permanecer pegado al sillón de La Moncloa, es capaz de cualquier fechoría, incluidas las más abyectas que se puedan suponer, pero este pobre Cerdán, de vendepeines por Bruselas y Zurich. ¿Va a tener el arrojo de regresar a su pueblo, Milagro, sin que los mozos le echen al pilón? Ya no aparece por allí, pero no parece que se vaya ahora a beber potes en Semana Santa a la Ribera del Ebro.

Pugdemont, un malhechor de la peor especie, se ha ocupado de colocar a Sánchez en una choza como si fuera una mascota pasajera, ni siquiera un can de paseo. Se ha permitido el tipo avanzar que todo lo que hizo en el 2017 lo va a volver a repetir y esta vez con la aquiescencia del Estado español, porque aquí ya aquel golpe de Estado ha quedado definitivamente sin castigo: los dineros públicos que utilizaron él y su ralea, la malversación en suma, se ha quedado sin punición; la rebelión que inundó las calles de Barcelona tampoco se contempla; y la sedición es una excrecencia legal que ha pasado a peor muerte. En resumen: un desacato auténtico a una de las naciones más importantes de la Unión Europea, y desde luego la más antigua de ellas.

Se ha ciscado Puigdemont en todo lo que representa la España histórica y ya ha anunciado que, cuando se le ponga en la melena, va a cruzar por el paso de La Junquera y se va a presentar como un héroe porque, ésa es otra: del fugitivo cobarde que cometió un delito hace seis años ya no queda más que un mal recuerdo para los habitantes dignos de este país; él va a venir al país que detesta para que sus muchos seguidores le ovacionen como un renacido Julio César. Y lo hará, para mayor inri, asegurando que su desideratum separatista está muy próximo, que él lo ha datado para 2027, el año en que culminará su estrategia criminal de dejar a España en las raspas.

Poco a poco, los secesionistas nos han venido robando todas nuestras competencias institucionales, políticas y administrativas. Queda una última y principal, la Hacienda, pero ya se han encargado los hermanos separados de Esquerra Republicana de exigir que se la enviemos sin demora, que si no nos castigarán de nuevo. Más de cincuenta mil millones a la buchaca de estos delincuentes porque ¿alguien duda de que la ministra Churri de Hacienda, la mentirosa Montero, va a despojar al Estado de español de su primacía fiscal para mandársela al los chantajistas? ¿A qué no?

El próximo hurto –ya lo verán, desgraciadamente– es doble: nuestra relación exterior y, claro está, la Corona. Se trata de un hurto, que no un robo, porque deriva de aquella involución violenta de 2017 cuando todos los enviados especiales de chulo infrascrito se echaron a la calle para amedrentar a todos los que se oponían a su designios. Tras la Hacienda llegará el acoso y derribo a la Corona, que ya se está organizando sigilosamente para que, llegado el momento oportuno, sea rechazada y sustituida por una república naturalmente gobernada por el fugitivo y sus cuates.

Parece que ese instante, ese minuto en que Puigdemont y su ejército delincuencial cortarán la cabeza al Rey de España no se producirá nunca, pero es tan previsible como posible: ellos, además, no lo disimulan y presumen así ante los humillados: «Decían que no iban a conceder indultos, se concedieron; decían que no eliminarían la sedición y la malversación y se eliminaron, se dijo que no transigirían con la amnistía, y transigieron; ahora -repiten a coro- nos queda la autodeterminación y tragarán con ella». No pueden ser más claros: el Gobierno de cobardes y envilecidos mira a otra parte, usa de señuelos tramposos como el de la mujer de Feijóo, pero se prestan a la vejación presente y a la venidera. Y esto por dos razones: la primera, porque están sometidos al yugo de los torturadores; la segunda, porque están de acuerdo con ellos.

No, no es una especulación, Sánchez y su tropa se encargan de repetirlo a diario o semanalmente en la sede de lo que hasta ahora ha sido la soberanía nacional y que, por culpa de este individuo, ya reside en Waterloo. Y eso por poco tiempo, porque en días, más que en meses, el héroe de la destrucción nacional, Carlos Puigdemont, acompañado de su rendido colega, hollará la tierra hispana, la que nuestros antepasados multiseculares se dejaron el alma y los cuerpos en construir. Va quedando nada. Estamos ante la descomunal traición de un par de chulos de barrio que, encima, se mofan de nuestra debilidad.

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