En torno a la reunificación del centroderecha
La emergencia de Cs, por un lado, y Vox, por el otro, dividieron la representación política del espacio de centroderecha hasta entonces asumido en exclusiva por el PP. Ahora es constante la apelación a la necesidad de reunificar en torno a él lo que en su día estuvo unido, como condición necesaria para ganar a la izquierda en unas próximas elecciones generales.
Parece una premisa acertada, dada la penalización que la Ley Electoral provoca sobre todo en provincias con menos escaños en juego; a diferencia de lo que sucede en las grandes circunscripciones como Madrid, Barcelona o Valencia, entre otras, donde con solo superar el listón del 3% de los votos emitidos, la asignación de diputados es prácticamente proporcional al escrutinio conseguido.
La cuestión a resolver es cómo hacer que lo que es necesario —la reunificación— sea posible. Conviene no olvidar que los votos no son de los partidos, sino de los votantes, y si un día decidieron cambiar de opción política, habrá que conocer la causa que les llevó a esta dispersión del voto para darle remedio.
El análisis de la serie histórica electoral confirma que la gestión del Procés fue el catalizador que precipitó la fuga de votos hacia Cs en las dos elecciones autonómicas catalanas de 2015 y 2017 que, a su vez, impulsaron al partido naranja al Congreso de los Diputados, cuando hasta ese momento limitaban su presencia al Parlament de Cataluña. Hubo otras causas que influyeron, como la corrupción y el desgaste lógico ante una crisis social y económica que exigió grandes sacrificios, pero lo decisivo fue el Procés.
Pese a ello, el PP ganó claramente las elecciones, aunque sin mayoría, tanto en 2015 como en 2016, y, en este caso con un 33% del voto, muy por encima de lo obtenido en los dos últimos comicios generales de 2019, ambos ya con la nueva dirección. La salida del PP del Gobierno en junio de 2018 por la moción de censura, había cambiado el escenario político y su dirección, con unos malos resultados —como recordamos— muy alejados de los obtenidos en toda la historia del partido. En febrero de 2019 se produjo la famosa «foto de Colón» que hundió al PP, y proyectó en las elecciones del 28-A a Cs y Vox, este último ausente del Congreso hasta ese momento. A partir de entonces, los naranjas siguen la desdichada tradición de los partidos centristas en España desde la UCD, pasando por el CDS, CiU y la frustrada «operación Roca».
Tras el desaguisado de Murcia, el actual PP ha decidido optar por la reunificación con Cs «desde la base», con unas formas poco edificantes para la ética pública, y rompiendo las costuras del pacto contra el transfuguismo. En Madrid pronto veremos el éxito de la operación, en el bien entendido de que allí el voto va al «PP de Ayuso», en principio no alineado con la violenta ruptura con Vox, con quien parece mantiene una fructífera colaboración.
La refundación del PP fue obra de Fraga. Sin él no hubiera sido posible, ya que fue el único capaz de conseguir unificar en el nuevo proyecto a la Coalición Popular —AP, PDP y UL— con democristianos y liberales. Para tener credibilidad en este intento, primero hay que acreditar generosidad y capacidad de realizarlo en tu propio partido, y no parece que eso esté garantizado por los que atribuyen los resultados cosechados a la «herencia recibida», a un partido «que ya no existe», o a la sede de Génova.
El PP debe tener presente que, frente a grandes logros desde el Gobierno —muy en especial, evitar el rescate y superar con gran éxito la crisis económica— nuestros votantes han castigado, además de lo que percibieron como una débil respuesta al Procés, el no haber derogado con la mayoría absoluta otorgada, leyes como la de la Memoria Histórica, la del aborto de 2010 o las de la ideología de género. Por ello, esos votantes no van a volver sin más.
Por último: en Cataluña el Procés ha dinamitado los puentes con el centroderecha nacionalista; lo que, sumado al PNV, es un lastre estructural que dificulta el triunfo del centro-derecha nacional.