¿Tiene remedio la desunión?

¿Tiene remedio la desunión?

Me plantea un joven e inteligente lector la conveniencia de dedicar un artículo a la división y desunión interna que vemos día a día en las instituciones. Se refiere el lector a toda forma de división interna a nivel mundial: desde la ruptura de la UE hasta las discordias entre partidarios y detractores de “los dos Papas”, pasando por la ruptura de los grandes partidos (basta ver los últimos días la discordia mostrada entre los expresidentes socialistas a cuenta del visitante Guaidó: Felipe y los atlantistas apoyándole, Sánchez y Zapatero esquivándole). El tema no es sencillo, y el lector que me lo planteaba lo sabe. Me pedía que pensase sobre el asunto, y procurase ofrecer un diagnóstico y algún tipo de solución. Tal vez un tema así escapa a la tensión de una columna semanal en un medio digital marcado por la trepidante actualidad. Pero se puede intentar:

De un tiempo a esta parte, veo en las instituciones dos males que pueden estar en la raíz del problema: la tendencia al totalitarismo, que se traduce en una mayor intolerancia con el disenso; y la infidelidad a las raíces. Ambos males son dos aspectos de una clara degeneración de las instituciones.

Para que se comprenda, basta ver el ejemplo de nuestros dos grandes partidos. Ambos han evolucionado hacia una mayor concentración del poder. El PP de Aznar estuvo gobernado con mano más férrea que la AP de Fraga, pero todavía se daba espacio a los barones a cambio de que no tocasen la dirección nacional. Luego llegó Rajoy y sometió incluso a los barones. En el PSOE, por su parte, dicen los viejos que el nivel de pluralidad y discusión en el comité federal eran mucho mayores con Felipe que con Sánchez. Recientemente Bono decía que el poder del Secretario General a nivel interno del partido (tras reforma de estatutos lograda por Pedro) era mucho más intenso ahora que el que tuvo Felipe en su tiempo. Normalmente, dicho control férreo suele conllevar un nivel importante de intolerancia con el disidente: se favorece a los jóvenes procedentes del aparato (con o sin grandes méritos fuera de la política), y los disidentes son echados fuera, donde hasta la aparición de nuevas fuerzas hacía mucho frío.

Por otra parte, a medida que las instituciones envejecen, el carisma inicial que las fundó suele ser progresivamente ahogado por la burocracia. Un fenómeno que no podemos decir que sea de total abandono de las esencias, pero si de lo que Max Weber llamó rutinización del carisma en la estructura burocrática. Es así como en la UE se pierde el espíritu de los fundadores, en el régimen del 78 se va olvidando la concordia fundacional, o en los partidos se va “traicionando” el sustrato ideológico. Unida esta infidelidad a la incapacidad para gestionar el disenso (consecuencia en realidad de la misma burocratización), lo normal es que produzca una reacción defensiva por parte de los disidentes. Y es así como, en los ejemplos propuestos, surgen los nuevos partidos, o se alimenta el Brexit y el sentimiento euroescéptico (aunque también se logren importantes cotas de disciplina interna).

Estas dos causas tal vez nos pueden dar un camino de solución: sumar requiere retomar los ideales esenciales y ser capaz de aunar el entusiasmo de muchos dando mejores cauces a la disidencia. Si se lograse recorrer ese camino de regeneración carismática frente a la degeneración burocratizadora, creo que se podría solucionar, al menos en parte, la desunión interna que hoy afecta a muchas instituciones.

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