Tercera edad, exclusión y tecnología

Tercera edad, exclusión y tecnología

El caso de Carlos San Juan, de 78 años, y su campaña ‘soy viejo, no idiota ha conmovido a todo el país, no solo por el despliegue mediático, o por recaudar más de 500.000 firmas a su favor, sino porque en él vemos reflejados a nuestros padres, abuelos y todos esos mayores despreciados por el sistema.

Y aunque los bancos han querido hacer ver el caso como algo puntual, las cifras no mienten: en 2021, el 54% de los municipios de España se ha quedado sin sucursales bancarias. Y por si esto fuera poco, las sucursales que han sobrevivido al cierre se han visto envueltas en reformas decorativas que buscan dar una imagen de banca moderna y ágil (impersonal), y que han sido financiadas con recortes de hasta el 50% de su personal.

Se calcula que cada sucursal bancaria cuenta en promedio con una cartera de 5.660 clientes, y tan solo 6 empleados para gestionarlos. Si un empleado de caja tan solo atendiera al 10% de los clientes, solo con eso tendría que trabajar 12 horas diarias. De ahí la necesidad de los bancos de implementar una “estrategia” de digitalización de sus servicios.

Sin embargo, el ‘detalle’ que extrañamente no incluyó la “estrategia”, es que un gran porcentaje de sus usuarios quedarían excluidos del mundo digital. ¿De verdad nadie pensó en ello?

Por desgracia, este problema no es exclusivo de los bancos. La misma problemática se puede aplicar a las compañías tecnológicas y no tecnológicas, la administración pública, los supermercados, y cualquier negocio que cuente con un e-commerce.

El gran efecto de la pandemia fue propulsar aquellos negocios ya estaban digitalizados, y eliminar a todos aquellos que no lo habían hecho. Hoy existen comercios que solo despachan pedidos hechos a través de su app.

Así que por donde lo veamos, cada vez se va estrechando más el círculo tecnológico para las personas mayores, y esto trae consigo una serie de consecuencias morales devastadoras que no tienen reversa, tales como sentirse inútiles, relegados, no valorados, burlados, impotentes, etc.

Pero el problema no se queda allí, a partir de no hace muchos años los grandes gurús del internet vaticinan que las nuevas desigualdades ya no serán únicamente sociales, sino que además serán tecnológicas. Esto quiere decir que aquellos no sepan desenvolverse dentro de un entorno digital (sin importar la edad) serán los nuevos parias de la sociedad. Y esto será aplicable tanto en la vida personal, como laboral.

Por ello, las empresas (grandes y Pymes), el gobierno, las asociaciones y cada uno de nosotros estamos en el deber ético de pensar como incluir a este colectivo que en España representa la nada despreciable cifra del 19.9% de la población.

Si empezamos a trabajar en una estrategia de inclusión tecnológica para la tercera edad, con una formación adecuada para que los mayores tengan los conocimientos básicos para moverse en el mundo actual, creo que por ende reactivaríamos un sector de la economía que no esta participando digitalmente, y además lograríamos que estas personas se sientan más útiles ante la sociedad. Esto no es otra cosa que dignidad humana.

Soy una convencida de las bondades de la tecnología, y trabajar hacia un futuro digital incluyente, diverso, plural y equitativo requiere un gran trabajo y compromiso por parte de todos; de nada nos sirve velar por la conservación el medio ambiente, si al mismo tiempo no incluimos a su recurso más preciado: la vida humana.

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