La sucia trastienda de los ‘Papeles de Pandora’

Cada año, un consorcio de periodistas en el que en España participa el diario El País se conjura para impulsar la caza del rico. Que es similar a la caza del zorro en Inglaterra, porque cargan con toda la caballería. A estos efectos publica una serie de Papeles, los de Panamá, los del Paraíso y ahora los de Pandora fruto de sus discutibles investigaciones. En ellos, una serie de personajes conocidos del mundo de la política, del mundo empresarial, de la literatura y de las artes salen mal parados por cumplir con la principal obligación de todo contribuyente, que es la de pagar los menores impuestos posibles.
Los cínicos intelectuales de izquierdas defienden que los impuestos son buenos e inobjetables porque sólo así se pueden sufragar las infraestructuras, la sanidad pública o la educación y que cuanto más altos mejor. Pero esto a mí me parece motivo de controversia. Por ejemplo, yo no consumo ningún servicio público. Ni la sanidad, ni el transporte ni mis hijos la educación, pues uso habitualmente proveedores privados. En cambio, pago impuestos prohibitivos para que el resto disfrute de todos estos servicios a precios de saldo sin obtener contrapartida alguna.
Los ahora publicados Papeles de Pandora han sacado a relucir el ahorro fiscal que muchos personajes conocidos habrían obtenido durante los últimos años. Mi primera reacción al conocer las revelaciones ha sido la de sentir una envidia sana por ellos, porque lo notable del asunto es que todos estos descubrimientos, o más bien, que la mayoría de ellos da cuenta de actividades perfectamente lícitas, desarrolladas a través de sociedades legales con el propósito ejemplar de evitar la confiscación a la que los gobiernos de todo signo someten a sus súbditos.
Aparentemente, el objetivo de estos periodistas de trinchera es combatir la corrupción. Pero esto es sólo es la apariencia. Lo cierto es que con el pretexto de combatir la corrupción su interés primordial es destrozar la reputación de personajes famosos como Julio Iglesias, el ex primer ministro británico Tony Blair, el rey de Jordania, y así casi todos los demás sin aclarar que la mayoría de estos iconos no ha vulnerado el Derecho, que las sociedades que en algún momento de su vida han gestionado sus propiedades se han ajustado a las normas establecidas y que han liquidado sus impuestos, los menos posibles, donde les correspondía.
Algunos, como el presidente de Chile, Sebastián Piñera, eran multimillonarios antes de acceder al Gobierno -y no creo que haya más mérito ni mayor acto de generosidad que dedicarse a la política en estas condiciones-. Otros, como el propio Blair, Obama, Clinton y demás -porque ni Aznar ni González han salido en los papeles-, han ganado mucho más dinero lícito fuera de la política que dentro y han seguido la inclinación natural de toda persona bien constituida mentalmente a pagar los menores tributos a que estaban obligados, es verdad que los que ellos mismos establecieron en su momento. Su único pecado en todo caso habría sido el cinismo, y quizá un punto de hipocresía. De todo esto han escrito antes y mucho mejor que yo el editorialista de The Wall Street Journal Joseph C. Sternberg, así como el escritor y político Elliot Abrams en la revista conservadora americana The National Review. A ellos debo mi mínima contribución al espectáculo.
Pero yendo al grano, cuando un conglomerado de periodistas se cree capaz de impartir justicia planetaria en el combate contra la corrupción debería dedicarse a ello con ahínco. Porque, en efecto, en los paraísos fiscales se esconden fortunas amasadas ilegalmente producto del latrocinio o del narcotráfico. Lo que vemos en estos papeles por tercera vez, sin embargo, son personajes conocidos en busca de refugio y de cobertura para ser saqueados al mínimo por los aparatos fiscales de todas las naciones desarrolladas con el pretexto de financiar un estado de bienestar mastodóntico que podría dar mejores frutos si fuera gestionado por el sector privado.
La praxis de estos señores periodistas es además irregular porque, al efecto de iluminar sus reportajes, han incluido la ubicación de las propiedades que han adquirido algunos personajes implicados en los hechos, como por ejemplo Julio Iglesias -que lleva décadas viviendo fuera de España- comprometiendo su seguridad personal sólo por el prurito morboso de vender más y alcanzar mayor repercusión mediática.
Nunca este clan de periodistas falsamente ejemplares nos ha dicho cómo ha obtenido datos tan sustanciosos. Yo sospecho que no ha sido de manera ordinaria, a través de las fuentes habituales entre los profesionales de la información, incluso de los que consiguen exclusivas. Todo esto tiene la pinta de una alianza a gran escala, seguro que con intereses espurios y puesta en bandeja vaya usted a saber por qué clase de servicios secretos o como mínimo inconfesables.
Me parece que, si el propósito del consorcio es combatir la corrupción, la premisa inicial sería definirla previamente. Esto no se ha hecho en ninguna de las publicaciones de los papeles sucesivos citados. Y creo que esto es así porque el deseo final que anima a este clan es el de trasladar el mensaje generalizado, del agrado de la opinión pública, de que los ricos no pagan impuestos y que generalmente roban, que es uno de los leit motiv de la izquierda. No lo digo a humo de pajas. Lo digo porque conozco a la izquierda mejor que a mi madre, y esto es lo que piensa, y no la bajarás de la mula jamás.
Estoy igualmente convencido de que hay un propósito último y definitivo detrás de todos estos Papeles y es el de persuadir a la gente de que es necesario subir los impuestos, que hay que incrementar la presión fiscal -como si ya no fuera punitiva-. Pero el coste para la economía de cerrar las lagunas fiscales que permiten a la gente, a unos más que otros, pagar los menores impuestos legales sería terrible. Significaría renunciar a cantidades ingentes de inversión a cambio de unos ingresos extra ridículos que en nada ayudarían a arreglar nuestras urgencias presupuestarias y desgraciadamente harían el sistema económico mucho menos eficiente.
El consorcio de periodistas sublimes en favor de la transparencia universal -exigida a todos menos a ellos- y de un combate impostado contra la corrupción es en realidad un consorcio en favor de una mayor presión fiscal a nivel mundial. Y no les quepa ninguna duda de que este objetivo está debidamente subvencionado por los agentes privados y los gobiernos que lo comparten, que, cómo no, están dirigidos en estos momentos por la izquierda, desde Estados Unidos a España.
Pero más allá de lo dicho, el propósito tácito de este consorcio de periodistas autocomplacientes es la producción masiva de resentimiento entre la población, y es sabido que bajo esta tara moral no se puede construir ninguna obra decente. Esta es la verdadera trastienda de los papeles de Pandora: unos periodistas activistas en favor de la subida de impuestos en el mundo -que parece que van ganando la partida-, unos periodistas activistas en contra de que el capital se mueva sin restricción alguna -algo que sería excelente para el bienestar general- y unos periodistas activistas interesados en atizar la envidia masivamente, en el triunfo del mal sobre el bien.