Soy asesino: me identifico como mujer y voy a una cárcel de mujeres

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Escalofriante el artículo del New York Times sobre un hombre que pasó décadas en prisión por matar a dos mujeres. Sensible al espíritu de los tiempos (como suelen hacer los oportunistas, psicópatas o no), se autoidentificó como mujer mientras estaba en la cárcel. El tipo no salió hasta los 83 años, pero pudo acceder a una plaza en un centro de acogida (ya saben que sólo existen para mujeres) a pesar de las objeciones de su personal y de las otras mujeres hospedadas, que no lo veían claro. Después de unas semanas decapitó a otra mujer y ahora se encuentra, cómo no, en una prisión de mujeres en Nueva York porque se ve como tal y el mundo se lo tiene que creer. Afirma ser tan mujer como cualquiera a la que le hayan asignado ese sexo al nacer. Así que…

En la zona del mundo llamada Occidente, abierta, liberal e inclusiva, se pone en valor lo estrambótico por encima, no ya del mero sentido común, sino también de la ciencia y de la biología. Por ello es mujer cualquiera que diga serlo. Y, en medio de este sinsentido, nos crecen los psicópatas como este asesino en serie de mujeres cuyos sentimientos e identidad eran, según él mismo declaraba, más importantes que los de «todas las demás mujeres que le tenían terror». Le faltó tiempo para realizar la profecía autocumplida de todo el mundo y cargarse a otra de forma muy violenta.

En California, uno de los lugares donde lo woke disfruta de más predicamento, si un hombre decide de repente que es una mujer nada de su pasado va a tenerse en cuenta. Y, si va a una cárcel de mujeres, no importará si los crímenes por los que se le encierra pueden afectar a las mujeres con las que compartirá celda. Da igual si encontró su yo auténtico, su sexo de verdad, una semana después del arresto, la condena del tribunal y la sentencia.

Todo se centra en algo que llamarán su «dignidad», y en su «derecho» a que se acepte, sin molestarle con dudas, su identidad de género. No sólo eso. Va a recibir recursos médicos para su «afirmación de género», incluida la depilación por electrólisis y el aumento de senos. Cosa que las prisioneras, que son tan tontas de estar conformes con su sexo de nacimiento, no podrán hacer por hirsutas que sean ni, aunque les duela la espalda, tendrán derecho a hacerse reducciones de senos. Nadie, ni siquiera los guardias, podrán quejarse de su comportamiento porque estos hombres especiales requieren trámites especiales y es muy farragoso. Mejor no apoyar a las mujeres y su obstinación con denunciar la realidad. Si lo hacen corren el riesgo de perder la libertad condicional y enfrentarse a otros castigos.

Y a mí lo que me indigna no es que pueda haber sueltos asesinos en serie que se aprovechan de unas condiciones concretas para realizarse y florecer como tales. Lo indignante es que políticos, medios y establishment en general nos hayan llevado a esta situación sin ni siquiera plantearse si no es una locura o el daño que pueden causar al ciudadano. Y ya no digamos a la moral y a la inteligencia pública.

El movimiento transgénero defiende e impulsa ideas grotescas y aún así ha obtenido la bendición del Estado en un número creciente de países en todas partes del planeta.

Salvo un porcentaje de casos que la medicina y la ciencia pueden determinar (y sabemos que nunca hay nada perfecto), todo lo que envuelve la problemática trans es básicamente pseudociencia. No hay nada material y tangible. Por ello no hay forma de utilizar los instrumentos de la razón para conocer la verdad de todo el asunto, si es que hay alguna.

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