Un socialista escribe sobre Primo de Rivera

Un socialista escribe sobre Primo de Rivera

“Su conducta en la prisión era liberal, cariñosa. En las horas de encierro tejía sueños de paz: esbozaba un gobierno de concordia nacional y redactaba el esquema de su política. Temía una victoria de militares. Eso era, para él, el pasado. Lo viejo. La España del siglo XIX prolongándose, viciosamente, en el XX. Él había ido a injertar su doctrina, confusa, en las universidades y en las tierras agrícolas de la vieja Castilla. Su seminario estaba constituido por discípulos de aulas y laboratorios, y por jóvenes de la gleba. Su escepticismo por las armas, que le atraían por otra parte, debía tener antecedentes familiares. El respeto y la devoción por su padre no excluían en él la crítica de los errores en que incurrió. Él, capitán de hombres jóvenes, proyectaba cosa distinta. De momento, para salir de la guerra, un gobierno de carácter nacional…”

Quien así escribió sobre José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española (FE), fusilado con 33 años en la cárcel de Alicante al amanecer del 20 de noviembre de 1936, fue Julián Zugazagoitia Mendieta, destacado dirigente del PSOE, director del órgano del partido, “El Socialista”, diputado en Cortes y ministro de Gobernación en el gabinete del también socialista Juan Negrín durante la Guerra Civil.

La cita pertenece a su imprescindible Guerra y vicisitudes de los españoles, escrito en su exilio en París inmediatamente después de la contienda y publicado en Francia y Argentina. En su libro, Zugazagoitia llega a reproducir el testamento de Primo de Rivera, con su célebre frase: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se ver­tiera en discordias civiles”.

“Es un documento sobrio y sereno, que no carece de sincera emoción. Aquella que le da el trance en que ha sido escrito”, dice Zugazagoitia, quien reconoce que el testamento llegó a manos del ministro socialista Indalecio Prieto. Sobre el proyectado gobierno de concordia nacional que imaginó José Antonio en la cárcel de Alicante, solo apunta a que figuraba el propio Prieto como ministro de Obras Públicas.

El dirigente socialista dedica en su libro varias páginas a los momentos finales del fundador de Falange, con precisión no exenta de emoción. “Cuando le llega su hora, su templanza es perfecta”, escribe. También cuenta cómo interpela a los miembros del pelotón de ejecución: “¿Verdad que vosotros no queréis que yo muera?”, ante lo cual éstos cruzan entre sí sus miradas en silencio.

¿Por qué se ejecutó a Primo de Rivera? Nunca supo nadie contestarme satisfactoriamente”, confiesa Zugazagoitia, quien menciona la división en el gobierno del socialista Francisco Largo Caballero a la hora de aprobar la ejecución de la máxima pena. El propio Prieto llamará “animal” a Largo Caballero por haber concedido el “enterado”, según contaría en sus memorias el que fuera segundo de FE, Raimundo Fernández-Cuesta, también encarcelado, a propósito de un encuentro que tuvo con Prieto antes de ser canjeado a mediados de 1937.

Zugazagoitia admitiría que él mismo defendió el canje de Fernández-Cuesta en el consejo de ministros y que supo después por Negrín y Prieto que éste trataba de abrir negociaciones de paz con el dirigente falangista para poner fin a la guerra fratricida. El propio Negrín frustró el intento, según el periodista bilbaíno.

Zugazagoitia, que aseguraba desconocer los detalles del proceso contra Primo de Rivera, hizo en su libro de memorias una valoración desapasionada del mismo: “Presumo, sin embargo, que la sentencia fue excesiva, ya que el delito de que debía responder Primo de Rivera se había producido con anterioridad a la insurrección de los militares. Se le condenó, no por lo que había hecho, sino más bien por lo que se supone que hubiese hecho de encontrarse en libertad…”.

“El único beneficiado con su ejecución fue Franco que, con juicio de Dios o de los hombres, se iba quedando sin competidores”, sentencia el periodista bilbaíno, partidario de canjear al fundador de FE por el hijo de Largo Caballero, hecho prisionero mientras hacía la “mili” en el regimiento de transmisiones de El Pardo, pasado casi al completo a los sublevados por la sierra madrileña.

86 años después de su fusilamiento -cuando un gobierno socialista se aprestaba a utilizar de nuevo propagandísticamente, como hizo Franco, los restos de Primo de Rivera, intento frustrado por la familia-, las palabras de Julián Zugazagoitia sobre su adversario se alzan como un himno de humanidad por encima de odios pasados, actuales o futuros.

En otro mes de noviembre frío y sin alma, cuatro años después de la ejecución de Primo de Rivera, Zugazagoitia se enfrentaría con 41 años a otro pelotón de fusilamiento, el de los vencedores, en el madrileño cementerio de la Almudena, después de haber sido detenido en Francia por la Gestapo y entregado a las autoridades franquistas.

No conocemos las últimas palabras de Zugazagoitia ante el piquete, pero sí las que pronunció en su postrer alegato ante el consejo de guerra que lo condenaría a muerte, en un momento lleno también de templanza: «Recogiendo las frases de Pascal en que decía que había que saber mirar al sol y había que saber mirar a la muerte, yo prefiero mirar al sol».

Ojalá que algún día algunos comiencen por fin a mirar a todas las muertes de la Guerra Civil, las causadas por uno y otro bando, para aprender la noble lección de Zugazagoitia.

Lo último en Opinión

Últimas noticias