El socialdemócrata a palos atenta contra la Constitución

El socialdemócrata a palos atenta contra la Constitución

Y si le conviniera para su supervivencia sería del Partido Comunista del Niño Jesús o de Falange Auténtica, que seguro que están legalmente registrados. No se asombren: en el cómputo general de asociaciones raras, unos descarados alaveses que ya habían formado un grupo de rock se fueron un día al tal Registro y se convirtieron en propietarios de esta marca: “Lametón en el frenillo”. Carezco de más información, pero en este país ni cabe un tonto más, ni un desarrapado más. Tampoco, para el caso, unos cachondos más.  Por ejemplo, este asombroso Pedro Sánchez Castejón que ahora, y por estricta necesidad, se ha afiliado a la socialdemocracia. En horas -lo comprobarán ustedes- saldrán en tromba sus hooligans, sus descerebrados e incultos voceros, a comparar la conversión de Sánchez con la que celebraron en su día y en Bad Godesberg, los socialistas germanos de la mano de un tal Wehnen, que fue uno de los pocos ciudadanos de la República Federal que se enfrentó en la guerra con los nazis, desde luego mucho más que el ídolo y pagano del PSOE,  Willy Brandt.

Pero básicamente a lo que vamos. El jefe del único Partido Socialista que convive en Europa con leninistas, se presenta ahora con la etiqueta de socialdemócrata-de-toda-la-vida. Escuchando su insoportable soflama y al llegar a la confesión de su nueva fe, recordé un episodio perfectamente homologable que hace años protagonizó en televisión un personaje enloquecido que pasaba por ser el gran patrón de las portadas del corazón de entonces. Dijo Pocholo Martínez-Bordiú entre grandes aspavientos y lengua que, aparte de palabras, vomitaba espumarajos de droga doméstica: “Yo, como todo el mundo conoce, soy un ferviente seguidor de la castidad”. Más o menos. Aún se está riendo España entera.

Es decir, la misma reacción que han tenido todos los que el domingo siguieron el discurso verbenero de Sánchez. Un representante del antiguo PSOE, uno de los que aún no han sido abducidos por el reelegido secretario general, se ha expresado así ante el cronista: “Hay que tener la faz pétrea para que un tío que se ha vendido al comunismo chavista, venga ahora a presentarse como el nuevo Felipe González”. Tiene razón este antiguo socialista.

Y la verdad: no hay que atormentar muchos nuestros magines para saber el por qué de esta pirueta de última hora. Muy simple: pretende que el país borre todas las fechorías del más radical izquierdismo que el individuo ha perpetrado desde que está en el oficio político. Hace tres años compareció en el Parlamento al grito:  “¡Nosotros somos la izquierda!”; en su conciliábulo de lanares delegados, ha intentado alfombrar de coherencia su embustera ideología. Pero, pese a los esfuerzos de los medios y de los mamporreros que han acogido la transformación de Sánchez como una  apuesta por la libertad, el centro y la moderación, ya nadie, a nivel general, le cree una palabra. Es el mismo que atenta contra el derecho a la propiedad o la libertad de empresa. El mismo. ¿Qué pasa? Pues que él tampoco refrenda ni uno solo de los datos demoscópicos que le aporta graciosamente y con nuestro dinero el manipulador Tezanos. Sus cifras endógenas le confirman la realidad de un centroderecha que le puede comer la merienda en los próximos embates electorales. Por tanto, se dice a sí mismo: “¡Hale, viajemos al centro para robar votos al PP!”. Una estrategia puramente táctica que, en opinión de los sociólogos más reputados, no le va a llevar a otro sitio que no sea al zurriagazo electoral.

Porque, al tiempo que se disfraza de modélica y pacifica oveja, se instala como el sujeto encargado de poner a nuestra Constitución en el tinte. Ya ha anunciado que este proceso  pretende empezarlo cuanto antes, de las manos de su nuevo gurú Bolaños (Tony, por cierto, terminarás guillotinado como tu antecesor Iván Redondo), Y su intención no es hacer unas reformitas de nada para modernizar nuestra Norma Suprema; no, va a lo grande, a lo violento, por ejemplo contra la Monarquía. A la Corona la va a dejar en las raspas, lo más, en el papel de El Prisionero de Zenda, con bonitos uniformes y alguna que otra, sin exagerar, marcha militar, Las Corsarias le valen. Ya lo ha amenazado en su emisora amiga: no hay razón para seguir manteniendo la inviolabilidad del jefe del Estado;  o sea, él puede mentir, falsificar sus títulos, desobedecer las sentencias del Constitucional o el Supremo, indultar a barreneros golpistas, laminar a propios y ajenos, llevar a este país a la quiebra próxima, utilizar los medios oficiales para asistir a la boda de su cuñado, darse el lujo, en plena crisis, de subirse el sueldo mientras congela el del Rey… todo, en fin, porque él tiene la seguridad infinita de que está aquí para llevar a España a un nuevo  enfrentamiento y desazón nacional. ¡La revolución así lo exige! El Rey es sólo una carta más de su juego de rol. Nada más.

Este socialdemócrata a palos va a ensayar la jugada, de aquí a las elecciones, de cocer a España en una convulsión permanente. Llegará hasta donde le lleguen sus medios, no su conciencia política, que esa no la ha tenido nunca. Su conversión es sólo una patraña destinada a dos fines: restarle votos al centro del PP, y alejar a sus socios de Podemos de su ámbito político. La susodicha y falaz conversión encierra estos dos objetivos, y tras estos pocos más. Y, ¡atención al dato!, si su menester le lleva a entender que cuanto más lejos estén las urnas, más será su daño electoral, sin pestañear modificará también aquí su proyecto, de tal manera que, para ensayar la movilización de su electorado, no tendrá la menor pega en que coincidan las elecciones de Andalucía, octubre, como mucho, de 2023, con las propias generales. Estamos todos avisados. Este socialdemócrata a palos es un corsario.

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