Siempre prefiero los halcones a las palomas

Siempre prefiero los halcones a las palomas

Yo no sé si Pedro Sánchez sabe quién es Jens Weidmann, pero es el presidente del Bundesbank, que es la institución más notable de todas las que conforman el sistema de bancos centrales de la Unión Europea. Weidmann está considerado un halcón. Un tipo duro. A mí me gustan más los halcones que las palomas. De los primeros se conocen claramente sus objetivos y que trabajan para limpiar el ecosistema de podredumbre. De las palomas sólo se sabe que siembran de excrementos las ciudades y que, políticamente, son aves taimadas. El caso es que Weidmann dijo el pasado lunes -y esto es lo importante- que la inflación no está muerta y que los precios de la energía van a seguir subiendo en el futuro por las políticas de lucha contra el cambio climático. “Más de lo que los economistas piensan”.

Todo esto lo dijo para llegar a la conclusión de que el Banco Central Europeo debería reducir poco a poco, tan pronto como la emergencia económica creada por la pandemia lo haga posible, el programa de compra de deuda pública de los Gobiernos de la Unión, que es lo que está facilitando, junto al suspenso de las reglas fiscales, el sostenimiento del gasto descontrolado de los políticos y empujando al alza los precios. En mayo, la inflación en Europa se situó ya en el límite del 2% fijado en el Pacto de Estabilidad. En Alemania alcanzó el 2,4% -la más alta en dos años- y podría llegar hasta el 4% a finales del ejercicio. Todos los economistas han coincidido en que la inflación, que reduce la capacidad adquisitiva de las personas, inflige más daño a aquellos en situación más precaria, y que por tanto es un impuesto contra los pobres.

Aunque hace tiempo que simulaba estar desaparecida, todo indica que la inflación puede volver con fuerza, y esto es algo que los halcones no están dispuestos a aceptar, sobre todo si es el producto de la barra de liquidez indiscriminada proporcionada por el BCE para combatir la crisis. Aunque todo está pendiente de las elecciones generales que se celebrarán en Alemania en septiembre, el ex ministro de Hacienda con Merkel Wolfgang Schaüble, ahora presidente del Parlamento de Berlín, lleva tiempo diciendo que hay que volver a la disciplina fiscal lo antes posible, y los demás Estados frugales como Países Bajos, Austria, Finlandia o Dinamarca son igualmente partidarios de reinstaurar en cuanto las circunstancias lo permitan las normas que han asegurado hasta la fecha la estabilidad del euro como moneda común.

Schaüble ha llegado a decir que “la paz social en Europa requiere de una vuelta a la disciplina fiscal”. Pero claro, cómo explicas estas cosas aquí en España a Pepe Álvarez, el de la UGT, que lleva todo el día el fular anudado al cuello -en estos días el multicolor del LGTBI, es decir, que está preocupado por otras cosas-, a Unai Sordo, el de Comisiones Obreras, que comparte con el primero la voluntad de castigar a los jóvenes y a los trabajadores menos cualificados y que siente el mismo desprecio por la salud de las cuentas públicas; incluso cómo se lo explicas al inefable Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, que después del fiasco de los indultos se prestó el jueves pasado a suscribir un acuerdo infame sobre las pensiones y a hacerse una foto más en los jardines de La Moncloa.

A Garamendi, que representa a los empresarios de la nación, lo que debería motivarle por encima de todo es la salud de la economía, de cara a que los hombre de negocio paguen los menos impuestos posibles y sean capaces de crear el mayor empleo imaginable, pero la primera parte de la reforma de las pensiones elaborada por el inefable ministro Escrivá que ha suscrito significa la demolición completa de los cambios en favor de la sostenibilidad del modelo que en su día aprobó el PP urgido por la Unión Europea a cambio del rescate aprobado al sector financiero.

Este es un hecho gravísimo, y es una absoluta irresponsabilidad que la patronal haya vuelto a reincidir en su posición de cómplice del Gobierno que menos ayudas ha otorgado a las empresas con motivo de la crisis y el que tiene al frente del Departamento de Trabajo a una comunista desaprensiva dispuesta a doblegar a los empresarios y lastrar el crecimiento económico. A ver Garamendi, ¿por qué te haces la foto con Sánchez en La Moncloa por la reforma infame de las pensiones si te quieren clavar una contrarreforma laboral que has calificado de marxista? ¿Porque Álvarez y Sordo te apoyaron cuando lloriqueabas por tu metedura de pata en los indultos?

No. El visto bueno de Garamendi y de la CEOE a la revalorización de las pensiones de acuerdo con la inflación es una absoluta bomba de relojería contra la estabilidad presupuestaria. Puede que a finales de año el nivel de precios se sitúe entre el 2,5% y el 3%, sin que sepamos si en el futuro se moverá al alza o a la baja. Pero lo que está fuera de duda es que mantener el poder adquisitivo de los jubilados indefinidamente, al tiempo que liquidar el factor de sostenibilidad del modelo sustituyéndolo por otro que todavía está por definir, puede suponer un quebranto muy notable para las cuentas públicas en un momento particularmente delicado, en el que los halcones pugnan por recuperar los criterios de racionalidad que hicieron grande a la Unión Monetaria, y la Comisión Europa vigila con lupa las inevitables transformaciones económicas a cambio de las ayudas de nueva generación.

Las consecuencias de una revalorización de las pensiones, que continuará con la del sueldo de los funcionarios, son todavía más tóxicas. Según explica el economista José Luis Feito, los países con mecanismos de indiciación de salarios y del gasto público más potentes pueden sufrir pérdidas de competitividad frente a otros, así como menor creación de empleo y mayor déficit público. Y este es el caso de España. El propósito de financiar parte de los gastos del sistema de Seguridad Social a cargo del presupuesto es otra maniobra artera producto de la ‘marca Sánchez-Escrivá’, porque todos los gastos acaban consolidándose, de manera que exigirá más impuestos o más deuda pública en un momento en el que ya alcanza cotas disparatadas.

Da igual. El Gobierno parece fiarlo todo a un crecimiento económico exuberante -que se va a producir, como era inevitable tras la mayor depresión de la historia- y a un aumento del empleo inédito después de más de un año de tener el tejido productivo en el quirófano. Mi impresión es que esto va a ser un ‘efecto champagne’, y que decisiones tan equivocadas como la de las pensiones, o la contrarreforma laboral que prepara la ministra Yolanda Diaz, van a profundizar en la sensación de que lo que vamos a ver en los próximos meses será lo más parecido a un espejismo.

Hay algunos factores que creo que lo respaldan. Las empresas que llevan demasiado tiempo con el agua al cuello se han puesto manos a la obra, de manera que están invirtiendo más en capital que en una mano de obra muy poco cualificada difícilmente adaptable a la revolución tecnológica. La inversión va a ser mucho más en capital que en trabajo, y todos los inconvenientes que se establezcan para favorecer el empleo de los menos aptos como salarios mínimos altos o trabas a los despidos abocan a medio plazo a un crecimiento del empleo absolutamente modesto. Es de esperar que, ya que no lo han hecho con las pensiones, los empresarios estén en esta ocasión a la altura de las circunstancias con motivo del proyecto laboral de tono marxista que alberga Yolanda Díaz, epítome y sucesora del afortunadamente fugado Pablo Iglesias, y que lo combatan hasta la extenuación.

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