¿Y si privatizamos los bosques?


Las propuestas bienintencionadas del PP en materia de incendios han tenido al menos una virtud: poner al descubierto la incompetencia supina de nuestros políticos para gestionar catástrofes. Tras una década contemplando cómo arde media España, resulta que los encargados de combatir el fuego carecían hasta de un registro de pirómanos e incendiarios. ¿Cómo pensaban frenar los incendios? ¿Rezándole a la Pachamama? ¿Invocando al dios de la lluvia?
La cosa se pone mejor. El desastre de coordinación entre administraciones fue tan monumental que Feijóo ha tenido que pedir que se establezca cuándo debe intervenir el Estado: «Si los medios estatales están disponibles, debe existir un sistema objetivo y automático que los ponga al servicio de las comunidades en el momento necesario». Lo insultante es caer en la cuenta de que tener protocolos de emergencia podría ser útil. Que no hubiera un mecanismo de protección civil explica por qué han estado como pollos sin cabeza repartiéndose las culpas mientras el fuego devoraba vidas y pueblos enteros.
Esta tragedia debería enseñarnos que no podemos confiar nuestros bosques a semejante oligarquía de ineptos. Más aún cuando tenemos a fanáticos desquiciados como Sánchez culpando a las olas de calor en lugar de asumir responsabilidades. Como le espetó una víctima a Cake Minuesa: «El ecologismo es lo que ha provocado todo esto». Y no le falta razón. La veneración casi mística que profesan los verdes hacia los bosques ha convertido un patrimonio incalculable en materia inflamable.
La solución pasa por una gestión privada eficiente que explote económicamente estos recursos. Observemos el caso de Soria: ni un solo incendio en veinte años. ¿El secreto? El 70% de su masa forestal está en manos privadas. Esta explotación, lejos de esquilmar el territorio, ha multiplicado los árboles de 87 millones en los años sesenta a casi 250 millones en la actualidad. Los bosques sorianos resisten mejor al fuego porque sus propietarios tienen incentivos reales para cuidarlos, no sólo buenas intenciones. ¿Y si nos decidimos de una vez a privatizar nuestros bosques?