El show de la estiba

El show de la estiba

Si usted, valiente lector o lectora, ha visto la serie The Wire, sabrá quién es Frank Sobotka. Si no la ha visto, no se preocupe, aún tiene algo inteligente y hermoso que ver en una pantalla de televisor. Sobotka es el jefe del sindicato de estibadores del puerto de Baltimore, ciudad poco dada a la transparencia y de la que David Simon hizo un retrato veraz y descarnado en esta fabulosa serie de la que les hablo con motivo del fallido decreto de liberalización de la estiba en España.

Este tipo del que les hablo —Frank Sobotka— no deja de ser un pequeño mafiosillo en la escala que le dejan los peces gordos; trapichea con una parte de lo que llega al puerto: drogas, contrabando… Pero en el fondo no le permiten ser más que una pieza menor en el engranaje de la corrupción, es de esos hombres marcados por el estigma de clase, y no conseguirá —esto no es un spoiler— ascender en la escala social a pesar de su ambición y ansias de poder. David Simon —creador de la serie— consigue que nos identifiquemos con este jefe de la estiba de Baltimore, que nos resulte entrañable la manera en la que es capaz de sobornar, extorsionar si es necesario, con tal de que su familia y amigos sigan conservando su trabajo en el puerto. Para ello necesita un dinero que no tiene y que consigue gracias al trapicheo, y aquí es donde se cierra su pequeño círculo corrupto.

Quizá en Algeciras, Barcelona o Valencia haya algún Sobotka, no digo que no, y que la caída del decreto para la reforma de la estiba va a llevarnos a una ampliación de la multa de la UE, pero creo que en este asunto la clave está un poco más al fondo. Los estibadores tienen unas buenas condiciones laborales, eso es indudable; buen sueldo, jornada laboral de seis horas y un convenio cuando menos envidiable para un trabajador medio. Es justo recordar que los sueldos de los estibadores —al contrario de lo que nos hacen creer— no los pagamos los españoles, sino grandes empresas como Boluda y OHL, que son las que abogan por la liberalización del sector. Detrás de esta reforma crece la sombra de los despidos, los recortes en derechos y el empeoramiento de las condiciones del personal.

Es verdad que habría que aclarar ciertos claroscuros en la forma de contratación de los estibadores para evitar el nepotismo, pero no es justo que estos trabajadores aparezcan como una casta ante la opinión pública. Me resulta curioso que la UE considere “inaceptables” los privilegios de los estibadores, como si para igualar los salarios de los trabajadores lo ideal fuera cortar la cabeza a los más altos para que no sobresalgan. El caso de los estibadores está siendo un ejemplo de lucha contra la precarización. El Gobierno llama a la responsabilidad para que “no se vuelva a repetir lo que ha pasado con la estiba”. No contaban con que Ciudadanos, la despechada en este asunto, iba a abstenerse y a tumbarles el decreto. Ahora, señores del Gobierno, tienen que hacer eso que no les gusta: sentarse a negociar.

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