Sanidad de izquierdas, la película

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La tragedia de España se escribe a lomos de una ciudadanía que celebra ser manipulada por sus políticos y secuestrada por sus actores, definitorio de la grotesca realidad española que desde Valle Inclán viene siendo nuestro patio de travesuras.

Llegan un año más los Goya, el aquelarre ideológico donde un grupo de millonarios subvencionados de la izquierda cultural dedican su tiempo a pasear su verbo de esmoquin y su lengua frapera contra todo lo que no huela a socialismo state of mind, es decir, al gulag siniestro en el que la hiprogresía ha convertido el cine: un poquito de franquismo por aquí, otro de feminismo de salón por allá, la cuota homosexual de rigor, el ecolojeta de turno que toma la palabra y ya tenemos el cocktail de causitas goyescas. El cualificado talento de algunos directores para hacer buenas películas acaba en el sumidero caprichoso de una fiesta privada para progres en la que tienen que poner el cartel de «Prohibido abusar». Ya con eso tenemos una idea de lo mal repartidos que están los clichés en nuestro país. En la tétrica noche de «nuestro» cine faltó el acto doce de Luces de Bohemia y los espejos cóncavos para retratar el sentido y sentimiento trágico de España, con Wyoming haciendo de Max Estrella y Anabel Alonso de lazarillo. Un Goya de estos nos encasquetan la escena.

En Hollywood al menos hay más ingenio a la hora de criticar al poder, aunque al último que criticaron lo hicieron presidente. Suele pasar que cuando te reúnes en áticos de lujo a beber gin tonics y parlotear entre iguales esnob sobre ascensores sociales, desigualdades del resto del mundo y ultraderechas, te olvides de la realidad cotidiana. No se enteran porque su burbuja de papel couché rebosa brillantina pedante. Cada año la gala y su pasarela estirada es peor que la anterior, y eso sí que merece una estatuilla a los guionistas. Una noche redonda: los Goya y en TVE, que viene a ser una explosión de progresía con pajarita que ríete de Cannes y Venecia. Temo que la retirada de la subvención a los mediocres casanovas no sea uno de los puntos a tratar en el primer Consejo de Ministros post sanchista.

Pero la fiesta del cine no está sola, y para celebrarlo, qué mejor que continuar el domingo en el after hour de la plaza pública y organizar una manifa contra Ayuso, que es la catarsis con la que la izquierda le dice al mundo que tiene el monopolio de las esencias populares. Se reúnen, dicen, para protestar por el estado de la sanidad madrileña. Aquí importa más el apellido que el nombre, el adjetivo que el sustantivo. En realidad, la protesta sindical, practicada por el club de la ceja depilada, no va de pedir mejoras en los hospitales madrileños, donde se necesita un evidente refuerzo de plantilla, sobre todo en la atención primaria, sino de politizar el cotarro, ahora que llega mayo y los números para vivir de la ubre no salen.

Decíamos en este periódico no hace mucho que a la izquierda no le mueve la defensa de la sanidad pública, sino su odio contra la derecha, que no es lo mismo, aunque para ellos es igual. Los impulsores verbales de la toma de las aceras conocen el estado comatoso de la sanidad en la Comunidad Valenciana, donde una negligencia médica acabó recientemente con la vida de una niña, o en Extremadura, donde los hospitales se caen con estrépito indecoroso. Citemos también Aragón en la terna infame de política sanitaria gestionada y controlada por la izquierda. ¿Qué hacen las mesnadas progres allí? Nada. ¿Alguna manifestación de protesta contra Puig, Vara o Lambán? Quiten, quiten.

Vale ejemplo como categoría: entre los defensores de acudir a la manifestación contra Ayuso, que no en favor de la Sanidad pública, está Carlos Bardem, tan mediocre actor como fenomenal activista, quien, coherente con los papeles que siempre ha interpretado, ejerce de matón de la mafia progre cultural que exige en Madrid lo que calla por omisión en las regiones gobernadas por su izquierda, cuya madre (qepd) cobraba un canon a los hospitales por poner la televisión a los enfermos y que llegó a despedir a los trabajadores de su restaurante sin indemnización. En definitiva, hace lo que todo buen progre con dinero: ir de lo que no es, exigir a los demás lo que él no hace y defender lo que no consume. El único Goya que realmente merece la progresía a la mejor película de ficción, guion adaptado y dirección artística es por su eterno papel en Sanidad de izquierdas, ma non troppo. Distribución no le falta: la exponen cada semana en las salas de La Sexta y TVE.

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