Las sandeces del ‘Partido Sandía’

Sánchez Díaz
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

No transpira originalidad: el Partido Sandía, verde por fuera y rojo por dentro. O sea, la sandez iniciática de un forofo que ha encontrado en esta definición nada menos que la pura esencia de la plataforma, o cosa así, fundada al parecer por la santiaguesa Yolanda Díaz. En el mitin insufrible que la infrascrita perpetró el domingo para consumo de la izquierda más antigua del país, la autollamada candidata al trono de la Moncloa, vomitó una pléyade de bobadas que asombrarían a un colegial al borde de cumplir los diez años, nada más que diez años.

Entre ellas, la citada: quiere ser la primera mujer presidenta del Gobierno español. Así, dicho con el insoportable tufillo de suficiencia repipi con que la comunista adorna su verbo de maestro ciruela. Naturalmente que una confesión tan desbocada como ésta no parece que le pueda haber sentado nada bien a su patrocinador, el Kerensky Pedro Sánchez. Según le cuenta al cronista un informador que habitualmente acompaña al sujeto viajero de nuestras pesadillas: «No creas, dicen que todo lo tienen hablado». Puede que sea cierto, desde luego entre los dos, presidente y vicepresidenta, hay un evidente acuerdo previo para juntar sus destinos, apenas el primero de por cerradas las urnas generales. De modo que esa demasía del «quiero ser…», afirmada mirando al universo para que se pare en el momento preciso de la proclamación, quizá se quede por ahora en sólo eso: la aspiración de una mendicate que no tiene dientes, que lleva, prendida en la dentadura potentes navajas albaceteñas, aunque ella sea gallega de extracción.

Pero, un aviso: el que ya le están haciendo a Sánchez para que recuerde, si alguna vez se encuentra en España, cómo se las gasta desde su infancia hasta el momento la aspirante a la segunda magistratura del país. No hace más de un par de años, uno de sus damnificados, el profesor gallego, siempre tan solemne como ininteligible, Beiras, aseguró a un periodista de la tierra, amigo del cronista: «Si te encuentras por la calle con ‘ésa’ (Yolanda Díaz) mejor cámbiate de acera». Beiras, según debe añadirse, es un tipo más paciente y menos vengativo que el segundo de los lidiados a primera sangre por Yolanda. Pablo Iglesias Turrión que, por debajo del lenguaje de estudiada morigeración con que ha acogido la felonía de su patrocinada, esconde una reacción, en forma de sucesivos escupitajos (o escopetazos, que de todo habrá) que le van a acertar en la sien a la aspirante.

Es decir, que, como quien hace dos cestos, hace tres o 100, si eso le peta, Sánchez ya puede pertrecharse contra lo que se le viene encima porque «esta Yolanda no tiene fin», advertencia de un antiguo fontanero de La Moncloa. Si encima se pone en manos del más enorme vendedor de humos que hayan conocido los tiempos contemporáneos, Iván Redondo, y dado que este individuo también tiene guardada una cuenta pendiente con Sánchez, el pertinaz usuario del Falcon ya puede ir atándose los machos.

Pero si la sandez del «yo quiero…» puede mover a la hilaridad dada la escasa enjundia de su propietaria, ¿qué decir de esa otra: «Necesitamos un cambio», expresada por la que lleva cuatro años pegada al sillón del Ministerio de Desempleo y dos de vicepresidenta por nombramiento directo de Iglesias? ¿Quiere representar al cambio a una de las protagonistas del descomunal cambiazo que está padeciendo nuestro país? ¡Vaya melonada en el grito de una gritona estrepitosa! Todos los arranques de torero tremendista que Yolanda utilizó en el Magariños sumaron una compilación de sandeces para uso y disfrute del más andrajoso comunismo hispano. ¿Qué son si no Errejón o el ministro invisible Garzón?

Es cierto que a los fracasados mensajes del leninismo feroz, desde la desesperada lucha de clases, a la confirmación del Soviet como instrumento de sometimiento popular, hay que adosarle ahora ese feminismo de guardarropía pija de la señora Yolanda, o incluso, el vocinglero lenguaje de estos destructores de la Constitución que campan ahora por España gracias a la filantropía de Roures y de su escudero Sánchez. Ése es su programa del momento; no tienen más, como no sea una copia clónica del plan asesino de Maduro en Venezuela o del criminal Ortega en Nicaragua. Cuando las elecciones terminen con ella y ellos -lo verán con el tiempo- acaben en las tinieblas exteriores nos quedaremos con un aliviado «fuesen y no hubo nada», maltrato deseado al soneto de Cervantes.

Más no hay, pero eso sí, hay que repetirlo, queda la maldad, de unos objetivos que, de cumplirse, llevarían a España a un desastre global. Parece mentira, por lo demás, que algunos medios de la tradicional derecha, estén retratando con alguna conmiseración las amenazas del denominado Partido Sandía. Es como si se quisieran hacer perdonar de antemano por su pusilánime oposición. Pero ¡hombres de Dios!, nunca estos tipejos del comunismo atroz han perdonado a sus víctimas. Puede ser que ni siquiera lo consiga su conmilitón Sánchez, pero si lo logra será porque definitivamente se ha convertido a la fe floridita de su vicepresidenta. Que se adhiera entusiásticamente a sus tremebundas sandeces.

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