Sánchez y Tamames: mociones idénticas

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La moción de censura de Vox con Tamames como candidato ha deparado comentarios fascinantes, en algunos de los cuales han coincidido los intelectuales de izquierda y algunos opinadores de derechas asediados por un prurito constitucional fuera de lugar. Lo digo porque las dos partes comparten que la Carta Magna establece que las mociones deben tener un carácter constructivo, o sea un candidato y un programa de Gobierno, y que lo contrario es vulnerar el espíritu de la ley. Jamás he escuchado algo tan ridículo. Vox tenía un candidato, el profesor Tamames, que pronunció un discurso muy correcto denunciando todos los desmanes cometidos por el presidente durante estos casi cuatro años.

Es verdad que no presentó un programa concreto de Gobierno, pero, analizando el caso con la magnanimidad oportuna, se puede entender perfectamente que lo que proponía era hacer exactamente lo contrario de la estrategia desplegada hasta la fecha por el malvado. El caso no tiene más recorrido, sobre todo si tenemos en cuenta, de seguir el argumento purista antes citado, que lo mismo hizo el señor Sánchez durante la moción de censura que lo catapultó a la Moncloa. Que yo sepa, en las Cortes, no expuso programa político alternativo alguno. Todo el movimiento giró en declarar a Rajoy culpable de una falsa corrupción rampante tras la sentencia dictada por el juez amigo Ricardo de Prada y la debida persuasión del resto de los grupos enemigos del PP. Desde este punto de vista, que considero el acertado, la moción de censura de Sánchez y la que ha encabezado Tamames son como dos gotas de agua, de parecido idéntico al de los gatos siameses. De modo, que ¡menos lobos, caperucita!

El golpe de mano de Sánchez entonces podría haber sido desactivado si Rajoy hubiera accedido a pasar la jefatura del Gobierno a la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría, como le demandaba el Partido Nacionalista Vasco, a través de algún ministro del Ejecutivo -según me consta-, advirtiéndole de que en, en caso contrario, consumaría su traición, una más de su tradición ya legendaria, como al final acabó sucediendo. Rajoy, en cambio, prefirió pasar aquella tarde aciaga para el destino del país bebiendo whisky a espuertas en un restaurante al lado de la puerta de Alcalá con un grupo de pelotas que coincidía con él en que ceder a un traspaso de poderes equivalía a aceptar su condición de corrupto, despreciando que Sánchez lo seguirá teniendo por tal toda la vida.

Resumiendo, aquella desgraciada moción de censura no fue constructiva, ni hubo programa de Gobierno alternativo, solo fue la puesta en práctica de la ambición desmedida de poder del actual presidente desde que fue defenestrado por sus compañeros socialistas de la secretaria general del partido, prometiendo entonces venganza eterna a todos sus opositores. Y bien, ha pasado la moción de censura, que se ha perdido como estaba previsto, y no veo que se haya causado un daño irreparable a la democracia, más allá del que ha infligido el actual inquilino de la Moncloa, como bien denunció Tamames.

Por eso convenía escuchar de un viejo, prestigioso e indomable catedrático de Economía con un pedigrí democrático inmaculado escuchar la retahíla de perjuicios que ha causado al país a través de la ocupación del Tribunal Constitucional, su desprecio chulesco por la división de poderes, su entrega sin freno ni escrúpulos a etarras e independentistas -con cesiones ominosas y amnistía de por medio-, la división social causada por las leyes de género, el viraje inexplicable en la política exterior en el Sáhara, su complicidad con el fraude de los ERE en Andalucía, su pasividad ante los desmanes de un diputado socialista en la compra de favores por medio de canonjías diversas, prostitución incluida, la aversión a la clase empresarial, la asfixiante presión tributaria sobre negocios y familias, así como la demonización implacable del adversario, al que nunca se considera como tal, sino como enemigo, dictándole en cada momento -como ocurre con el PP- lo que tiene que votar y hacer para ser considerado una parte de la indecente comunidad democrática que defiende este personaje corrosivo aliado del izquierdismo más siniestro de Sudamérica.

Sánchez hizo lo posible por que este detalle exhaustivo de todos los atentados democráticos cometidos en estos cuatro años no tuviera eco, abusando sin límite del tiempo ilimitado de palabra de que dispone, supongo que tratando de sumir en el sopor a Tamames, que imagino que poco antes de comer se echa la llamada siesta del carnero, y después la ya tradicional con pijama y orinal. No lo consiguió, salvo aburrir a propios y ajenos con el discurso tedioso, lleno de lugares comunes, abrumador en la inconsistencia, al punto que el profesor pidió un cambio del actual reglamento para parar los pies al dominio oceánico de los minutos de que goza el jefe de Gobierno, que jamás responde a aquello a lo que es desafiado salvo con más propaganda marca indeleble de la casa.

La estrategia de Sánchez con Vox es la de siempre. Desacreditarlo, tildarlo de ultraderechista, de antieuropeo, y lo que es peor, de antidemocrático. Por supuesto, ninguna de estas acusaciones se atiene a la verdad. Yo alabo muchos de los postulados de Vox: su desacuerdo con las leyes de memoria democrática, respecto a las cuales Tamames tuvo pasajes soberbios cuando dijo que la Segunda República fue cualquier cosa menos idílica, o cuando despellejó la leyenda de Largo Caballero, el Lenin español, uno de los causantes de la Guerra Civil, que sigue teniendo una estatua en Madrid y es venerado por la izquierda y el sanchismo más repugnante; me gusta igualmente su oposición a las leyes de género, igual que a las que bendicen el aborto y la eutanasia; adoro su combate contra el movimiento woke y la dictadura de la cancelación y de lo políticamente correcto; y sólo me gustaría que entendiese más del manejo de la economía y de cómo funciona el libre mercado, asuntos en los que tiene posiciones confusas y contradictorias acordes con el aire trasnochado y falangista de algunos de sus miembros.

También, para acabar de discrepar con algunos amigos ilustres de la derecha, y bastante más sabios, diré que la decisión del PP de abstenerse en la moción me parece la más oportuna. Como mínimo. Contra lo que dice el gran Ignacio Camacho, no es verdad que los militantes populares no entiendan esta postura; si no la entienden es porque les gustaría que la hubiera apoyado, como le pasa a mi amigo Amadeo, absolutamente contrariado por la decisión de Feijóo al respecto, hasta el punto de estar planteándose si acabará votándolo. El PP y Vox son dos partidos hermanos, pertenecen al mismo tronco y están condenados a entenderse si de verdad se toman en serio el objetivo principal: expulsar a Sánchez del poder. Lo demás son trivialidades. En conclusión, que para mí -quizá sea un incauto- la moción de censura ha sido un éxito. Ni ha minado las posibilidades electorales del PP, ni ha servido para cohesionar a un Gobierno roto que volverá a dar muestras de su debilidad e inconsistencia pasado mañana. Ha reforzado la democracia, ha fortalecido la Constitución y ha introducido insólitamente un soplo de aire fresco en el Congreso.

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