A Sánchez ni le quieren ni le votan
Más que un presidente, Adolfo Suárez fue un gigante. El de Cebreros consiguió, gracias a Juan Carlos I en unas ocasiones y pese a Juan Carlos I en otras, que España transitase de la dictadura a la democracia espantando el fantasma de una nueva Guerra Civil. Las muertes que se produjeron no las provocaron las dos Españas que se habían enfrentado 40 años antes a cara de perro sino organizaciones terroristas como ETA o grupúsculos de extrema derecha como el que segó a tiros la vida de los abogados laboralistas de Atocha. El hombre que de verdad trajo las libertades a nuestro país tuvo que aprender a convivir entre los casi 100 asesinatos que consumaban los etarras cada año y el incesante ruido de sables de un Ejército, una Guardia Civil y una Policía que contemplaban impotentes cómo sus compañeros representaban el 90% de las víctimas. Eran vilmente masacrados y nadie era capaz de parar la sangría.
Adolfo Suárez fue forzado a dimitir por las brutales y nunca bien contadas presiones de los sectores más duros del Ejército, entre los cuales se encontraba el anterior jefe del Estado. Lo que vino después es de todos conocido: un 23-F a cuyo frente se encontraban dos estrechísimos colaboradores de Don Juan Carlos: Alfonso Armada, que había ocupado hasta cuatro años antes la Jefatura de la Casa del Rey, y Jaime Milans del Bosch, un militar de estricta obediencia borbónica.
A Adolfo Suárez se le hicieron eternos los 20 meses que discurrieron entre el frustrado golpe de Estado y la victoria del PSOE de Felipe González en unas elecciones que supusieron la culminación de la Transición. Los perdedores de la Guerra Civil se hacían incruentamente con el poder cuarenta y tantos años después. La hecatombe de la UCD fue literalmente de las que hacen historia: nunca, ni antes, ni durante, ni después, una formación política ha pasado de 168 escaños a 11.
Pedro Sánchez ha palmado cinco de las seis elecciones autonómicas celebradas desde que venció en los comicios generales de 2019
El histórico presidente de la UCD se presentó en aquellos comicios del 28 de octubre de 1982 encabezando la lista de un partido creado para él: el Centro Democrático y Social (CDS). Se metió en el bolsillo dos actas en el Congreso: la suya y la del añorado Rodríguez Sahagún. Las siguientes elecciones, las de 1986, provocaron un subidón en Adolfo Suárez, que multiplicó por 9,5 el número de diputados: pasó de 2 a 19. Una época en la que el abulense se permitía licencias del tipo “inevitablemente, volveré a ser presidente del Gobierno”. En 1989 cayó de 19 a 14 y en 1993 se quedó fuera de la Cámara Baja.
Lo curioso era que en todas las encuestas salía como uno de los políticos mejor valorados, cuando no el más valorado. Un día le preguntaron por el desajuste existente entre el aprecio popular y el electoral. El antiguo secretario general del Movimiento respondió con una frase para la historia: “Queredme menos y votadme más”. Tal vez el eslogan más recordado de nuestro coprotagonista excepción hecha del insuperable “puedo prometer y prometo”.
No es mi intención comparar a este monstruo de la política, a un tipo que vino a la vida pública a servir y no a servirse, a un hombre de principios, con el actual presidente del Gobierno. Es como comparar a Rafael Nadal con el campeón de tenis de mi pueblo, a Valentí Fuster con un matasanos o a Julio Iglesias con un cantante que suelta gallos cada 20 segundos. Pero estoy absolutamente convencido que desde el puntapié que Isabel Díaz Ayuso le propinó en el trasero de Gabilondo el 4 de mayo del año pasado por su cabeza ha revoloteado unas cuantas veces la celebérrima frase del padre de la Transición.
Al obseso del Falcon le apoya en las urnas cada vez menos gente y eso que estamos hablando, ojo al dato, del presidente menos votado de la democracia. Un detalle que se nos escapa con demasiada frecuencia, entre otras razones porque gobierna más autoritariamente que el Felipe de los 202 diputados. Pero, al contrario del carismático Adolfo o del propio González, la gente no sólo no le quiere sino que le odia. Sánchez ha palmado cinco de las seis elecciones autonómicas celebradas desde que venció en los comicios de 2019. Se la pegó en Galicia frente a Feijóo viéndose superado por el Bloque, lo mismo aconteció en el País Vasco donde Bildu le pegó el sorpasso, se repitió la historia en Madrid, luego en Castilla y León y ahora de forma apoteósica en Andalucía.
Ya no le pitan ni le insultan porque los encuentros con la gente se hacen ahora con militantes socialistas elegidos para la ocasión
Que la gente lo detesta lo demuestra el hecho de que cada contacto con la calle se resumía en una pitada, en insultos por doquier e incluso en intentos de aproximación a su persona con no precisamente las mejores de las intenciones. Un servidor, que durante dos años hizo de corresponsal político de El Mundo en Moncloa, jamás vio a nadie aporrear la carrocería blindada del coche presidencial. Una situación que ya hemos contemplado con el marido de Begoña Gómez en al menos dos ocasiones.
Así como el principio del fin de Felipe González se empezó a escribir durante su visita a la Universidad Autónoma en la precampaña de 1993, el de Sánchez casi se produjo antes de empezar. Cabe recordar las lindezas que los vecinos de Sanlúcar le dedicaron en agosto de 2018, recién llegaíto a Moncloa, la que le liaron en Ceuta tras la invasión de menas marroquíes remitidos por su ahora hermano Mohamed VI, el pollo a modo de bienvenida en Navalmoral de la Mata o la que le cayó cuando fue a votar en las autonómicas madrileñas tras su intento de moción de censura con los traidores de Ciudadanos. Ya no le pitan, ni le insultan, ni tampoco golpean su coche porque los encuentros con la gente se hacen ahora con militantes socialistas elegidos para la ocasión. Un férreo cordón policial impide la llegada de invitados no deseados.
Lo del domingo pasado es indiscutiblemente un éxito de uno de los mejores políticos del panorama nacional: Juanma Moreno. Su política fortiter in re suaviter in modo representa un éxito incontestable. Y su trabajo en materia económica es sencillamente de matrícula de honor cum laude: Andalucía ha dejado de estar subsidiada a estar gestionada como Dios manda con criterios de Administración moderna y democrática. Consecuencia: la región se halla en las primeras posiciones en crecimiento del PIB, en creación de puestos de trabajo y en rebajas fiscales.
Lo más indignante de Pedro Sánchez es, sin duda, su pacto con esa banda terrorista ETA responsable de la muerte de 856 compatriotas
Parte de la culpa del armagedón socialista la tiene un Pedro Sánchez al que ya tiene calado todo quisqui. Incluidos aquéllos que tardaron en caerse del guindo por la sencilla razón de que los medios de izquierdas, es decir la opinión publicada de izquierdas, nos ganan 8-2 a los que estamos situados en el otro lado del espectro ideológico. Juan Español ya sabe que el pájaro nos lleva a la ruina, que nos ha colocado a la cabeza de los parias de Europa económicamente hablando, que somos el único país que aún no ha recuperado los niveles de PIB prepandemia, que padecemos más inflación que ningún otro de los grandes países de la zona euro y que las cifras del paro contienen más maquillaje que el rostro de la recordada Carmen de Mairena.
Con todo, lo peor no es eso, porque la economía se acabará recuperando cuando llegue Alberto Núñez Feijóo a La Moncloa. La historia de siempre en 45 años de democracia: el PSOE nos arruina, el PP nos devuelve la riqueza perdida, el PSOE nos arruina, el PP nos devuelve la riqueza perdida, y así sucesivamente. Lo peor de todo es el brutal y no sé si subsanable daño moral que ha infligido a España. Lo más indignante es, sin duda, su pacto con esa banda terrorista ETA responsable de la muerte de 856 compatriotas, 12 de ellos militantes socialistas. Por no hablar del acuerdo de gobernabilidad con quienes perpetraron un golpe de Estado en Cataluña no hace un siglo o dos sino en 2017. Compromiso que tuvo como nauseabundo cenit el indulto a los tejeritos encabezados por Oriol Junqueras. Lo de acostarse con Pablo Iglesias es igual de repulsivo que cualquiera de los apartados anteriores, básicamente, porque es el delegado en España de la narcodictadura venezolana.
A Suárez no le votaban en su última etapa pero la ciudadanía le quería más que a nadie porque no olvidaba que se había jugado el pellejo para sacarnos del oscuro túnel del franquismo. A Pedro Sánchez no le queda ese consuelo porque el españolito medio lo detesta tanto como le deja de votar. Tiene lo que se merece. Y más que tendrá. La gran pregunta es si aceptará con deportividad el Titanic que le espera o, si por el contrario, estará tentado de ejecutar alguna cacicada, espero que no un pucherazo, para seguir volando en el Falcon o en el SúperPuma, para continuar subido al A-8 o para morar de por vida en la Residencia Real de La Mareta, Doñana o Quintos de Mora. Visto lo visto, me temo lo peor. Que la gente no le quiera, le desespera, que no le vote le saca de quicio. Y ya sabemos cómo se las gasta.
P.D. Y, mientras tanto, está destrozando un partido antaño socialdemócrata, ahora transformado en una formación extremista. A los hechos me remito.