Sánchez escupe a la memoria de Miguel Ángel Blanco
Estremece pensar en las 48 horas que pasó Miguel Ángel Blanco secuestrado por Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, Irantzu Gallastegi, Amaia, y ese José Luis Geresta, Ttotto, que años más tarde tuvo el acierto de suicidarse. La autopsia dio fe de la inmisericorde tortura psicológica que infligieron al joven concejal popular de Ermua durante esos tres días en los que España vivió sin vivir en ella: presentaba unas tremendas llagas producto de sus incesantes lágrimas porque en todo momento supo que estos tres malnacidos acabarían con su vida si el Gobierno de José María Aznar no accedía al acercamiento de los presos etarras. A él no le iban a decir ni a contar que la firmeza del presidente en la lucha contra el terrorismo no permitiría aceptar el chantaje, entre otras razones, porque era un principio asumido desde el primero hasta el último de los 700.000 militantes del PP, incluido él. Su terrible tribulación era, en consecuencia, la propia de alguien que conoce perfectamente cuál va a ser su final.
Todos recordamos dónde estábamos aquellos tres días de julio de hace cinco lustros. Por algo Miguel Ángel Blanco es ya algo más que un solo ser humano: representa a los 856 compatriotas que dieron su vida en defensa de la libertad, la Constitución, el Estado de Derecho en definitiva, en el País Vasco en particular y en España en general. Los españoles tenemos una deuda eterna no sólo con el joven concejal que prácticamente por amor al arte defendía la democracia en territorio comanche sino con los otros 855 españoles que, por mucho que Pedro Sánchez intente ahora ocultarlo o blanquearlo, fueron asesinados por un grupo que ahora forma indirectamente parte del Ejecutivo que él encabeza.
En los últimos días hemos certificado, con tanto asco como impotencia, cómo Pedro Sánchez incrementaba su vínculo con los etarras
El presidente del Gobierno ha ido al homenaje al hijo de emigrantes gallegos al que segaron la vida hace ahora 25 años. Pedro Sánchez lo ha hecho sin ruborizarse, sin pedir perdón por su pacto con los etarras de Bildu, sin tan siquiera haberse distanciado de una repugnante formación política dirigida en estos momentos por Arnaldo Otegi, que en el momento de los hechos era uno de los capos de Herri Batasuna, el brazo político de la banda terrorista. Todo lo contrario: en los últimos días hemos certificado, con tanto asco como impotencia, cómo el pájaro incrementaba su vínculo con los etarras en la aprobación de la Ley de des-Memoria Democrática.
El pecado original de Pedro Sánchez es haber negociado y conseguido el “sí” de Bildu y los golpistas catalanes de ERC para sacar adelante la moción de censura que le otorgó la Presidencia en junio de 2018. Es más, terminada la votación, el secretario general socialista fue a dar personalmente las gracias a la diputada bilduetarra Marian Beitilarrangoitia, según reveló en su libro La moción la periodista Lucía Gómez-Lobato. Su pacto de gobernabilidad con ETA le inhabilita ética, estética, moral, política y, si este fuera un país serio, hasta legalmente. Aunque nos hubiera convertido en el país más rico del mundo, que obviamente no es el caso, somos los peores de la OCDE en todos los parámetros, habría que concluir lo mismo: es de largo el presidente más abyecto que hemos tenido.
El problema no es el pecado original, esa manzana con el hacha y la serpiente que él mordió aquel 1 de junio en que inesperadamente se convirtió en presidente. El drama, su gran drama, es que esa entente diabólica con los etarras ha proseguido como si nada en estos últimos cuatro años. Al punto que uno diría que Bildu, es decir, ETA, pasa por ser en estos momentos el socio más fiable del elenco Frankenstein con el que cuenta el inquilino monclovita para continuar a bordo de su amado Falcon.
Que Sánchez es el socio de dos antiguos jefes de ETA es una verdad incontrovertible por mucho que intenten vendernos otra moto
No está de más recordar que su socio Arnaldo Otegi fue el jefe de la banda terrorista ETA, según dictaminó el Supremo, y que antes había secuestrado al ucedista y luego popular Javier Rupérez y al empresario Luis Abaitua y que pegó un tiro en la pierna al añorado Gabi Cisneros, uno de los padres de la Carta Magna. Cuando asesinaron a nuestro compañero José Luis López de Lacalle en 2000, este hijo de Satanás culpó al periodista de su propio asesinato. El mal en estado puro. Lo cual no dejaría de ser una expresión más de cuán perversa puede llegar a ser la condición humana si no fuera porque es el socio preferente
A los que, como Sánchez y sus mariachis, blanquean a Bildu, porque según ellos “no es ETA”, hay que recordarles el currículum de El Gordo Otegi o el nada insignificante hecho de que otro de los líderes de este partido es David Pla, el número 1 de la banda terrorista en la última etapa antes de dejar de matar. Un pequeño dato lo dice todo acerca de la gran ignominia de Sánchez: Pla era el jefe de ETA cuando asesinaron al concejal socialista Isaías Carrasco. Vamos, que el marido de Begoña Gómez es el socio de dos antiguos jefes de la banda terrorista. Una verdad incontrovertible por mucho que los medios de izquierdas, es decir, la mayoría, intenten vendernos otra moto, justificar las alianzas de su jefe o, simplemente, relativizarlas.
Que Sánchez haya estado en Ermua es una provocación nivel dios. Tampoco conviene olvidar que su Gobierno es el que ha acercado a los dos autores materiales vivos del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco: Txapote y Amaia. La vomitiva política penitenciaria de Marlaska ha permitido que estos dos sujetos hayan pasado de estar recluidos en Huelva a hacerlo en Estremera, es decir, a 500 kilómetros de distancia menos del País Vasco. El hijo de perra de Txapote no sólo quitó la vida a Miguel Ángel Blanco sino que, además, fue condenado por la muerte del gran Gregorio Ordóñez y por la del socialista Fernando Múgica, hermano de mi amigo Enrique, uno de los grandes ejemplos morales que he tenido la suerte de disfrutar en esta vida.
No debemos olvidar que el Gobierno de Sánchez es el que ha acercado a los dos autores materiales vivos del asesinato: ‘Txapote’ y ‘Amaia’
En un país serio, con un acervo cultural mayor que el nuestro, Pedro Sánchez no hubiera ido al homenaje en esa localidad guipuzcoana plagada de emigrantes gallegos. Máxime teniendo en cuenta que esta misma semana, sí, esta misma semana, ha vuelto a echar mano de sus colegas de Bildu para sacar adelante la Ley de des-Memoria Democrática. Y encima lo ha hecho plegándose a los deseos de los etarras travestidos de parlamentarios. El presidente ha dicho “sí” a todas y cada una de las demandas de esta chusma. Para empezar, la que considera que la Transición de la dictadura a la democracia no se produjo hasta el 31 de diciembre de 1983. Teniendo en cuenta que Felipe González llegó al poder 14 meses antes, hay que colegir que el primer presidente socialista es un franquista, un fascista y un enemigo de las libertades. Manda huevos. Por cierto: chapeau por Alberto Núñez Feijóo, que ayer anunció que derogará esta basura legal cuando llegue al poder.
Con todo, la mayor afrenta se produce nuevamente a los familiares de españoles asesinados o heridos por esa ETA tan amiga de Pedro Sánchez. La normativa reconoce la condición de víctimas del franquismo a los herederos “hasta el cuarto grado” mientras que con los descendientes de los asesinados por la banda terrorista lo limita “al segundo grado”. Cuando hoy, si Marimar Blanco o el destino no lo remedian, vea a Sánchez en el homenaje al gran mártir de nuestra democracia se me revolverán las entrañas. Contemplar al socio de los que mataron a Miguel Ángel Blanco ejercer de plañidera nos provocará la misma repulsión que a un judío le sobrevendría si de repente contemplase a un viejo jefecillo nazi llorando en Yad Vashem, el impresionante Museo del Holocausto en Jerusalén. Ya que careces de vergüenza para mandar a esparragar a los bilduetarras, al menos tenla para no presentarte en un acto en el que lo único que harás es volver a escupir sobre la memoria de Miguel Ángel.