(Salvo que la izquierda busque el enfrentamiento civil)

El Rey no se toca

Opinión de Eduardo Inda

Al revés que la derecha, tontita, miedosa, táctica, caótica y a ratos gafe, la izquierda española no hace las cosas al tuntún. Traza estrategias profundamente meditadas que acaban llevándose por delante la única arma que proverbialmente blande la derecha: un tacticismo que haría mondarse de la risa a Von Clausewitz. Los zurdos hacen el mal a conciencia, con una estrategia perfectamente articulada en la cual se juntan dos circunstancias de las que carecen los de enfrente: una unión inquebrantable que les hace incomparablemente más fuertes y una pétrea determinación de llegar hasta el final. Nada que ver con ese Ejército de Pancho Villa de la derechita patria que está a años luz del enemigo en ese instinto criminal que te hace vencer en cualquier orden de la vida, ya sea la política, el mundo de la empresa o el hiperprofesionalizado deporte. No sé si son cobardes porque son necios o necios porque son cobardes, el caso es que ganan batallas pero terminan perdiendo prácticamente todas las grandes guerras.

El desmembramiento del Estado, de la España democrática, del consenso del 78 y la consiguiente explosión descontrolada de la separación de poderes no data de aquí ni de ahora. Todo empezó por ese 11-M en el que parece que el huevo fue posterior a la gallina pero sin fehaciencia del 100%. La izquierda, obviamente, nada tuvo que ver con unos atentados de nítida índole y autoría islamista pero hizo de la necesidad de llegar al poder como fuera, pecado. La inesperada irrupción en Moncloa de un Zapatero al que las encuestas otorgaban 140 escaños frente a los 175 de Rajoy 24 horas antes del salvaje ataque múltiple, cambió nuestra historia para siempre.

Lo primero que hizo fue levantar un muro frente a la democratiquísima derecha del PP que, de la mano de José María Aznar, había gobernado más y mejor que nadie entre 1996 y 2004. Se inicia la etapa de los cordones sanitarios, vigente a día de hoy. Al más puro estilo de los peores pasajes de la Segunda República, todos se confabularon para no pactar jamás de los jamases con el partido de la calle Génova. Fascismo de la peor catadura. Aquél «es la última vez que este señor ha hablado aquí» con el que la deleznable criminal Pasionaria sentenció a muerte a José Calvo-Sotelo o ése «ustedes nunca volverán a sentarse en el Consejo de Ministros» de otro que tal baila, el Pablo Iglesias de la coleta y los dientes color carbón, el mismísimo hijo putativo de Nicolás Maduro.

Los zurdos hacen el mal a conciencia y exhiben una unión que les hace mucho más fuertes y una pétrea determinación de llegar hasta el final

El siguiente hito fue traspasar todas las líneas rojas pactando con esos independentistas cuyo único objetivo vital es hacer saltar por los aires la unidad de España. Algo a lo que Felipe González, un estadista como Dios manda, nada que ver con los chisgarabises que gobiernan su partido a día de hoy, se había negado sistemáticamente, por convicción y porque su transversalidad le permitió concitar las más bestias mayorías en 47 años de democracia. El acuerdo PSC-ERC representa el punto de partida de esta etapa. El subsiguiente mojón fue el blanqueamiento de ETA vía Tribunal Constitucional: se legalizó al apéndice político de los terroristas, Batasuna, y Otegi, el votante de Sánchez Txapote y demás malnacidos dejaron de ser unos asesinos para convertirse en chicos equivocados pero en el fondo guays. Lo de la politización hasta la náusea del Tribunal de Garantías no es, como ven, cosa de nuestro tiempo. Empezó con el tan simpático como nocivo ZP.

Franco sirve para un roto y para un descosido. Las desmemoriadas Leyes de Memoria, que olvidan que la Guerra Civil fue una contienda «de malos contra malos» en acertada expresión de Stanley G. Payne, han finiquitado de facto y sin consenso alguno ese Pacto de la Transición suscrito entre personajes de ambos bandos que cuatro décadas antes querían matarse. Ellos mismos o sus padres. Torcuato Fernández-Miranda, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Felipe González, el Santiago Carrillo de los 6.000 asesinados en Paracuellos y tantos y tantos otros resolvieron olvidar el terrible pasado y mirar hacia adelante para construir un sistema democrático basado en esa bendita alternancia que ha facilitado los mejores momentos de nuestra historia, tanto en esa semidemocracia que fue la Restauración como en la democracia plena que disfrutamos desde 1977. Zapatero y ese aventajado discípulo que ha superado al maestro, Pedro Sánchez, se han cargado por la vía de los hechos consumados un Pacto del 78 que se había convertido, por derecho propio, en sano objeto del deseo de las naciones que anhelaban dejar atrás la tiranía e incluso de las democracias más asentadas. El uno y el otro han tirado al contenedor ese consenso entre españoles que se antojaba imposible hace tan sólo medio siglo. Sánchez no se esconde demasiado. Hace no mucho se deshacía en elogios a Largo Caballero por su legislación laboral: «Actuó como hoy tenemos que actuar nosotros». Olvidó que no hay loas que valgan con El Lenin español, asesino intelectual de miles de personas que no pensaban como él.

Y en éstas salió del cascarón, gracias a la mano que mecía la cuna, Soraya Sáenz de Santamaría, una extremísima izquierda que nunca había pintado nada en nuestra democracia. Lo normal en las naciones más avanzadas del planeta: desde los Estados Unidos hasta Alemania, pasando por Japón o Reino Unido. Con la particularidad de que a la banda amadrinada por la entonces vicepresidenta la financiaban esos Chávez y Maduro que asesinan o encarcelan rivales políticos y el Irán teocrático que cuelga homosexuales y lapida mujeres. El Gobierno de Mariano Rajoy, que no stricto sensu un Rajoy que dejó hacer más de la cuenta, alzaprimó a Podemos y la deriva socialcomunista se convirtió en la triste realidad de una España en la que el saludable turnismo ha adquirido a nivel nacional la categoría de milagro de esos que analiza la Congregación para la Causa de los Santos.

Zapatero y ese aventajado discípulo que ya ha superado al maestro, Pedro Sánchez, se han cargado por la vía de los hechos el Pacto del 78

Sánchez ha batido todos los registros del mal: tiene de socio de gobernabilidad a la gentuza que asesinó a 856 compatriotas, a quienes declararon la independencia de Cataluña en 2017 y a lo más virulento del comunismo español. El común denominador de todos ellos es su aversión a una Corona que filosófica e intelectualmente no es lo más justo del mundo pero que ha funcionado maravillosamente bien como institución en las cinco últimas décadas y muy especialmente desde que el Rey Felipe asumió la jefatura de una institución basada en la ejemplaridad. Al respecto tampoco conviene olvidar el argumento de los siempre exitosos y pragmáticos anglosajones: «Lo que funciona no se toca».

Don Felipe, némesis de un padre enfermizamente obsesionado con las mordidas y los paraísos fiscales, está demostrando unas dosis de impecabilidad similares a las exhibidas durante 70 años por ese ejemplo moral que fue la británica Isabel II. No es perfecto pero se comporta como tal. Ni un solo escándalo en una década, ni una palabra de más, ni una corruptela. Y en este capítulo incluyo a una Doña Letizia de la que jamás escuché un solo reproche en este último apartado, ni de ella ni de ninguno de sus familiares, que han continuado su vida de antes de 2004 —fecha del enlace real— como si tal cosa. Nadie me ha insinuado siquiera un negociete del padre, de la madre, la hermana o cualquiera de los sobrinos de la Reina. Y a un servidor le llegan prácticamente todos esos rumores que suelen constituir la antesala de la noticia.

Es lo que les jode a nuestros zurdos: que quieren cargarse la institución pero resulta que es la más prestigiada, la más querida y la más respetada, con permiso de la Policía, la Guardia Civil y ese Ejército que, por cierto, comanda nuestro protagonista en su calidad de capitán general. Ya lo avanzó el arriba firmante en ese artículo titulado Ahora van a por usted, Don Felipe publicado el 3 de septiembre pasado, apenas seis semanas después de esas generales que la derecha regaló a Sánchez. Con todo, lo peor no son esos «¡Los borbones a los tiburones!» de 2.000 piojosos podemitas y máspaíses sino la prepotencia que exhibe un perdonavidas Partido Socialista que mantiene, sistemáticamente, que Felipe VI está donde está por un solo motivo: «Porque nosotros no rompemos el Pacto de la Transición». Estos chulánganos olvidan que no se trata de ningún regalo, menos aún una prebenda, sino de una inalienable prescripción de una Ley de Leyes llamada Constitución que todos los españoles nos regalamos, con un 87,8% de respaldo en las urnas, en 1978. Pues eso, que menos lobos, señores, señoras y señoros de Ferraz.

Don Felipe está demostrando unas dosis de impecabilidad similares a las exhibidas durante 70 años por ese ejemplo que fue la británica Isabel II

Don Felipe está donde está no porque se lo consintáis vosotros, socialistillas, sino porque la absolutísima mayoría de los españoles así lo quiso hace 46 años y así lo quiere. A las encuestas me remito. Ya le gustaría al autócrata gozar de la cuarta parte de cariño popular que Felipe VI. Y permanecerá donde está hasta que los españoles lo decidan que, de momento y hasta nueva orden, es sine die.

Palabrerías aparte, el siguiente mojón de la izquierda guerracivilista que amenaza el orden constitucional pasa por la balcanización de España y la supresión de la monarquía. Esto último es el sueño húmedo de un Pedro Sánchez al que tantas y tantas veces traiciona el subconsciente en forma de feos al monarca. Frescas, muy frescas, están esas imágenes en las que andaba dos o tres pasos por delante del jefe del Estado o esas otras en las que se plantó ante él con las manos en los bolsillos, como si estuviera tocándose las criadillas, así de chulo es él.

Lo de la balcanización ha provocado y provocará más de un cristo memorable. Para empezar, ese 155 de 2017 que por su duración fue de pitiminí; para terminar, una eventual intervención del Ejército si se intenta desmembrar España por la fuerza. Esto último no lo digo ni lo deseo yo, ni mucho menos, lo señala clara y taxativamente el artículo 8 de nuestra Carta Magna. El pollo summa cum laude sobrevendrá el día que, Satanás no lo quiera, aunque me da que lo quiere, la izquierda ultramontana —a día de hoy, sepultada la socialdemocracia, la inmensa mayoría— plantee por las malas el cambio de sistema en la Jefatura del Estado. El trueque de una monarquía parlamentaria por una República tendría que hacerse por procedimientos expeditivos porque una reforma constitucional a tal efecto representa un imposible físico y metafísico en estos momentos, son imprescindibles tres quintos del Parlamento además de un referéndum. Y la derecha constitucional, algo más del 50% de los españoles, bajo ningún concepto consentirá acabar con la monarquía porque sí, porque le dé la realísima gana a esa revanchista izquierda que intenta reescribir la historia e imponer a machamartillo el pensamiento único. Transformar sus irresponsables palabras en antidemocráticos hechos nos conduciría inexorablemente a un enfrentamiento civil de incalculables consecuencias. Espero que la sangre no llegue al río, y nunca mejor dicho, porque de los polvos de no aceptar al contrario ni la legalidad llegaron los lodos de la Guerra Civil. Pues eso, Sánchez, que tú y los suyos dejéis de jugar con fuego. Que con una contienda fratricida ya tuvimos demasiado.

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