El Rey Juan Carlos (sí, rey) durmió en un hotel de lujo «como un jeque»: ¡Qué vergüenza!
He cumplido ya 92 años y 70 como periodista. En todo este tiempo he sido testigo de infinidad de situaciones y comportamientos humanos que no puedo olvidar. Pero ninguno como el que fui testigo el pasado 6 de septiembre durante el funeral por Juan Gómez Acebo en la iglesia catedral de las Fuerzas Armadas, en la capital de España, donde los reyes y la familia Borbón en pleno le despidieron, en un emotivo funeral con lágrimas, abrazos y luto riguroso. Había fallecido el pasado mes de agosto a los 54 años, cinco meses después de la muerte de su hermano Fernando.
Con tal motivo, el Rey Juan Carlos se trasladó desde su exilio en Abu Dabi (no me caigan en la vulgaridad de «exilio dorado») a Madrid, llegando al aeropuerto de Barajas acompañado tan sólo por don Vicente García Mochales, el teniente coronel de la Guardia Civil, conocido por el cariñoso apelativo de Mochi, que desde hace algunos años se encarga de actuar como lazarillo y cuyo brazo izquierdo real es sostenido por Mochi como una prolongación natural de sí mismo, mientras que el derecho lo apoya don Juan Carlos en un bastón. Por su forma de guiarle y por el intercambio de miradas y sonrisas, parece haberse forjado una relación de amistad y complicidad.
Pero en el aeropuerto no le esperaba nadie. Cuando lo normal es que hubiera sido recibido por algunos de los hermanos Gómez Acebo. Bruno, Beltrán o Simoneta. Pues no. ¡Nadie! Y sólo en compañía de Mochi se trasladó, no a la Zarzuela sino al lujoso hotel Four Seasons «como un jeque», titulaba un periódico madrileño. ¿Qué hubieran preferido, una pensión o un piso turístico? Sobraban esos calificativos. ¡Qué vergüenza!
Hoy recuerdo el día que la reina Victoria Eugenia regresó a Madrid desde el exilio suizo de Lausanna, el 8 de febrero de 1968, después de treinta y siete años de ausencia para amadrinar a su biznieto Felipe, a petición del Rey Juan Carlos. Dentro de sus sentimientos contra el general Franco, se negó a pernoctar en el Palacio de la Zarzuela, propiedad de Patrimonio Nacional, que la soberana identificaba con el general. Pero no se fue a ningún hotel como hoy el Rey Juan Carlos, ¡lastimoso el tema!, sino que la duquesa de Alba, la gran Cayetana, le ofreció el Palacio de Liria. Mientras que hoy, ningún aristócrata de la Diputación de la Grandeza se ha molestado en ofrecerle sus palacios, sus lujosas residencias.
Tiempo después de aquella visita de la reina a Madrid, me trasladé a Lausanna para hacerle una entrevista y conocer sus impresiones sobre el histórico regreso a España. En el transcurso de nuestra conversación lo que sí me quiso dejar muy claro la soberana es que ella no le había dicho a Franco, en su encuentro en Zarzuela el día del bautizo de Felipe, que ya tenía tres borbones para elegir: padre, hijo y nieto, como se propagó casi oficialmente desde El Pardo. «¿Como iba yo a decir tal tontería –me relató– cuando, horas antes, yo me había arrodillado ante mi hijo (el conde de Barcelona) al recibirme en el aeropuerto de Barajas? Fui yo quien le pidió que me diera la bienvenida en Madrid, para que todo el mundo supiera quien era el rey de España, el futuro rey».
Pero aún hubo más el día del funeral por Gómez Acebo, que desconcertó y sorprendió a muchos de los presentes: la llegada a la Iglesia Catedral de Felipe VI dando el brazo a su esposa Letizia, mostrando muy visible la alianza matrimonial en la mano del brazo al que se agarraba la consorte. Después de todo lo que ha pasado o se ha dicho que ha pasado, ¿en qué quedamos? Porque según la revista Lecturas, y en portada: «Letizia, apartada de la familia del Rey» (Pilar Eyre dixit) ¿O es que después del vuelco emocional… llega la calma?
Y, a propósito del ridículo descubrimiento de Alejandro Entrambasaguas, después de más de un año de «investigación» –según propias palabras– sobre los orígenes reales de Letizia, quien desciende nada menos que del rey Fernando II de León –noticia tan vieja como el tiempo transcurrido desde 2009 en la que ya se especuló sobre este tema, siendo desmentido incluso por la propia Zarzuela–, un ilustre miembro de una importante Casa Real se ha puesto en contacto conmigo para, con gran sentido del humor, hacerme llegar la solución: «Hagamos una prueba de ADN a la consorte real y a los restos del rey Fernando II y… ¡todos quedaremos tan contentos con el resultado!
Chsss…
Con los nervios a flor de piel después de la boda de su hija con el chaman negro, el rey ha decido poner orden en la familia. ¡Ya podría haberlo hecho unos meses antes y se hubieran ahorrado tal bochornoso espectáculo!
No tiene escrúpulos en clamar contra los Lamborghini cuando él no se baja ni de un Audi A8 ni del Falcon.
Al nuevo presentador sólo le falta presumir, como aquel otro, de «rojo y maricón». Ya sabemos, ya sabemos que es de izquierdas hasta las cachas. Pero ¡hombre! no lo repitas tan exhaustivamente que no nos importa.
Me parece ridículamente provocador presumir, repitiendo una y mil veces, que a él no le van a pagar catorce millones de euros por «la mierda de siempre», en propia expresión.
Y ridículo, también, decir «tengo mucho dinero» y «soy muy varonil, muy fogoso, mantengo relaciones sexuales todos los días al amanecer y al atardecer». Pues que nos diga la fórmula.
Lo de nobleza obliga ha quedado en una frase vacía de contenido.
Un triste ejemplo: es duque pero no ha tenido reparos en hablar de la pésima relación con sus hermanos, después de una década de la muerte de su madre.
Recordar que la frívola influencer de la Familia Real es «la quinta en el orden de sucesión al trono» no sólo es patético sino ofensivo para la Institución.
«En España el mayor héroe que hay es Milei». Demasiado decir, querida, al menos que sea un cumplido obligado por tu estancia en Buenos Aires y tu encuentro con el líder argentino.
Mientras se airea excesivamente el fin de su tratamiento de la quimioterapia, la reina desvela cuál es el estado de salud del rey y su actitud durante el tratamiento del cáncer que padece.
No desperdicia ocasión de mostrar, con todo descaro, el mejor atributo físico de su persona: el culo.
Todo el carisma que le sobra a María Corina Machado, le falta a Edmundo González.
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