El Rantanplan del nacionalsocialismo

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Gabriel Rufián y su apellido han dado no pocas relaciones con personajes pequeños, muñidores, bufoncillos que despiertan simpatías por su propia condición. Émulos de Rantanplan y, como ellos, al final siempre acaban de rodillas esperando la prebenda del hidalgo al que han tratado de incomodar. La actuación de Gabriel Rufián en la comisión acabó como sólo puede acabar alguien como él: en absoluto ridículo.

Comparado con el expresidente del Gobierno José María Aznar, Rufián es sólo el nini adocenado del separatismo, un muñeco de trapo que en política —y en todo lo demás— tiene la altura de miras al nivel del subsuelo. Rufián se define a sí mismo con el uso desconsiderado y demagógico del reportero asesinado José Couso. Como si Aznar tuviera algo que ver con su muerte en Irak.

Gabriel Rufián, no obstante, es selectivo en sus causas y poco reivindicativo cuando se trata de otros crímenes. Él siempre está condicionado en sus juicios y análisis según el hecho en sí se asiente en un pesebre u otro. Así es Rufián, Rantanplan andante, hombre de mucho hablar y poco pensar. Alguien que, por otra parte, es lo que todo el mundo sabe… y poco, muy poco, más.

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