¿Y quién indulta a los españoles?

¿Y quién indulta a los españoles?

Hay una especie en la geografía carpetovetónica que no es nueva, pero que ha proliferado de manera muy notable a raíz del acelerón del “procés” catalán. Se trata de los independentistas españoles. Nunca los tomamos en serio, porque estos individuos, que surgen de forma reactiva cuando los secesionistas vuelven demasiado hostil el ecosistema, nunca aceptarían provocar la destrucción de la nación española en respuesta despechada a quienes buscan precisamente esa destrucción. Esa especie de oxímoron y su completa inoperancia los hace inofensivos, pero no conviene para la convivencia de los españoles que, ni siquiera en el plano teórico, se extienda su derrotismo.

Desde el principio del actual periodo democrático se hicieron notar, con distintos grados de intensidad en cada momento, las presiones de los movimientos nacionalistas y/o independentistas vascos y catalanes. Quitando las sangrientas actuaciones terroristas, que obviamente eran inaceptables, desde el principio se asumió (¿erróneamente?) que había justificaciones históricas o socio-culturales en sus reclamaciones y se accedió -de hecho o de derecho- a mejorar su situación respecto al resto de comunidades. Dicho esto, cuando el desarrollo del estado autonómico permitió a estos territorios alcanzar un nivel de autogestión mucho mayor al que nunca históricamente tuvieron, se entendía que ya la clase debiera continuar desarrollándose unida; explotando su respectivo potencial, pero sin privilegios y con equitativa solidaridad.

Lamentablemente no ha sido así, y los españoles no hemos dejado de vernos condicionados en nuestro progreso social, político y económico por las interminables exigencias de unos compatriotas desleales. El protagonismo lo tuvieron inicialmente los nacionalistas vascos, que sacando fruto del chantaje terrorista no pararon de exigir un trato diferencial -mayor al que se les concedió-, y después tomó la iniciativa la aburguesada progresía catalana que, inventándose la historia y haciéndose los modernos y sofisticados, han exigido dinero primero e independencia después. Por favor, hasta en eso han sido indignos, y es que hasta los mafiosos tienen sus códigos y, si les das la bolsa, te respetan la vida.

Al final nos damos cuenta que ni uno ni otro tenían o tienen razón, y que, por tanto, ni había ni hay motivo para un trato privilegiado.

El nacionalismo del País Vasco tiene su origen en un etnicismo racista, construido alrededor del costumbrismo rural de una parte de su territorio. Por cierto, de la parte menos desarrollada política y socialmente; no olvidemos que Bilbao y las villas vizcaínas fueron impulso del liberalismo español frente al tradicionalismo carlista sobre el que el esquizofrénico Arana inventó su ideario nacionalista. Lo de Cataluña es igual o más impostado. Se han inventado una historia de éxito y autogestión en la edad media y en la edad moderna -la arcadia preborbónica- que en realidad nunca existió. Al contrario, su desarrollo diferencial se ha generado en el siglo XX y, sobre todo, pásmense, durante la dictadura franquista.

Así que la realidad es que el trato injusto nos lo están dando a todos los españoles, y especialmente a sus coterráneos que son los primeros que sufren el inmerecido castigo de aguantar las embestidas nacionalistas. No olvidemos que ambas regiones, que en la transición partieron aventajadas en desarrollo humano y económico -en gran parte por el trato de favor que les dio el franquismo-, han perdido esa capacidad tractora, lastrando su crecimiento con su ombliguismo y con los éxodos personales y empresariales que se han provocado.

Pues eso, es inevitable pensar en los recursos, esfuerzos e incluso vidas que hemos tenido que dedicarles -ni un minuto nos han dejado en paz- desde el año 78. Y si a pesar de todo hemos llegado hasta aquí, desarrollando nuestra personalidad y una completa oferta de país que nos hace únicos, es triste pensar donde estaríamos, hasta donde podríamos haber llegado, si no hubiéramos tenido que soportar ese pernicioso agente endógeno que es la matraca nacionalista.

No, nunca aceptaremos el independentismo español que pretenda repudiar a algunos de sus vástagos, pero con ellos coincidimos en la necesidad de impulsar el indulto a nuestra nación de la injusta condena de aguantar a unos hijos malcriados.

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