Puigdemont, cobarde… pero no solo él
Seguimos asistiendo a una grotesca y chusca burla al Estado de Derecho y a una de las naciones más antiguas del mundo. Seguimos contemplando el constante salivazo hacia lo que representa la legalidad, la democracia y la libertad. Continuamos viendo cada vez con menos perplejidad como algunos venden su fracasada afrenta sin el más mínimo ápice de gallardía, ética o dignidad. Carlos Puigdemont nos ha ofrecido, y sigue ofreciendo, una hilarante comedia bufa. Aprueba una declaración de independencia y nueve segundos después la suspende, amaga con ir al Senado y mediante su constante chanza a las instituciones del Estado claudica de su primera intención, acepta una votación secreta que esconde su personal e infame cobardía, huye a Bélgica como rata que busca cobijo en la hedionda basura desde donde vomita falsedades con el único objetivo de escudarse de manera ruin y no dar la cara sobre todo ante los suyos y se refugia temeroso en una sala de prensa en Bruselas para seguir escupiendo los mismos tópicos falaces y las mismas mentiras que se llevan cultivando en parte de la sociedad catalana desde hace décadas.
Todo ello bajo la más absoluta ilegalidad, el enfrentamiento social, la huida masiva de empresas, el caos. Tanta cobardía, tanta abyección, semejante depravación resulta tan patética como bochornosa. Carlos Puigdemont debería asumir su error. Ser valiente, dar la cara ante los suyos, apencar con las consecuencias de sus actos. Los valientes mueren con las botas puestas. Para los que creemos de manera firme en la unidad de España nos produce un especial asco si bien a veces nos aparece cierta sonrisa en la cara fruto de tan esperpéntico espectáculo. Pero que triste imagen para sus adeptos. Como Saturno devorando a su hijo, acabando con la vida de sus hijos por temor no a que le destronen, sino a que la legalidad le ponga donde debe estar. Menuda espantada la de buscar una emponzoñada madriguera en Bruselas y allí permanecer agazapado, asesorado por un abogado de etarras, mercenario sin principios, huyendo de la Justicia española como un prófugo cualquiera, como un forajido, como un cuatrero.
Pero junto a usted, muchos otros conforman esa banda de cobardes a la que la historia deberá colocar en el rincón de los apestados. Sus guardias de corps, santeros de secta incapaces de afrontar acto alguno, coautores de delitos, embustes y mentiras. La alcaldesa de Barcelona, cuyo curriculum se forja en la ocupación de inmuebles privados mientras no le hace ascos a su sueldo como regidora. Que mala y dañina es la indigencia moral. Determinados sectores políticos que se ponen de perfil para ocultar su verdadero rostro y nadar y guardar la ropa. Albano Dante Fachin, el grotesco líder de Podemos en Cataluña hasta que Pablo Iglesias, con ese leninismo tan proclive a las venganzas, ha decidido aplicar su “artículo 155”. La cobardía del nacionalismo catalán es ya legendaria. Que vergüenza supone ese nacionalismo que trabaja de manera incansable en la reversión cultural, en el retraso demográfico de Cataluña, en el bombardeo de la verdadera historia y el hortera ensalzamiento de una presunta identidad, vetando y castigando sólo a los que se sienten españoles.
Esta dantesca comedia pasará. Pero quedarán por muchos años las heridas en la sociedad y por siempre, las cicatrices que por un calculado daño han producido el soberanismo. Con ingentes recursos económicos han envilecido a parte de la nació de Catalunya y han envenenado a casi dos generaciones de ciudadanos. Hasta ahora les ha salido gratis. Esperemos que su opresión y chantaje a España les cueste el más alto precio que determine la ley. Y su única respuesta ha sido la huida, la falta de decisión, la incapacidad de afrontar los propios actos, el titubeo. Que cobardes. Como dijo Publio Siro, escritor y poeta de la antigua Roma: “El valor crece atreviéndose, y la cobardía titubeando”.