Prohibido quejarse
Estoy medianamente obligada a estar informada. Digo “medianamente” porque, si una cae en las redes informativas por completo, pierde su capacidad de juicio. Aguanto delante de los telediarios casi atada con cuerdas, porque es un espectáculo bastante lamentable en la forma y en el fondo. Leo a mis colegas de soslayo, salvo a alguno que me inspira verdadero respeto, una elección que no coincide con el gusto de la mayoría, a tenor de los ruidos que se oyen en los patios de los corrales. En general, todo se basa en la queja y en la destrucción.
La pugna por Madrid es el nuevo campo de batalla. Ni soy madrileña ni vivo en Madrid, pero entiendo la repercusión nacional de todo lo que está sucediendo. Están los ánimos como para no estar alerta. Pretendo con este texto provocar una reflexión, dar un giro en la actitud colectiva frente a la situación real que tenemos al inicio de esta primavera: en lugar de destrozar toda actuación o propuesta, utilizarla para mejorar la propia; en lugar de ver al actor político como un enemigo, seamos ambiciosos y audaces como país y entendamos que somos una cosa muy pequeñita en el mundo, y que las peleíllas de tres al cuarto dan mucha risa a los de ahí afuera.
Para que no quede todo en una ñoñería de articulista cursi, voy a ir por partes, como dijo Jack el Destripador. Que se evidencia la falta de solidez en el programa político de unos, pues que los que ejercen la oposición utilicen esa evidencia para reforzar el suyo. Es decir: frente a la carencia de una ideología firme, que se refuercen las de enfrente. Que se ha demostrado que la formación de gobiernos en sistemas multipartidistas es un fracaso, pues que haya consenso en las variaciones del mismo eje doctrinal y se alíen para que haya menos partidos y más sólidos, como ha pasado toda la vida democrática. Para eso hay que ceder y guardar los egos en cajones con llave. Nadie está de acuerdo al cien por cien con otra persona, pero existe el diálogo y para eso somos seres racionales. El problema es la pérdida del objetivo.
El fenómeno Iglesias/Ayuso o Ayuso/Iglesias es algo así como el fenómeno Belén Esteban en los noventa. La gente necesita temas de machaque para sus sobremesas y, si antes los líos de faldas entre toreros y folclóricas eran el tema estrella, ahora se ha desviado al mundo de la política, que ocupa todo el desasosiego y la visceralidad del carácter latino. Si uno es bueno, el otro es malo, y punto. Si Ayuso es la buena, probablemente Monasterio tampoco sea tan mala; y si Iglesias es el increíble, pues el “soso oficial” es una opción también a considerar. Pero todo se trata bajo una queja constante, en una actitud destructiva. Nada de opinar para construir una solución, sino todo lo contrario.
Esta es una lectura muy simplista, frívola y dramática de la realidad, pero en su misma ridiculez contiene algo de la verdad de lo que está sucediendo. En las tertulias no se habla de las ideologías de uno u otro, o de las repercusiones reales de que no haya un consenso razonable entre partidos. El tema más trascendente es si uno ha escrito en Twitter que el otro es feo, o si el naufragio de Arrimadas es saludando o bien con pose en jarras. La verdad es que, si nos distanciamos un poco, es todo un sainete de pacotilla. Por cierto, a la que se echa muchísimo de menos es a Begoña, ¿y que fue del amigo Carnicero de Sánchez? El nuevo foco de interés le está viniendo de perlas al presidente, ya nadie se ocupa de él, vía libre para seguir regalando jamones de Jabugo.
Que hay crisis en todos los sentidos es evidente, pero las crisis sirven para crecer y desarrollarse. Seamos más austeros: menos políticos y más comprometidos con el bien del país. Prohibido quejarse, seamos agradecidos por seguir aquí y poder disfrutar de otra primavera. Todo pasa por sentirnos “país”. El no poder viajar esté haciendo que perdamos la perspectiva, y de verdad que ahí fuera damos mucha risa.