El problema no es que Puigdemont humille a Sánchez, sino que Sánchez se deje humillar
Carles Puigdemont ha anunciado su intención de encabezar la lista de Junts a la presidencia de la Generalitat de Cataluña en un acto en el que ha dejado claras sus intenciones de ser «restituido» en el cargo para volver a lograr su objetivo de alcanzar la independencia a través de un referéndum de autodeterminación. Nadie podrá decir que Puigdemont no cumple lo prometido, porque, a diferencia de Pedro Sánchez, no es político que cabalgue a lomos de la mentira, razón de más para que el presidente del Gobierno se vaya atando los machos. Puigdemont será lo que se quiera, pero Sánchez, a estas alturas, ya sabe que el hombre que le mantiene en el cargo y de quien depende no va a mercadear con la que es su principal razón de ser política: la independencia de Cataluña. La amnistía es solo el primer paso de un camino hacia la consecución de un Estado catalán que para el líder de Junts no es negociable.
Por tanto, el problema no es que Puigdemont humille a Sánchez, sino que Sánchez se deje humillar para continuar aferrado al poder. Por decirlo de otra forma: la amenaza a los intereses de España no viene de Carles Puigdemont, sino del mismísimo presidente del Gobierno que ha vendido su continuidad en el cargo a costa de entregar el Estado. Y si Puigdemont ha visto fortalecida su figura hasta el punto de convertir a Pedro Sánchez en un títere ha sido, precisamente, por la ambición desmedida de quien ha aceptado el trueque indigno de doblegar el Estado a cambio de seguir siendo jefe del Ejecutivo español.
Carles Puigdemont está en condiciones de volver a ser presidente de la Generalitat de Cataluña y si esa situación se produce tras las elecciones de mayo lo será porque Pedro Sánchez le ha despejado por siete votos el horizonte penal. Y todo lo que venga después será consecuencia directa de la obscena traición de un presidente del Gobierno al que Puigdemont ha convertido en un vanidoso pelele.