El problema es grave, ¡pero tenemos la solución!

El problema es grave, ¡pero tenemos la solución!
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Cuando estábamos en el periodo más duro del Covid-19, cuando se multiplicaban los contagios, se colapsaban los hospitales y se lamentaba una terrible cifra de decesos, hubo algunas personas que se atrevieron a decir que la pandemia no se podía abordar únicamente desde un punto de vista médico y sanitario, olvidando que había que gestionar los impactos sociales y económicos.

Pero la diversificación de la orientación y de los esfuerzos era tan políticamente incorrecta que en general los gobernantes, e incluso muchos países en su conjunto, no se atrevieron a abordarla. En España, por ejemplo, de los muchos órganos y poderes institucionales que tenían responsabilidad en la gestión de la pandemia, un número muy pequeño se atrevió a, sin descuidar o incluso liderando la organización y atención sanitaria, minimizar el impacto económico, defendiendo la libertad de los ciudadanos, y en especial de los trabajadores, autónomos y empresarios. Por ello, incluso una persona concreta recibió un reputado premio internacional. ¿Saben de quién hablamos? Bien, pues luego volvemos con ella.

Porque hemos constatado que el mundo estaba más preparado para sufrir un escalofriante incremento de fallecimientos que un parón económico general y, más en concreto, en la organización del comercio. No hay frivolidad en reconocer que de alguna manera la muerte forma parte de la vida, y que por ello tenemos más interiorizada su existencia que la de las crisis económicas con las que, en la arcadia feliz que es la vida en el primer mundo, no nos apetece contar.

Pues eso, la economía y el comercio mundial, que como en la Teoría del Caos son muy sensibles a la variación de las condiciones, están ahora sufriendo la interrupción en la producción de algunos bienes o el cierre masivo de fronteras, puertos y vías de comunicación que ha desajustado los canales de abastecimiento. Y a la vez, esta situación ha puesto de manifiesto carencias y dependencias en determinados sectores y en determinadas geografías. Por ejemplo, más del 40% del gas que precisa Europa viene de Rusia o más del 80% de los microchips se fabrican en Corea del Sur y en Taiwán (esto último es una de las razones del interés de China por anexionarse este pequeño país que es menos del 0,4 % de su territorio).

El proceso de estabilización y ordenación del caos lo liderarán los gigantes asiáticos, que no tienen complejos en corregir ineficiencias cortando por donde haya cortar y recomponiendo el atavío, aunque sea con burdo recosido remendón; EEUU tirará de su pragmatismo, aunque se obligue a intervenir con prácticas de cirujano estético. Europa, como no, irá al rebufo; y España al rebufo del rebufo, enfocándose en leyes sociales y laborales comunistas que dificultan cualquier avance o corrección económica, además de coartar la libertad individual, haciendo bandera, en Glasgow o donde sea, de un ruinoso ecologismo, y preocupándose de porque en Halloween los niños se han vestido de brujas, y no de brujos o de brujes.

Tenemos en nuestro país un reto enorme, ya que corremos riesgo de empobrecernos para décadas, y, ante la referida inoperancia del gobierno, hace muy bien Pablo Casado en plantearlo con su brutal crudeza. Ahora bien, también tiene que trasladar a los ciudadanos que el PP tiene una receta para enderezar el rumbo y que se parece mucho a la que desde hace tiempo se aplica en la Comunidad de Madrid.

Casado no tiene otra que dejar la racanería con la que el partido está tratando a Isabel Díaz Ayuso y colgarse de sus innegables logros. Más aun, cuando la presidenta madrileña, que fue de los pocos dirigentes que aplicó con éxito una versión libre de la gestión del Covid, ha demostrado que no se acompleja ante el progresismo, al que ha conseguido vencer en toda regla, arrastrando al PP, después de la victoria del pasado mayo, al pico de adhesión y estimación de votos.

Cuando en la Primera Guerra Mundial el general Allenby se hizo cargo del Ejército expedicionario inglés en oriente próximo no dudo en apoyar y promocionar al indisciplinado Lawrence de Arabia, que había conseguido que las irregulares tropas del príncipe Faysal tomaran el puerto de Áqaba. Cuando Lawrence le agradeció su apoyo alabando su clarividencia, el general contesto: -No soy un hombre brillante, pero reconozco algo bueno cuando lo veo.

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