Primera década del reinado de Felipe VI
Hace diez años, la sociedad española y la opinión pública internacional quedaron sorprendidos e impactados por el anuncio de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos de abdicar tras 39 años de ejercicio de su responsabilidad como máxima magistratura del Estado.
Tras asumir el 22 de noviembre la Jefatura del Estado como sucesor de Franco a título de Rey, de acuerdo con la ley de Sucesión, el balance de su reinado- con el activo y pasivo propio de todo balance-, no puede ser calificado sino de netamente positivo para España y el bien común de los españoles.
La Transición pacífica del franquismo a la democracia, con las contradicciones y dificultades propias de una operación de tal calado, son una realidad que sin él es muy difícil se hubiese podido realizar. Baste recordar esa inquietante pregunta que flotaba en el ambiente en los últimos años previos al fallecimiento de Franco: «¿Y después, qué?». La respuesta oficial era que «después, las instituciones».
Pero sin la persona de Don Juan Carlos, las instituciones hubieran sido incapaces de garantizar, por sí mismas, un tránsito pacífico y seguro «de la ley a la ley», entre el régimen franquista y una democracia constitucional con la Monarquía parlamentaria como forma de ese nuevo Estado. No es momento de efectuar aquí un balance de su labor durante 39 años en la que como es normal no están ausentes los errores propios de toda actividad humana, -errare humanum est-pero sin duda, y como afirmamos, el balance es indiscutiblemente positivo para el interés general de España. Por ello es lamentable que no resida en su Patria en estos años de Rey emérito, que ya cumple su primera década. Las comparaciones, dícese, suelen ser odiosas, peo no nos resignamos por ello a rehuir que resulta lamentable que Puigdemont pretenda ser presidente de la Generalitat y tenga mando en plaza en la Moncloa, mientras Don Juan Carlos está en la situación conocida. Es necesario tener presente para entenderlo, que sin perjuicio de eventuales errores personales, en España está en el Gobierno un auténtico Frente Popular social comunista, con el común denominador de la conjunción sanchista que es su alocada voluntad, cada vez más declarada, de implementar una «tercera república».
No hay «dos sin tres», pero con el precedente de las dos anteriores, -estrafalaria la primera cantona, y sangrienta la segunda,- España está vacunada de repúblicas y republiquetas. Si el tránsito a la democracia fue normal y pacífico en 1975, la sucesión a Felipe VI en 2014 fue de una normalidad institucional, política y social, realmente extraordinaria, lo que es el aval del largo reinado de D. Juan Carlos y el mejor legado dejado a su sucesor, el Principe de Asturias.
No olvido aquel 2 de junio de hace 10 años, cuando se conoció la noticia de su abdicación; me encontraba en París en misión oficial, y alojado en la embajada de España, cuando me lo comunicó Ramón de Miguel, nuestro gran embajador. Tras el acto en el Palais Matignon,- residencia del primer ministro de Francia,-tuve que regresar de urgencia a Madrid.
Los 17 días transcurridos hasta la proclamación ante las Cortes Generales de Felipe VI como Rey, la normalidad fue la nota dominante. Sin duda, la magnífica colaboración entre el presidente del gobierno Mariano Rajoy y el jefe de la oposición, el entonces ecretario general del PSOE, Alfredo Perez-Rubalcaba (qepd), fue determinante para ello. La emergencia de Podemos en las previas elecciones europeas actuó de catalizador para que algunos intentaran una creciente movilización ciudadana que precipitara otro 14 de abril en la Puerta del Sol, en lugar de un 19 de junio en la Carrera de San Jerónimo y en el Palacio Real, como así sucedió.
La madurez del pueblo español y el legado de los 39 años de la Corona, propiciaron que las manifestaciones convocadas fueran un creciente y definitivo fracaso. El discurso televisado de Don Juan Carlos, el 23F de 1981, tuvo su reflejo en el de Felipe VI el 3 de octubre de 2017. Ambos, en defensa de la Constitución, la unidad de España, y la paz social.