El primer ministro británico confiesa: la inmigración ilegal responde a un plan
Vivimos tiempos lisérgicos, en los que la distancia entre una alocada teoría de la conspiración y un titular de prensa seria oscila entre dos meses y dos años y decenas de bulos censurados se revelan profecías.
Era verdad el portátil de Hunter Biden, era verdad el origen del coronavirus en un laboratorio de Wuhan, el presidente electo ha prometido abrir los archivos de la CIA sobre el magnicidio de JFK y, ahora, el nefasto e impopular primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, ha reconocido que lo de llenar Europa de población procedente del Tercer Mundo respondía a un plan. Qué tiempos para el periodismo de trinchera.
Muy desesperado tiene que estar Starmer para confesar la verdad, algo a lo que la oficialidad de nuestro tiempo tiene verdadera alergia. Pero ahí estaba la semana pasada, admitiendo ante el país en el estrado de Downing Street que la inmigración masiva no es un fenómeno inevitable o natural, sino que responde a un plan.
«Ocurrió por diseño, no por accidente. Se reformaron políticas deliberadamente para liberalizar la inmigración», declaró Starmer. El Brexit se utilizó con ese fin, para convertir a Gran Bretaña en un experimento uninacional de fronteras abiertas. «Gran Bretaña global»: ¿recuerdan ese eslogan? Eso es lo que querían decir”.
Tampoco es que haya que ser un lince para darse cuenta, y solo una montaña de tribunas y editoriales de The Guardian y la BBC podían anegar en algunos la evidencia de sus ojos: su propia capital es hace ya algunos años minoritariamente británica nativa, y la migración neta para 2023 está más cerca del millón que de los 740.000 anunciados oficialmente.
Starmer puede permitirse esta ruptura de la omertà europea. De hecho, actúa por pura desesperación, su caída en popularidad en apenas unos meses de su elección, con peticiones millonarios de nuevas elecciones, le empujaban a un puñetazo en la mesa, a una revelación apabullante. Para colmo de bienes, el mal -la sustitución poblacional de los últimos años- es achacable a sus rivales conservadores, que han culminado la traición en sucesivos mandatos.
A los conservadores, pillados por sorpresa, no les ha quedado otra que entonar el mea culpa por boca de su nueva líder, Kemi Badenoch (nacida en Nigeria): “Como nueva líder del partido, quiero reconocer que hemos cometido errores. Sí, algunos de estos problemas vienen de antiguo (se trata de un fracaso colectivo de los líderes políticos de todos los partidos a lo largo de décadas), pero en nombre del Partido Conservador es justo que yo, como nuevo líder, acepte la responsabilidad y diga con sinceridad que nos equivocamos”. A buenas horas.
El principal beneficiado por la crisis migratoria es, evidentemente, el Reform UK de Nigel Farage, al que ahora Starmer quiere comerle la tostada con esta súbita confesión, no muy distinta del “¡Qué escándalo, he sabido que en este local se juega!” del teniente Renault en Casablanca.
Pero que no nos distraigan las maniobras electoralistas de corto plazo. Lo fantástico de las declaraciones de Keir Starmer es que contradicen frontalmente lo que ha sido la consigna oficial, no ya de la clase política, sino de unos medios convencionales convertidos en lacayunas correas de transmisión de las mentiras del poder.