Presidente Putin, tenemos un problema

Presidente Putin, tenemos un problema
Presidente Putin, tenemos un problema

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, sabía el enorme riesgo que entrañaba la invasión en Ucrania. Él junto a su núcleo duro, encabezado por el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, creyeron que le iban a doblar el brazo a Ucrania con la misma facilidad que tuvieron para anexionarse Crimea en 2014. Pensaban que la movilización de un número muy pequeño de tropas alrededor de la frontera, inicialmente fueron 160.000, era más que suficiente para hacer caer al gobierno de Kiev.

La regla de combate 3:1 establece que para que un atacante gane una batalla, sus fuerzas deben ser al menos tres veces la fuerza del defensor. Frente a los 300.000 soldados que Rusia acabó por desplegar en primera línea de batalla, los ucranianos plantaron casi un millón de efectivos, la cifra más alta alcanzada en los siete meses de enfrentamiento. Todo ello se consiguió de tres maneras.

Por un lado, el sentimiento de unidad y orgullo nacional que impulsó a miles de ucranianos a sumarse al ejército de la resistencia. Incluso muchos de los que habían huido, acabaron por volver. En segundo lugar, la importancia de los soldados venidos del exterior a apoyar a los ucranianos, ciudadanos que no siempre han sido británicos, franceses o estadounidenses. En las últimas horas, hemos podido ver que hay gente luchando procedente de Marruecos y Arabia Saudí, lo que dimensiona el carácter internacional del conflicto y el sentido que ello tiene para gente de decenas de nacionalidades. En tercer lugar, la ayuda militar del exterior, tanto en armamento como en preparación que ha hecho del ejército ucraniano uno de los más altamente formados en la actualidad.

Y es aquí donde se encuentra otro de los talones de Aquiles de Rusia. A pesar de la movilización parcial de tropas ordenada por Putin, la mayor de las últimas cuatro décadas desde la invasión de Afganistán, no se trata de un tema exclusivamente numérico.

La reserva rusa tiene actualmente a más de dos millones de ex reclutas y reservistas, pero pocos están activamente entrenados o preparados para la guerra. Históricamente, solo el 10% de los reservistas ha recibido cursos para mantenerlos actualizados en la estrategia militar por la incapacidad del país para entrenar reservistas de manera continua. Según un análisis de RAND en 2019, Rusia sólo tenía entre 4.000 y 5.000 soldados, de lo que entendemos una reserva activa en el sentido occidental, entrenados periódicamente.

Con ese panorama, cualquiera puede hacerse la idea que sólo un porcentaje muy reducido de los soldados movilizados hoy por Putin han sido formados para donde van. Los demás van directos al precipicio.

Ese mismo problema es el que tuvo el zar Nicolás II cuando lanzó en la guerra ruso-japonesa varias movilizaciones parciales, muy similares a las emitidas hoy por Putin, o la movilización general de la Primera Guerra Mundial. La primera ya caldeó mucho el hartazgo de los rusos con el zar, sobre todo tras el asalto al Palacio de Invierno, y la segunda ya le costó la vida al monarca y a toda su familia.

Hoy los rusos tampoco parecen poner ganas para ir al frente. Prueba de ello ha sido como el mismo día de la movilización parcial de tropas, se han agotado los vuelos entre Moscú y Estambul de las próximas semanas. Incluso se ha llegado a filtrar un posible cierre de fronteras por parte de Rusia para que no migren sus ciudadanos o por no decir de las protestas con centenares de detenidos a lo largo y ancho del país.

El presidente ruso, sabedor de la historia de su país, es consciente de que nuevos anuncios de movilizaciones sólo lastrarán su tradicional popularidad y despertarán la furia popular. Entramos, por tanto, en la fase de la guerra más impredecible y peligrosa, en la que la obsesión por ganar a cualquier precio de Putin, mantendrá al mundo en una vorágine de inseguridad e inestabilidad.

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