Podemos no sabe dimitir

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Manuela Carmena y Pablo Iglesias. (Foto: EFE)

Podemos y Ahora Madrid —que tanto monta— tenían un escaparate inmejorable para mostrar las excelencias gestoras de eso que, de manera ampulosa, habían llamado nueva política. El apoyo del PSOE les había permitido llegar hasta el sillón de mando del Ayuntamiento. Un hecho que, nueve meses después, se ha demostrado como un error histórico para la capital de España. Desde que Manuela Carmena se puso al frente de la pandilla podemita, los escándalos se han acumulado uno encima de otro de la misma manera que se amontonan la basura y los excrementos sobre las calles y plazas de la ciudad. No obstante, y a pesar de que la trayectoria de despropósitos es inconmensurable, si hubiera que destacar un área de ridículo por encima de todas las demás esa sería la de Cultura y Deportes.

Tal ha sido la colección de barbaridades en esta concejalía que, incluso, ha aparecido en la portada de uno de los periódicos más famosos del mundo: Financial Times, títeres proetarras mediante. Una concejalía que nació sumida en la vergüenza gracias a Guillermo Zapata y su peculiar sentido del humor antisemita, macabro y filoterrorista. Lejos de dimitir, y pendiente aún de que la Audiencia Nacional pueda reabrir el caso en cualquier momento, Carmena lo mantuvo dentro de la corporación como concejal presidente del Distrito de Fuencarral-El Pardo a razón de 92.697 euros anuales. Fue la primera demostración de que la nueva política, asentada en los preceptos más rancios del radicalismo, era mucho más vieja de lo que teníamos antes.

Cuando los madrileños pensaban que no había posibilidad de hacerlo peor que Zapata, apareció Celia Mayer para darle lustre a la Ley de Murphy: «Si algo puede salir mal, saldrá peor». La ex okupa de Patio Maravillas se ha coronado como esperpento mayor de la villa. Un desastre que Manuela Carmena no piensa cortar de raíz ya que dimitir tampoco es cosa de nueva política. Al menos, no para Podemos. Además del despropósito carnavalero, a tal punto ha llegado el uso guerracivilista que ha hecho Mayer de la Ley de Memoria Histórica que hasta la Cátedra Complutense de Memoria Histórica del siglo XX ha decidido renunciar a asesorar al Ayuntamiento de Madrid por el «disparate» en su lista de calles, donde odio y partidismo pueden más que sentido común o visión histórica.

Celia Mayer, que con un currículo de nivel becario gana 94.758 euros al año, se agarra al cargo a pesar de haber cometido atroces confusiones históricas como retirar la calle a Juan Pujol, el espía español que engañó a los nazis sobre el desembarco en Normandía, o la placa a los monjes carmelitas fusilados antes de la Guerra Civil. Aunque, quizás, el más grave de sus errores es resucitar los rencores de una de las épocas más oscuras de la historia de España. No estamos en contra de que el Ayuntamiento retire placas, pero que lo haga aplicando el mismo rasero a los dos bandos protagonistas de tan aberrante conflicto bélico.

Lejos de asumir ningún tipo de responsabilidad, Mayer se aferra a la poltrona con la ansiedad de una representante cualquiera de la casta y, a pesar de su calamitosa gestión, —cabalgata incluida— seguirá cobrando un sueldazo a costa de los impuestos de todos los madrileños. Dimitir no es un verbo conjugable para los podemitas.

  

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