Podemos es una amenaza letal, Vox es un alivio

Podemos es una amenaza letal, Vox es un alivio

El poder mediático en España, que está en manos de las televisiones adictas al Gobierno, se ha conjurado para persuadir a la opinión pública de que hay muchos nazis en España, sobre todo en Madrid, y que esto es un riesgo para la democracia. Como en tantas otras cosas, se trata de un delirio más en el camino para denigrar a la capital de España por el solo motivo de que está dirigida por la derecha y para deslegitimar a Vox y promover su imposible ilegalización. Por mí que no quede, que diría aquel.

El último episodio de esta comedia grotesca ha sido la reciente manifestación de apenas un par de centenares de individuos repulsivos en el barrio de Chueca en contra de los homosexuales, a los que agredieron verbalmente justo el mismo día en que miles de ‘filoetarras’ rendían homenaje en Mondragón y otras localidades del País Vasco y Navarra al asesino múltiple Henri Parot en una demostración acumulativa de odio al que piensa diferente -con la aquiescencia del Gobierno español y del vasco- que jamás ha tenido parangón ni en número de seguidores ni en el afán monstruoso que les anima para seguir hiriendo a las víctimas por fortuna todavía vivas. Pero según los medios oficialistas, y a cuenta de los incidentes que se produjeron, los abertzales cómplices del terror habían pasado a ser antifascistas luchando contra los provocadores: los familiares de los asesinados y Vox, que se personó allí en su defensa testimonial.

Siempre he encontrado muy acertada aquella frase, que creo que dijo el malogrado e inefable Joaquín Garrigues Walker, de que en España los liberales apenas cabían en un taxi. Ahora pienso que, tras algunos esfuerzos, quizá necesitaríamos un microbús. Pero de lo que estoy convencido es de que los que nunca han cabido en un taxi, ni en los tiempos de Franco ni mucho menos ahora, son los supuestos nazis y los fascistas. No hay de eso en España, su existencia es absolutamente marginal. Esto es un invento adicional de la izquierda, que alienta a diario a través de sus terminales y de sus cargos públicos, entre ellos la delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, que en vez de representar al Estado al que se debe ha decidido trabajar para el partido que la ha elegido, y que tiene el rictus correspondiente al de una persona poco equilibrada, y por tanto el opuesto al necesario para el cargo que ocupa. Ha dicho entre otras lindezas que en Madrid hay mucho extremismo.

Y en efecto, en esto tiene razón, pero no por lo que cabría esperar de a quienes tácitamente se refería sino de a los que estaba ocultando. Algunos intelectuales de izquierda llevan tiempo tratando de establecer un paralelismo entre Podemos y Vox por tratarse de partidos situados en los extremos, pero con el ánimo declarado de blanquear al primero y de zaherir a la formación de Abascal. Para estos señores Podemos sería un partido esencialmente democrático a pesar de que algunas propuestas como su republicanismo, su apoyo a la autodeterminación de Cataluña, defender el impago de parte de la deuda pública o el cuestionamiento de la Monarquía y de la Transición desagrade a buena parte de los ciudadanos o sean sencillamente tan inasumibles como extemporáneas.

En opinión de estos intelectuales, todas estas ideas son perfectamente democráticas, mientras que algunas de las que defiende Vox como la ilegalización de los partidos que no condenaron en su momento la violencia o ahora la homenajean -como es el caso de Bildu, gracias al que gobierna el presidente Sánchez- es una cuestión menor. Luego viene toda la retórica habitual sobre las pegas absolutamente razonables de Vox a la inmigración “ilegal” y a las cuestiones de género, sobre las que no puedo estar más de acuerdo. Y con este cóctel infumable, resulta que Abascal es un facha antidemocrático, xenófobo y homófobo en tanto que Pablo Iglesias y sus secuaces pertenecen sin ningún género de duda al santoral democrático y constitucional. Se mezcla toda esta sarta de alcohol a granel en la coctelera y así sale el brebaje infumable con el que el poder mediático remueve a diario la conciencia ciudadana. Pero naturalmente, este cóctel no lo habría hecho jamás Perico Chicote, que ya no está entre nosotros. Le repugnaría porque este cóctel es una ofensa para cualquier paladar exquisito.

El catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid Ignacio Sánchez-Cuenca, que es un kamikaze ‘podemita’, ha llegado a escribir que prohibir partidos no violentos, sólo por sus ideas, con un apoyo mayoritario en algunas zonas de España es una aberración democrática. Estaba pensando desde luego en Bildu, y me imagino que, por extensión, en el PNV, como igualmente en algunas formaciones catalanas. Pero el problema es que Bildu es un partido violento, que sigue promoviendo el terror a conveniencia en las calles del País Vasco, y que impulsa el reconocimiento de los asesinos de antaño mientras el PNV continúa haciendo el papel de siempre, que es mirar hacia otro lado. Quizá ya no recoja las nueces del árbol que meneaban los terroristas, pero tiene tantas en el morral que ya ni le importa. Se muestra con la misma indecencia y falta de moralidad de siempre, igual que los independentistas catalanes.

Pues bien, en contra de lo que piensan estos intelectuales de salón al servicio del Gobierno, o como Sánchez-Cuenca, al servicio de los seguidores de Iglesias, Podemos es un partido perfectamente antidemocrático. Lo es porque defiende abiertamente el comunismo, la ideología bajo la cual se liquidó en el mundo a más de cien millones de personas; lo es porque defiende y practica en cuanto puede la agitación callejera sin reparar en eventuales daños a vidas o haciendas; lo es porque quiere acabar con la economía de mercado en favor de otra planificada por el Estado que no tiene cabida en la Constitución ni entre los países occidentales adheridos a la democracia liberal, que son todos; lo es porque quiere intervenir los medios de comunicación privados para acallar las opiniones que considera disidentes así como multiplicar los públicos; lo es porque no admite la controversia ni la diversidad de pareceres si no se pliegan a la verdad oficial. La que ellos dicten.

Todo esto que digo es público, notorio y constatable en las actuaciones que Podemos ha tenido como socio de Gobierno. Pero sería imperdonable olvidar lo que Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, sus fundadores, han escrito y publicado a su paso por la Universidad defendiendo ardorosamente el leninismo -que Stalin llevó plenamente a la práctica- con el reguero de sangre y de miseria por todos conocido. Estos chicos han llegado a decir y han escrito que esperan que “la toma del poder sea pacífica, pero que, si no, ya veremos”. El secretario general del Partido Comunista de España, Enrique Santiago, nombrado por Pablo Iglesias antes de irse del Gobierno ni más ni menos que secretario de Estado para la Agenda 2030 con un sueldo superior a los 100.000 euros se define abiertamente como leninista y llegó a decir que si se dieran las condiciones revolucionarias precisas iría al Palacio de la Zarzuela para acabar con el Rey.

Señores, Podemos no es un partido democrático, es una amenaza, un peligro y entraña un serio riesgo gobernar a su lado -aunque Sánchez haya demostrado fehacientemente ser de la misma estirpe-. Y mientras tanto Vox es un partido perfectamente constitucional y democrático entre cuyos objetivos nunca ha estado, a diferencia de los seguidores de Iglesias, la eliminación, ya sea virtual o física, del adversario. Y es una bendición porque su propuesta programática consiste en combatir y tratar de liquidar dialécticamente y en las urnas, con los votos oportunos, la liturgia nauseabunda y la praxis criminal del comunismo, que todo hay que decir, no existe en ningún país de la Unión Europea salvo en España.

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