Panorama tras la batalla
Aunque «discretamente» por su baja participación, las urnas han emitido su veredicto acerca de quién desean los catalanes que les autogobierne durante los próximos años.
Con un reajuste interno, se mantienen las grandes tendencias en cuanto a los bloques, separatista y constitucional. En el primero, ERC ha ganado a Junts , o más claramente, Junqueras a Puigdemont, que se ha visto lastrado por los escasos votos obtenidos por los sucesores de la extinta Convergencia mordiendo en su espacio electoral, lo que es determinante para el escenario que se abre. Resulta clara la posibilidad de un Govern separatista presidido por Aragonès, y solo tiene como alternativa que gobierne ERC en solitario apoyado por el PSC y los podemitas comunes —una opción limitada pero real—, o el tripartito deseado por Sánchez e Iglesias con Aragonès de president e Illa de conseller en cap. En cualquiera caso, la decisión está en manos de Junqueras desde Lledoners, de momento.
Esta es la primera y nítida consecuencia de la votación de ayer, y es un indicador inapelable de la situación que vivimos de auténtica anomalía política en Cataluña y, por contagio, en España entera. Pero no podemos obviar que los republicanos son además separatistas, y que sólo difieren de Puigdemont en el gradualismo como estrategia para alcanzar su objetivo de conseguir una República catalana independiente. Agrava el diagnóstico que la estabilidad del Gobierno de España esté en sus manos.
El gran reto al que se enfrenta Sánchez, es el de decidir qué papel quiere asumir en esta encrucijada. Si fuera el de Chamberlain, le llevaría a una política de concesiones, comenzando por los indultos y acabando por un referéndum «pactado» para validar los acuerdos de la mesa de negociación, a fin de solucionar el «conflicto político», lo que supondría un avance más en la ruta hacia la estación término de la Ítaca prometida.
El otro papel no es el combate frontal para la destrucción del adversario -lo que, además de no conseguirse, agravaría el problema- sino el de un diálogo dentro del perímetro constitucional y estatutario, para facilitar un Gobierno de la Generalitat que renuncie expresamente a volver a las andadas del procés, que nos ha llevado desde 2012 al desastre de ahora. Teniendo presente que la demanda política no es de más autogobierno, sino la independencia, cualquier concesión en ese ámbito debe ser descartada: a estos efectos, el poder judicial y la lengua son sensibles e innegociables. Caer en la tentación de formar otro tripartito sin esas cautelas, y ahora con Aragonès al frente, es generar un insostenible procés a nivel nacional y, más si cabe, en las condiciones de crisis económica y social que se avecinan.
Otra lección de la jornada es la de la alternativa en Cataluña y en España, que sale profundamente erosionada y con la necesidad de refundación antes de los próximos comicios, que no debemos descartar convoque anticipadamente Sánchez a la vista del panorama. El centro-derecha, ahora dividido en tres formaciones, suma 20 escaños de 135. Hace tres años sumó 40 nucleados en torno al Ciudadanos de Rivera y Arrimadas, capital político que fue dilapidado llevando al constitucionalismo catalán a la actual situación. Lo resume todo que el PP no solo no haya recogido ni uno de los 30 diputados perdidos por ellos, sino que incluso haya restado uno de los escasos cuatro anteriores, siga sin grupo parlamentario, y con tres diputados en el Parlament, y solo uno de ellos del partido.
Vox, por su parte, repite exactamente el resultado obtenido por la coalición Popular de Fraga en 1984 en su primer acceso al Parlament con los democristianos y liberales: 11 mismos diputados e idéntica representación en las cuatro provincias; mismo porcentaje y número de votos totales. Una coincidencia tan exacta que debería hacer reflexionar al PP actual, que históricamente en comicios generales en Cataluña ha obtenido resultados superiores al 20% del voto, y de 15, 17, 18 y 19 diputados en en el Parlament.
La moción de censura de Vox contra Sánchez, convertida por Casado en una censura a Vox, ha actuado como un boomerang contra él en Cataluña. Algunos confunden ser centristas con ser tibios, y la firmeza en los principios con ser ultras. Y así NOS va.