La pandemia de España es su Gobierno

La pandemia de España es su Gobierno

Hace ya algunos meses, con España todavía sometida al estado de alarma, Sánchez se inventó una peculiar «cobernanza», consistente en que cada autonomía se buscara la vida por su cuenta en la lucha contra la pandemia. Al abdicar de su inexcusable competencia de coordinación general entre autonomías como Gobierno de la nación, generó un auténtico caos.

Si esa decisión no tenía ningún sentido entonces, menos tiene ahora que haga lo contrario, yéndose al otro extremo, cuando los índices de contagios y fallecidos son sensiblemente inferiores  a los de antes, y pretendiendo que las Comunidades Autónomas apliquen unas medidas restrictivas y comunes para la hostelería, sin una adecuada base jurídica competencial sanitaria. Ya no estamos en situación de alarma, y lo que se proclama por activa y por pasiva es el aumento progresivo de población vacunada y el consiguiente descenso de todos las ratios epidemiológicas.

La reunión del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud -que es la Comisión de Cooperación autonómica en la materia- se ha reunido bajo la presidencia de la ministra Darias, sin poder llegar a un acuerdo por la no aceptación por parte de algunas comunidades, de las limitaciones que se pretenden imponer en el sector de la hostelería, y que les está abocando a una situación límite. El caso de Madrid es emblemático al pretender unas condiciones en aforos y horarios más restrictivas incluso que cuando las cifras de contagios y fallecidos eran muy superiores a las actuales. Además de la CAM, también Galicia y País Vasco, entre otras, aducen que para ser vinculantes los acuerdos, deben ser aprobados con el quorum que el reglamento establece, no respetado según alegan.

Que a estas alturas de la pandemia no se haya conseguido un consenso con las autonomías al respecto, es una prueba definitiva de la incapacidad de este Gobierno para gestionar de forma adecuada una situación que requiere de un esfuerzo compartido por parte de quienes tienen la responsabilidad en un Estado complejo y descentralizado como el autonómico español. Que las filias y fobias políticas monclovitas se impongan a la racionalidad científica y al interés general, llevan a esta situación. Nuevamente emerge el soterrado y presuntamente superado debate sobre «economía y salud», que en Madrid alcanzó su cenit el pasado 4-M con un veredicto demoledor.

La presunta «nueva normalidad» tan cacareada no puede consistir en el actual desbarajuste que conlleva una batalla judicial entre Gobierno y comunidades, al no haber sido capaz el primero de establecer un consistente armazón legal después de todos los meses que llevamos  en la situación actual. Es indiscutible que una pandemia como ésta, desconocida en un siglo, debe ser tratada como corresponde a una política de Estado, lo cual exigirá los acuerdos y pactos necesarios. Resulta desolador comprobar que en las actuales circunstancias Sánchez sea incapaz siquiera de hablar con la oposición, volcado como se encuentra en la huida hacia adelante de la búsqueda de unos acuerdos para su exclusiva supervivencia política, a la que subordina cualquier otra prioridad.

Así, tras el descalabro de las elecciones madrileñas, todo el esfuerzo político de Sánchez  está centrado en cohesionar «el bloque político de la moción de censura» que hace tres años le aupó a la Moncloa con 84 diputados. Ahora ese bloque está en 155 -curiosa cifra-, lo que no permite gobernar sin el apoyo de ERC y Bildu o el PNV, cuando menos. Los indultos son ya, por tanto, una letra girada, que tiene vencimiento a corto plazo si quiere seguir durmiendo en la Moncloa, aunque no comparta físicamente lecho con Iglesias. En estos momentos lo hace además con Junqueras y Rufián, que no son precisamente cómodos compañeros de colchón.

En octubre de 2017 el PSOE obligó a dimitir a Sánchez de la Secretaría General, consciente de que era la única alternativa asumible ante el escenario al que abocaba al partido y a España. La reorganización llevada a cabo tras reasumir el poder, ha eliminado cualquier contrapeso político interior que le obligue a rectificar la senda emprendida desde entonces. No creo, pues, que el próximo domingo Susana Díaz pueda desquitarse de aquella derrota de las primarias, que desde entonces estamos pagando los españoles.

 

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